Capítulo 1. El sospechoso.
El capitán Crox Durán hojeó el expediente con mirada experta. Un sello que rezaba “SOLO PARA SUS OJOS”, ocultaba su entrecejo arrugado, señal que demostraba su total concentración para descubrir cualquier indicio extraño en la información que leía.
—Este hombre está limpio —dijo.
Crox Durán también era una persona de aspecto impoluto. Su cabello bien recortado y su semblante sereno, no reflejaban su continuo contacto con toda clase de eventos extraños. Parecía que todas las “anomalías” no le hubiesen perturbado en forma alguna y por el contrario, gracias a todo aquello, su rostro había cultivado una actitud resuelta.
La teniente Claudia Ponce, que le había facilitado la carpeta, era una novata entusiasta que se sentía embargada por la responsabilidad de ser un oficial de la Fuerza de Seguridad Nacional.
—Pero, ¿por qué un pastelero tendría que dedicarse a la minería? —preguntó Ponce.
—¿Por qué no?, respondió de inmediato Durán.
—Porque no tiene sentido. Si tuviera muchas cuentas por pagar, desde luego que lo más lógico sería, buscar cómo incrementar sus ingresos, pero este tipo es un exitoso empresario.
—¿Nadie se lo ha preguntado directamente?, quiso saber el capitán.
—Sí. En forma disimulada, desde luego. Es lo primero que hacemos según los manuales. Se limitó a decir que siempre quiso ser gambusino.
—Es una razón aceptable, ¿no le parece, Ponce?
—Desde luego. Pero, en ese caso, ¿por qué comprar los materiales necesarios para construir un láser de carbono? O si estaba tan enfocado en la extracción de oro, ¿por qué adquirir material que se puede utilizar para la fabricación de cámaras de contención y paredes de aislamiento? Y más aún ¿por qué mudarse a Phoenix, luego de vivir tanto tiempo en la Gran Bretaña?
—No es lo común —murmuró el capitán, añadiendo—: Pero la conducta de este hombre es irreprochable. No podemos señalar a nadie por tener un pasatiempo extraño.
La teniente Ponce no ocultó su gesto de decepción. Durán atacó: —Dígame, Ponce, ¿qué le preocupa? Usted cree saber algo; cuenta con alguna teoría, algún subterfugio. ¿En qué piensa?
La mujer frunció el ceño. Juntó las cejas y apretó los labios.
—Verá usted, señor. Ese hombre es un mecanismo de precisión, capaz de construir cualquier cosa.
—En mi opinión —repuso el capitán—, es solo un americano honesto y trabajador.
—Con la plata y el tiempo suficientes para manufacturar algo peligroso—insistió Ponce.
La expresión de Durán perdió algo de su engañosa blandura.
—Nada de eso, teniente Ponce; se equivoca. ¿Encuentra algo peligroso en los movimientos de esta persona?
La teniente extendió una lista bien ordenada de compras y notas comprobantes.
—Su conducta daría lo mismo, de no ser por el hecho de que existe un patrón. Estos artículos, adquiridos en la cantidad y secuencia que se observa, indican con claridad que Clarke Tintero, ha estado construyendo armas nucleares bajo nuestras narices.
Capítulo 2. Los manipuladores.
—Esta noche, hemos perfilado el agroglifo con las instrucciones finales,—dijo El Navegante, mientras disponía una serie de datos que se sucedían verticalmente, sobre una pizarra de perfiles invisibles. La imagen de su planeta de origen parpadeó en la sala de juntas, aclarándose poco a poco hasta parecer sólida. Sobrepuso a la figura, una ruta astral cuyo origen se encontraba en algún punto del planeta Tierra.
—Una vez efectuada la anulación del vínculo síquico, partiremos—. Ordenó El Líder.
—¿Sin un mensaje final o alguna prueba de gratitud? —Interrogó El Navegante.— De acuerdo con nuestras costumbres, tenemos que retribuir de alguna manera. El honor nos obliga. Podría ser con algo que los humanos llaman “obsequio de despedida”. Un tributo. Un símbolo de aprecio por la colaboración.— Añadió El Navegante, en tono acuciante.
