Camino a mi casa, viniendo de la panadería, un indigente que siempre estaba por esa ruta, miró la bolsa que traía en mis manos y me sonrió amablemente, alcancé a avanzar tres pasos (una distancia bastante corta), mientras en mi cabeza pensaba que con su sonrisa el hombre me estaba pidiendo le compartiera algo de lo que llevaba, también noté que la apariencia de ese hombre era bastante limpia (tan limpia como lo permite estar viviendo en la calle) y que tenía todos los dientes en buen estado, al menos los frontales; ahora que me doy cuenta se puede pensar mucho en lo que das tres pasos; por reacción, retrocedí hasta él, saqué un pan de la bolsa y se lo di, con gran nobleza me respondió con un “Dios se lo pague”, sin contestarle retomé mi camino. Alcancé a avanzar nuevamente tres pasos cuando de reojo vi como el hombre sin contemplación alguna tomó el pan y se lo dio al perro viejo que lo acompañaba, entonces pensé que era un desagradecido, había menospreciado el alimento que le acababa de dar. ¿Qué esperaba que le diera?, ¿tal vez un pastel o un bizcochuelo? Concluí que era una mala persona que por su inconsciencia vivía en la indigencia, en ese instante muchas cosas más pasaron por mi cabeza, en verdad se puede pensar mucho en lo que das tres pasos. A diferencia de la vez anterior, conscientemente retrocedí hasta él, estaba enfadado e indignado por lo que acababa de hacer, en tono de reclamo le pregunté: ¿por qué le disté el pan al perro?, ¿pensé que tenías hambre?, con una mirada condescendiente me dijo: “no se moleste joven”, ¿usted tiene hijos?, me preguntó, con molestia le contesté: “no, no tengo hijos”, ¿qué tiene que ver eso con que le lances el pan al perro?, el hombre sonrió nuevamente y a manera casi de iluminación me dijo: “cuando los hijos son pequeños o tienen alguna limitación que los incapacita para mantenerse por sí mismos, los padres son responsables de sostenerlos… como puede ver, este viejo perro es mi compañía y mi responsabilidad, soy tan necesitado como él, solo que yo puedo pedir y gente noble como usted me tiende la mano, a él lo único que le brindan son patadas y rechazo, por eso joven, le di el pan, porque los buenos padres se sacan el pan de la boca para dárselo a sus hijos”. Cuando el hombre concluyó con su pequeño discurso me sentí como una suela talla 43, mi indignación se convirtió en respeto, aún más cuando retrospectivamente vi a mi padre, a él no le importaba dejarnos sin dinero para comer mientras gustosamente pagaba las cuentas de cerveza en la tienda de la esquina, este hombre tenía más consideración con su perro que la que mi padre tuvo con mis hermanos y conmigo. De regreso al presente y evidentemente avergonzado, sin decir nada saqué otro pan para el hombre que nuevamente me agradeció con un “Dios se lo pague” y añadió “este es para mí”; en lo que me retiraba comenzó a comerlo y pensé cuantas cosas pasan en nuestra vida y por nuestra mente en tan poco tiempo.

Ahora aquí, a punto de darle una mordida al último pan de maíz, veo los ojos de mi hija que me lanzan esa mirada imposible de esquivar, sé que lo quiere, sin pensarlo lo retiro de mi boca y se lo doy, estoy más satisfecho si ella lo come; tan satisfecho como cuando le daba dos panes al hombre de la calle.

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