Como siempre se vestía de primavera para ocultar el gris otoño que llevaba en su interior, hace unos años el supuesto amor verdadero simplemente como azafrán en el fuego se esfumó, dejándole solo un doloroso olor a melancolía que le recordaba lo desleal que puede ser la humanidad; aunque ella lo deseaba no pudo darle un heredero y él sin desearlo el arte de hacer felices a los demás le heredó.
El aroma a pan horneado que inundaba la villa transformaba el día más triste en un festival, aunque su vientre era estéril, sus manos daban vida al más exquisito manjar. Satisfecha veía como los estantes vacíos iban quedado, el dinero le era necesario, pero era la sonrisa satisfactoria de sus asiduos parroquianos la que alegraba su corazón; quienes probaban tal delicia bendecían sus prodigiosas manos y sin ser invitada, su presencia acompañaba toda celebración.
Pasó mucho tiempo entre harina y levadura y descubrió que al calor del horno la soledad se le hizo menos dura, hasta que sin pensarlo simplemente la olvidó, por eso fue una inesperada sorpresa que el aroma de su delicioso pan al hombre indicado cautivara; con el verdadero amor llegaron los hijos y su vocación de madre también encontró, al parecer la infértil no era ella, era aquel que cobardemente la abandonó, sin embargo se sentía agradecida pues por el duro sendero del desprecio su verdadero camino encontró, la tahonera vivió una vida plena y sencilla y el arte de hacer pan a sus hijos heredó.
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