—Sin la ayuda de este individuo, Tintero, no habríamos detenido la reducción de masa que nos ha tenido atrapados en la fuerza gravitacional de este planeta. Nunca calculamos los efectos que ejercería el comportamiento orbital de este sistema solar. — Dijo El Líder.
—Un micro hoyo negro que literalmente succionará a toda nuestra especie cuando sea atrapada, como nosotros, por la fuerza de la Tierra. La entropía planetaria, será irreversible. — Respondió El Navegante.
—Habríamos destruido dos civilizaciones, en nuestro afán por compartir el espacio. Hemos utilizado a Tintero, tomando ventaja de su necesidad afectiva y de reconocimiento. Le expusimos a una situación perjudicial en potencia. —Aceptó El Líder— Así es, estamos en deuda. Obtuvimos su ayuda como producto de la manipulación síquica, debemos ser sutiles para retribuir de igual manera. Luego de un breve silencio El líder continuó:
—La mujer es de una vitalidad extraordinaria, casi imposible de someter. Aunque su inclinación natural demuestra un evidente apego por Tintero hará falta un estímulo grado C, con resultados apenas perceptibles en su red neuro-histórica. Un procedimiento matemáticamente preciso. Su razón tendrá que ceder, para que intuya que el hecho de que triunfe su sensibilidad, sobre el deber auto impuesto, no constituirá una traición. Al principio, sufrirá de crisis éticas, hasta que acepte que se le presenta una oportunidad única, que supondrá para ella una excitante experiencia.
—Los humanos se pasan el tiempo planeando a futuro. Establecen clústers que llaman familias. Según sus capacidades, se responsabilizan por ellas, como se hace en los mundos más desarrollados,—interrumpió El navegante, añadiendo—: Lo propuesto por usted, es un intercambio justo. Aceptamos la misión de ser quien aplique dicho estímulo.
—Es en extremo urgente volver a nuestro hogar cuanto antes. Debe ejecutar el proceso esta misma noche. Una luna llena. Una noche tibia. Una cascada de luciérnagas, entre el campo de trigo, serán el mejor incentivo para que dos humanos formen un binomio.— Dijo El Líder, con un gesto que podría interpretarse como un guiño.
Capítulo 3. La mejor receta.
Al principio no tuvo que hacer nada, ni inventar o disponer de cosas nuevas. Se limitó a dejar que las musas le llevaran. La inspiración provino del trigo arremolinado. Figuras básicas igual a conceptos básicos. Luego, poco a poco llegaron las ideas más sofisticadas. Instrucciones precisas ocultas en recetas. La revelación irrefutable de que, lo que había estado observando en los agroglifos, eran mensajes dirigidos, en concreto, a él. Tal vez eso debería haberlo puesto sobre aviso, y hacerle presentir las complicaciones que se avecinaban en su futuro.
Tintero había recorrido todo el norte de Inglaterra, con una libreta llena de apuntes. Luego saltó a la fama tras ganar el premio más prestigioso de la industria pastelera en Europa.
Además de reconocer la importancia de productos, cantidades, temperaturas, métodos de cocción y tiempos de horneado, que llenaban páginas y páginas en su libreta, también juzgó como urgente y necesario, el retorno. Un cambio de aires le vendría de maravilla. Arizona representaba un nuevo Edén para las personas de su oficio. Así fue como decidió partir de regreso a América.
Habían pasado seis meses desde que Clarke Tintero tomara un aprendiz. Jamás había pensado en esa posibilidad, hasta que las voces de su intuición le susurraron que era el momento para hacerlo.
Después de generar un respaldo de su trabajo, pulsó con alivio la tecla DEL de su ordenador, sobre una carpeta sin nombre, que desapareció de la papelera.
—Hemos terminado con todo. Las recetas para la temporada ya están archivadas y nuestro «proyecto especial», se ha esfumado. —Barbotó Tintero.
—Echaré de menos mirar las señales en los campos de trigo.— Respondió Claudia Ponce con su irrenunciable franqueza.
Clarke se acercó tanto a ella que pudo ver dentro de sus ojos, de color pardo claro, cómo las luciérnagas volaban en espirales, imitando la forma del último agroglifo que se vería sobre el planeta. Se tomaron de la mano. Ambos miraron al cielo, agradecidos.
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