«El único y verdadero pan, será aquel que satisfaga mi paladar»
Un anciano sentado en una silla de oro, cuya corona deslumbraba una majestuosidad de un pasado remoto, alzó su imponente voz con una fuerza capaz de perturbar a los mismísimos dioses, cuyo fin fue forzar a todo aquel en pie, a elaborar un pan que pueda satisfacer su paladar.
Repentinamente, toda la población empezó un movimiento culinario expansionista, del reino a los reinos, de los reinos al continente y de los continentes al mundo entero, el rey no podía estar más satisfecho, alzó un grito de éxtasis y se dirigió al balcón del castillo, tratando de traer de vuelta recuerdos de un tiempo antaño.
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Durante largos tiempos, la escasez de alimentos, hambruna, tierra infértil, población en declive y muchas más razones, pusieron a un pequeño reino que recién aprendía a caminar, a un paso de desatar conflictos por lo poco que había, cuando repentinamente un día, Dios se presentó frente a un joven rey y le entregó un pan, aquel pan no fue con la intención de que fuese comido, sino que fuera un símbolo, un símbolo de un futuro cimentado con el presente, el rey nunca probó de aquel pan, pero sabía que si algún día se hiciera otro, se le entregaría al Dios como una despedida de este mundo.
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