El quinto ingrediente

El quinto ingrediente

Javier Reiriz

02/08/2023

Carme miró fijamente al gran almanaque que pendía de su flamante frigorífico americano y asintió. En el calendario se destacaba, rodeada por varios círculos concéntricos hechos con suma destreza, la fecha del 15 de agosto. “Cuando quieras acordarte de algo importante —su dedo índice golpeó en la sien varias veces—, lo anotas y lo dejas bien a la vista” —afirmó.

La fecha tan cuidadosamente anotada tenía el propósito de recordar el vigésimo aniversario con su actual pareja, Moncho, a la que estaba muy unida. Veinte años juntos y en buena armonía podrían muy bien parecer una utopía para cualquier pareja joven de hoy en día, al considerarlo un reto imposible de superar.

Carme, a fuerza de convivir, conocía muy bien las debilidades de Moncho, y por ello, cómo hacer que se sintiese un hombre feliz. El abono al auditorio para los conciertos de los jueves había sido un gran acierto, pero a Carme todavía le quedaba un as en la manga con la otra gran pasión de su pareja: los manjares culinarios, y entre ellos, esa “delicatessen” que tanto le gustaba y a la que tan a menudo recurría: el pan moruno de los cinco ingredientes, compuesto por harina integral de trigo, frutos secos, sal, agua y ese componente secreto que el dueño de la panadería se resistía a facilitarles y que le daba ese característico tono oscuro. La comunión de Moncho con ese pan era algo digno de estudio.

Segura de sí y animada a sorprender a su pareja, decidió amasarlo ella misma. Se ajustó el delantal y dispuso los ingredientes alrededor de la espaciosa isla de su cocina. A espaldas de Moncho, el panadero había accedido a desvelar el quinto ingrediente a cambio de que lo ayudase en su litigio con Hacienda. Carme fue muy persuasiva al asegurarle que, como abogada de prestigio, sabía muy bien cómo librarlo de una sanción largamente anunciada. Esa buena posición que ocupaba dentro de la abogacía le había permitido, precisamente, acumular en su cuenta bancaria una más que respetable suma.

Esparció el paquete de harina sobre la meseta y la observó con atención. Sí, era auténtica, de ligero color tostado y molida a la piedra, al más puro estilo gallego. Modeló una especie de volcán y fue añadiendo poco a poco agua templada procedente de una fuente cercana, desechando así la fuertemente clorada del grifo, que tantas recetas le había arruinado. Empezó a amasar. Primero con delicadeza, añadiendo los frutos secos y la sal especial que el panadero le había facilitado. Fue incrementando el ritmo hasta el momento preciso en el que el confitero le indicó que añadiese el quinto ingrediente, del que, por desgracia, no disponía.

Un ruido producido por un cristal al hacerse añicos contra el suelo la apartó de su tarea. Tan concentrada estaba en seguir las instrucciones del panadero que le costó tiempo reaccionar. Quiso volverse para ver qué estaba pasando pero algo o alguien se lo impidió “¿algún ladrón, quizá?” —se interrogó confusa al mismo tiempo que un escalofrío recorría todo su cuerpo. Una mano enguantada le tapó la boca y la nariz impidiéndole respirar, mientras un brazo le rodeaba la cintura levantándola en vilo. Carme era una mujer corpulenta, de apreciable estatura, por lo que dedujo que quien estaba detrás de ella tenía que ser una especie de gigante, alguien de la estatura de Moncho. Por el rabillo del ojo pudo ver una máscara negra llena de cremalleras. La enorme mano actuaba de forma implacable y la estaba asfixiando sin remisión. Sus antebrazos, libres a la altura de los codos, golpeaban en el cuerpo del agresor sin conseguir efecto alguno. Al límite de la asfixia y como último recurso levantó sus pies y se impulsó en la isla, haciendo retroceder al individuo y yendo a chocar con la zona donde estaba el fregadero. Recordó que el set de cuchillos que Moncho le había regalado por su cumpleaños estaba justo a su derecha. Extendió el brazo y con una mano palpó torpemente la zona. De los seis cuchillos que guardaba el soporte su mano asió el más grande, una hoja de 25 cms. por seis de ancho. Lo levantó a la altura de sus hombros y descargó el golpe con todas sus fuerzas. La presión sobre las fosas nasales y la boca cesó de inmediato, entrando de nuevo el aire en sus pulmones; el brazo que la sujetaba por la cintura, también; y el individuo que estaba a su espalda se desplomó como un fardo emitiendo un quejido desgarrador. El quejido del que siente que se le escapa la vida. Fue entonces cuando Carme aprovechó para desenmascarar a su agresor.

Carme se apoyó en la meseta y fue recuperando el aliento lentamente. Su rostro era un poema y dejaba ver la tensión del momento. Era como si ya hubiese vivido ese incidente en otras ocasiones. Miró con indiferencia el cuerpo del agresor, que se debatía en el suelo en medio de un gran charco de sangre, y sonrió. El mango del cuchillo y apenas dos dedos de hoja sobresalían del costado derecho del cuerpo. Se agachó y con una cuchara recogió la sangre que cabía en el fondo de una taza de té. Acercó el bol de la masa que estaba preparando y le incorporó la sangre recién recogida “ni que lo hubiese planeado. Este bastardo me ha proporcionado sin pretenderlo un sucedáneo del ingrediente que me faltaba” —pensó complacida. Carme siguió amasando hasta que la mezcla alcanzó la textura deseada y la introdujo en el horno, que previamente había precalentado. “Ahora el pan es lo primero  —sentenció, dando a entender que el incidente ocurrido minutos antes no había hecho mella en su ánimo. Tiempo habrá para aclararlo con la policía”.

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