Esta es la historia de cómo un beso me trajo la felicidad.
Hacían unos días que había retornado de la ciudad de Huancayo a mi pueblo de Rocco. Paseaba por su centro arqueológico de Goñicutac. Era mi cumpleaños 24. Al rededor había adolescentes tomándose fotografías y grabando vídeos con sus celulares inteligentes.
De pronto, una inquisidora mirada se posa en mí, la reconozco rápidamente, me emociono, ella sonríe, se acerca a mí. Se trata de María, una muchacha de la secundaria, quien fuera entonces mi “amor platónico”, y yo de ella, según me confesó después. Ahora se encontraba en sus 22, más guapa que nunca.
Acercamos nuestros rostros para saludarnos con un beso en las mejillas, pero entonces no coordinamos nuestros movimientos y nuestros labios toparon… Ambos reímos del accidente.
Ella me contó que se había comprometido con un joven del distrito y que pronto darían fecha a su boda. Yo nada le conté al respecto porque nada tenía. Y aunque comprobé que aún ella me desquiciaba el corazón, teniendo que aniquilar todas mis esperanzas, sinceramente la felicité. Nos despedimos quedando en que me asistiría a sus himeneos.
Ya por la noche, estando en mi casa, escuché por el “alto parlante” de un intento de suicidio: un joven se había arrojado del puente al río. Según le habían preguntado sus rescatistas el motivo fue la infidelidad de su prometida, lo cual el locutor condenaba con ardor como si a él mismo le hubiesen engañado.
Fui a descansar y dormí hasta que, por la madrugada, piedras e insultos atravesaron los vidrios de mis puertas y ventanas… Los familiares de Juan, el novio de María, me acusaban de amante de la prometida, alegando una fotografía en Facebook. Logrando ver la mentada imagen casi comprendí a mis visitantes: en el trasfondo de una selfi, como un intruso, yo y María nos hallábamos con los labios pegados… Todo lo que dije, incluida mi espontánea risa, fue usado en mi contra. Un vecino me socorrió y sugirió que se dejara el asunto en manos de la comunidad, ellos lo resolverían ese mismo día.
Al medio día, mientras María continuaba sufriendo las amonestaciones de sus cuñados y suegros, y Juan, resfriado y un pie quebrado, yacía hospitalizado, la comunidad anunciaba nuestro castigo consistente en que María y yo anduviésemos desnudos por todo el pueblo siendo flagelados por ortigas muy dolorosas.
Ya en la plazuela, cuando el teniente ordenaba el despojo de nuestras prendas, una voz entre la multitud detuvo el acto, su hijo menor mostraría algo. El adolescente reveló entonces un vídeo propio donde claramente se observaba lo accidental del beso, ante el cual nadie pudo resistirse y todos uno a uno abandonaron el lugar.
Al día siguiente, ella terminó su noviazgo con Juan. Me pidió disculpas, le dije que descuidara. A los pocos días me regresé a Huancayo, a donde casualmente ella también arribaría en poco. Allá continuamos la conversación, empezamos otras, nos encariñamos, nos casamos y hoy criamos con amor tres retoños regordetes.
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