El frío asentaba la neblina sobre los techos, no vislumbraba ni un remoto tinte de sol, debía tomar dos transportes para llegar a tiempo a mi trabajo más no me importaba porque la paga justificaba el sacrificio, pensé en buscar un lugar más cercano pero los arrendamientos por las zonas aledañas al área del comercio eran extremadamente elevados y mi plan consistía en ahorrar hasta el último peso, no pensaba quedarme de empleado toda la vida, en un par de años tendría mi propia empresa.
Tuve la suerte de encontrar un pequeño y económico apartamento, un segundo piso sobre una panadería, al parecer nadie se amañaba porque el ajetreo de hacer pan empezaba muy temprano y se extendía hasta el atardecer, esto a mí no me afectaba porque salía cuando el panadero iba llegando y llegaba cuando el panadero iba saliendo, eso sí trataba de llegar antes de que cerrara pues necesitaba pan para mi desayuno tempranero.
Mi rutina diaria se convirtió casi en un ritual, no había nada que me sacara de mi zona de confort, pero sin esperarlo, llegó a golpearme una bocanada de tufo llamada cuarentena por COVID-19, mi vida dio un vuelco total, ahora debía trabajar desde casa lo cual para muchos sería un sueño hecho realidad, pero no para mí, según el administrador como ya no tenía que trasladarme hasta la oficina mi rendimiento se debía maximizar lo que representó una carga en mis labores, además estaba acostumbrado a salir todos los días y comer fuera, ahora estaría encerrado trabajando y cocinando. Pensé que con el confinamiento tendría la oportunidad de levantarme más tarde, pero me di cuenta de que los inquilinos anteriores tenían razón, el ruido que provenía de la panadería era realmente fastidioso, la primera semana intenté ignorarlo, más fue imposible, así que para sacarle provecho a la situación me levantaba a adelantar mis tareas, lo cual resultó beneficioso pues terminaba tan temprano que podía dedicarme a hacer ejercicio, ver películas, dibujar o leer, cosas que me gustaba hacer, pero que había dejado a un lado porque el trabajo absorbía todo mi tiempo; además estar encerrado en casa trajo consigo un bono extra que llegó para alegrar mis días… ¡ahhhh olor a pan recién horneado! Al parecer el pan que compraba para mi desayuno era lo que quedaba de la venta del día, era bueno, pero no sabía de lo que me estaba perdiendo, desconocía que durante el trascurso del día mi vecino elaboraba junto con su familia decenas de variedades de pan que nunca había probado, aliñado, integral, de maíz, de avena, relleno de brevas o arequipe, frutal, con frutos secos, con semilla de amapola, etc y los etcéteras eran tan buenos como los demás.
Mi relación con el pan es bastante sencilla y gratificante, en mi opinión el pan es el blue jean de los alimentos, va bien con todo; suena un poco tonto, pero debo admitir que durante la cuarentena que se extendió más de lo deseado el pan fue un aliciente, cómo olvidar mis mañanas con café y pan de yuca o mis tardes placenteras de chocolate y pan frutal, ni hablar de la hora de la cena que se alegraba con un emparedado con pan de centeno. Me gusta recordar ese no tan lejano tiempo porque sin estarlo buscando descubrí que, aunque soy bueno en mi trabajo no me hace feliz vivir entre números e informes, es por eso que cuando reúna el dinero suficiente pienso montar mi propia panadería, obviamente estoy estudiando, literalmente tener en las manos la responsabilidad de alimentar a los demás requiere de preparación y pasión, pues la panadería no es un arte improvisado.
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