PAN, AMOR Y PERDON

Contaba Pedro apenas con quince años y vivía solo con sus padres, panaderos de profesión, cuando una noche llegaron con el viento. Eran muchos guerrilleros y después de lanzar arengas e insultos, sacaron al centro del patio a sus padres y en medio de gritos los asesinaron y quemaron su rancho. Dios sabe el dolor tan grande que sentía en su pecho. No podía gritar, no salía ruido alguno de su boca, estaba paralizado por el miedo y la rabia. Pero debía mantenerse oculto entre unos matorrales si quería preservar su vida. Sus ojos derramaban lágrimas de sangre. Los mataron alegando que eran informantes del ejército. Dios debía estar llorando porque empezó a llover con unas gotas de agua que parecían lágrimas. Pasaron muchas horas hasta que todo quedó en silencio, tan solo se oía el canto de las almas que desfilaban hacia el cielo. El sol al ver la tragedia volvió a ocultarse. La naturaleza en pleno se unió a Pedro en un largo grito de amarga protesta. Con la mirada recorrió lo que antes era la casa, todo eran cenizas y allí en el centro del patio yacían los cuerpos de los seres que más había amado en la vida. Ya entrada la mañana se dedicó a la dura tarea de enterrarlos. Rezó un padrenuestro rogando a Dios por sus almas y se dispuso a emprender el camino que endurecería su vida. Al salir vio que lo único que quedaba en pie era el horno de barro donde su padre hacía el pan cada mañana. Allí horneaba las delicias de la región. Pedro pone sus manos sobre el horno y solemnemente promete regresar y continuar la labor de su padre.

Caminó durante una semana, durmiendo en cualquier parte, y comiendo el pan que buenamente las gentes de bien le proporcionaban. Así ya entrada la tarde con el sol de los venados a su espalda llego a la humilde casa de sus abuelos por parte de la madre, en donde habitaba solo el abuelo ya que su esposa había fallecido tiempo atrás, los abuelos por parte del padre habían fallecido también. Algunos perros salieron ladrando a su encuentro. El anciano al verle sale a abrazarlo, y al ver sus ojos enseguida supo del inmenso dolor que el niño cargaba en su corazón. Con inmenso amor recogió los pedazos de su alma y muy despacio los volvió a juntar. El abuelo también era panadero de profesión y de la venta del pan se derivaba su sustento.

Pasaron varios días y Pedro poco a poco iba recuperando esas ganas de vivir, acompañaba al abuelo en la tarea de hornear el pan de todos los días. Su jornada iniciaba antes de que el astro rey acariciara con sus rayos color de trigo maduro toda la sabana. Poco antes de que despuntara el alba, se inundaba la casa con ese olor que acariciaba el alma del par de seres que allí habitaban aliviando su enorme tristeza. Producto del pan que el abuelo ayudado por su nieto amasaba, liberando en el todo el dolor que sentían en sus corazones que al hornearlo se transformaba en ese maravilloso manjar que con sagrado olor se apoderaba de los sentidos. Los perros corrían de un lado a otro ladrando a los campesinos que como ellos arrastraban su historia y que se acercaban a comprar el pan recién horneado. Pedro dedicaba su atención en llenar dos enormes canastos con parte del delicioso pan y acomodarlos en el burro, para así llevarlos al pueblo distante unos cinco kilómetros, donde debía entregarlos a la panadería local. En un recodo del camino polvoriento, observó que en el patio de un rancho una muchachita mas o menos de su edad recogía unas naranjas que el árbol generosamente había dejado caer al suelo. Tenia el pelo como la noche oscura, los ojos como dos estrellas y una grácil figura que llenaba su ser de sensaciones nunca sentidas. Nunca había visto una criatura mas hermosa. No podía dejar de mirarla, sus ojos se quedaron para siempre en ella que, al percatarse de la presencia de su admirador, corre afanosamente entrando en su rancho y cerrando la puerta tras de sí. Sin embargo, con agradable curiosidad se queda un buen rato observándolo por una rendija de la puerta, que como una estatua aún permanecía en el mismo sitio. Pedro con el corazón inquieto sigue su camino sin dejar de pensar en esa maravillosa imagen. Cuando llegó al rancho encontró al abuelo sentado en un taburete recostado a un tronco de árbol que oficiaba como columna estructural del rancho. Pedro iba como flotando, ensimismado entonces con lujo de detalles le narró al abuelo lo que le había sucedido. El abuelo escuchaba con mucha atención y con una feliz sensación abrazo a su nieto. Todos los días hacía el mismo recorrido, y su corazón quería salirse del pecho cuando llegaba al recodo del camino, siempre con la ilusión de volver a verla, pero pasaron muchos días en que sus sueños se vieran truncados. Hasta llegó a pensar que solo había sido producto de su imaginación. La linda timidez propia de los campesinos le impedía acercarse a ella, hasta que un día decidió hacerle un regalo, y en una cesta divinamente adornada empacó unos panes recién horneados y se dispuso a entregárselos, cuando llegó a su puerta tocó con los nudillos y ella como un sueño apareció. Pedro sin decir nada le extendió la cesta que ella recibió, y al hacerlo sus manos se rozaron y los ojos temblando de emoción se encontraron. A partir de ese instante feliz pasaba diariamente a verla y su amistad fue creciendo hasta convertirse en un profundo amor, que años más tarde fructificaría en matrimonio. Con el tiempo las enseñanzas del abuelo habían hecho de Pedro un excelente panadero, al cumplir los veintidós años ya dominaba el oficio. Poco tiempo después del matrimonio de Pedro, la salud del abuelo empezó a deteriorarse hasta que en un par de meses fue llamado por el Señor y se fue con una sonrisa en el rostro. Así que Pedro decidió que era hora de hacer su camino y con su esposa vendieron el rancho que le dejó el abuelo y se fueron a recuperar el que fuera de sus padres. Llegaron una noche de luna clara, se veían las ruinas de su casa. Se quedó de pie junto al horno puso sus manos en él y empezó a sentir un calor insoportable, su corazón ardía en llamas, lloró amargamente de rabia y dolor, a gritos clamaba venganza, cayó de rodillas en el suelo y permaneció abrazado al horno hasta que llegó el amanecer. Su alma estaba limpia y su corazón tranquilo. Su esposa que había estado a su lado puso su mano sobre su hombro, el la miró y en ese momento supo que el perdón salía del corazón, sabía que para amar debía perdonar, así sanaría su corazón, debía construir un hogar sin odios ni rencores. El horno hizo el mismo trabajo que hace con el pan lo hizo con él. Pan y panadero lograron el pan del amor, de la paz y del perdón.

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