Dicen que la historia de la Gran Norteamérica, se formó con grandes aventureros, buscadores de fortuna, y pioneros que buscaron en las nuevas tierras una nueva vida. Las grandes migraciones de hombres, mujeres, y familias completas, llegaron más allá de las fronteras conocidas, y se establecieron en el territorio indómito de México, el famoso salvaje Oeste. Allí llegó mi familia de Holanda, una región muy lejana al otro lado del mar, en Europa. Mamá me cuenta que el viaje por mar, fue maravilloso, muy largo y por largas horas muy peligroso.
El océano era inmenso y bello.
Sería la última vez que estarían en Europa, y la última vez sobre el mar.
Llegaron a América del norte, con grandes esperanzas y sueños. El abuelo estaba llorando cuando pisaron la gran ciudad de Nueva York. No estaba sólo emocionado por el gran nuevo mundo que se abría ante él y su familia, sino también por todo lo que dejaba atrás; familias, primos, hermanos, amigos, su casa, su país; todo su mundo. Lloraba porque quizá nunca volvería a ver a su familia. Su hija, que en el futuro sería mi madre, al verlo llorar, no pudo contener sus lágrimas, tomó la mano del abuelo, y se abrazó a sus piernas.
La abuela contemplaba la nueva ciudad a la vez asustada, pero con el deseo de conquistar este nuevo mundo, que nos prometía algo mejor que lo que dejabamos.
Allí, los abuelos, mamá y mis tíos aún niños, estaban ante la gran ciudad…
Caminaron despacio. Su caminar era una gran oración hacia el cielo, pidiendo por un buen día y un mejor mañana…
Se fundieron entre la gran cantidad de gente que había en la calle. En la lucha por la sobrevivencia, se volvieron parte de la ciudad.
La ciudad los maravilló por lo grande y hermosa que era, y por cosas modernas que nunca antes habían visto, y que ahora sus ojos fascinados contemplaban.
Los primeros días fueron de mucho trabajo, y miedos.
Los días se volvieron meses, los meses, dejaron atrás un año, y la vida continuó.
Ante la vida difícil que llevaban, el abuelo decidió partir al Oeste.
En el tren atravesaron el país. La gran y poderosa locomotora, se internó en un hermoso territorio lleno de grandes bosques y montañas nevadas…
El viaje alcanzó un territorio tan lejano que a todos asustó, por la inmensa experiencia que los alejaba de la civilización hacia lo más profundo de territorio salvaje.
llegaron a un hermoso bosque, donde se instalaron en una aldea de pioneros. Allí habitaron varios meses.
Mamá conoció a una hermosa mujer pelirroja de ojos verdes, era mexicana y se dedicaba a hornear pan, un delicioso y aromático pan, según cuenta mamá. Alicia, la pelirroja, le ofreció trabajo a la abuela, y ella aprendió sus deliciosas recetas mexicanas. El abuelo trabajó como talador de árboles, y aunque levantaron una pequeña cabaña para habitar en ella, su vida pronto tomaría otro rumbo. Aquella bella mujer mexicana, le ofreció a la abuela viajar con ella hasta un nuevo país, el gran país de México, en el sur de Estados Unidos.
Ella les ofreció empleo y hospedaje, y una gran oportunidad. Convencidos, los abuelos partieron en el tren que los llevó hacia más adentro del Oeste, pero hacia el sur.
Llegaron a un pueblo muy bonito. Allí descansaron, y en un carruaje partieron hacia la frontera mexicana. El viaje duró una semana. Cuando entraron en la frontera, y una vez en México, la señorita Alicia y los abuelos con mamá y los tíos, suspiraron. Una vida nueva comenzaba.
Alcanzaron la ciudad de Iturbide, y una vez allí, partieron nuevamente hacia la gran ciudad capital de México. Una vez más, el tren atravesaba por el gran territorio indómito de Norteamérica.
Un día por la mañana y siendo primavera, el tren se estacionó en la estación de la ciudad de México. Por fin estaban en su nuevo hogar.
Alicia los llevó a una colonia muy bonita, donde contemplaron una gran Panadería propiedad de la familia de Alicia. Ellas los instaló en una pequeña vivienda, pero muy limpia y bonita. El abuelo fue recomendado para trabajar como obrero en el ferrocarril, y la abuela, fue contratada en la Panadería la Flor de Primavera, donde pronto se convirtió en una gran hacedora de ricos panes, postres y pasteles.
El Pan hizo mexicana a mí familia. Aquí Mamá cuando creció, se casó y nací yo, dos hermanos y dos hermanas.
Recuerdo a mamá, en el patio largo, de tierra, sentada frente a un fogón que alimentaba con madera, mientras yo y mis hermanos, veíamos el té de canela hervir en la olla, y el pan ser cocinado sobre aquel fuego que allí, sentados sobre el suelo, nos daba calor, mientras disfrutábamos del aroma que salía de la olla donde mamá horneaba, esperando el posillo lleno de té caliente, y el trozo de rico pan horneado, que mamá nos daba. La gente por la calle pasaba y veían con curiosidad, como sentados sobre la tierra frente a un fogón, en el solar, comíamos frente a la humilde y pequeña vivienda que era nuestro hogar. Imaginaba el rico olor a pan volando en el aire y llevando ese rico olor por toda la calle, mientras los vecinos sabían del rico Pan que mamá cocinaba y diario disfrutábamos por la mañana y por la noche, siempre al calor del fuego de la leña que ardía, y el aroma a madera quemada, que por momentos se mezclaba con el aroma del té de canela y el delicioso pan que comíamos. Éramos muy pobres, y a veces a mamá la discriminaban por su forma campesina de vestir, y a mí y a mis hermanos, nos hacían burla otros niños. Se reían porque no teníamos estufa de gas, y cocinabamos en aquel gran solar de tierra, con algunos manchones de pasto verde, con mamá y yo, y mis hermanos sentados alrededor del fogón, donde sus manos cocinaban con magia, el delicioso Pan que Alicia, la bella pelirroja, le había con mucho cariño y bondad, enseñado a hacer. A mí, no me importaban las burlas de otros niños, ni la mirada de la gente que a veces nos veía con tristeza, cocinar sobre el terroso suelo. Cada día, para mí era una maravillosa vivencia el estar sentados allí, todos los días, con mamá al frente cocinando, calentando, horneando, y nosotros viendo como sus manos preparaban la masa, y formaban aquel pan que esperábamos con ansia, siempre sabiendo lo delicioso que sabría al comerlo. Me hice amiga de los niños de la calle, yo y mis hermanos jugábamos, corríamos y vivíamos grandes aventuras en las calles, descubriendo todos los días algo nuevo, mientras cada desayuno y cada cena, nos envolvía en el fogón del solar, con el rico aroma del Pan recién horneado de Mamá.
Un día logramos poner una Panadería muy bonita, y ha sido muy popular; y nuestra casa creció, y se hizo también muy bonita. Pero siempre recordaré los días del fogón en el solar, y el rico aroma y sabor del pan de Mamá, en la nueva vida que hoy tengo como mujer ingeniero, al caminar por la tarde en este día de primavera, y como lo haré cada día nuevo, al ir por el mundo.
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