Te doy gracias por llenar mi infancia de risas, de despertarme con besos en la barriga, de hacerme reír todos los días, de nuestra lucha contra las espinacas y nuestro amor por el helado de chocolate. De hacerme feliz por heredar tu sudadera, mi favorita durante años, de color lila y con un león estampado. Jugar contigo todo el día, diferentes tipos de juegos, casi todos inventados por ti. Cuanta imaginación tenías, pero me encantaba que transformaras unos simples cartones en un fuerte contra los villanos o un dragón gigante. Aún recuerdo tus palabras: este cartón se puede convertir en lo que queramos, “peque”, nunca pierdas los sueños de ahora, ni el corazón que tienes.
Antes no entendía estas palabras, pero el tiempo me ayudó a comprenderlas.
Aún puedo oler tu perfume corporal, una mezcla entre primavera y chocolate. Puedo escucharte cantar esa melodía, que me hacía sentir como un bailarín experto que se apoderaba de mi cuerpo, o eso creía yo.
Cuando cierro los ojos puedo experimentar tus yemas alborotando mi cabello, la vez que curaste la herida de mi rodilla como un auténtico doctor: agua oxigenada, una tirita, y lo más importante, el beso encima de la rodilla.
Solo cuando cierro los ojos puedo verte.
Aún no puedo creer que te fueras así sin avisar, sin darme un beso de buenas noches, sin jugar el partido de fútbol que teníamos pendiente.
Esa noche lo recuerdo como si fuera hoy. Estabas tumbado en la cama con los ojos cerrados, mamá sentada mirando el agujero de la pared, sin parpadear, y papá lloraba como nunca antes los había visto. Todo se llenó de ruido; las sirenas de la ambulancia, la policía hablando con mamá, la vecina de enfrente hablando con papá y yo mirando como te tapaban la cara con una sábana. No iba a dejar que te secuestraran, o eso pensaba. Luché con todas mis fuerzas hasta subirme encima de la ambulancia: te destapé, te abracé fuertemente. Los médicos intentaron separarnos, pero no les deje moverme ni un centímetro. No voy a dejar que nadie nos separe.
Te dije que por favor te despertaras, pero no me hacías caso. Mientras mis lágrimas acariciaban tu piel, te di un beso en la mejilla, sin saber que era nuestro último abrazo y nuestro último beso.
Han pasado los días, los meses, los años y aún te recuerdo. No he asimilado que no estés aquí.
Estoy sentado en un banco del parque con una tarta de chocolate, una vela y abrazado a tu sudadera lila. Tengo que contarte muchas cosas; he empezado el instituto, me gusta una chica de mi clase, ojalá estuvieras aquí para que me dieras tus consejos.
No te lo vas a creer pero ahora la gente lleva mascarilla, todos desean volver a abrazarse y besarse, como les comprendo.
Deseo que vuelvas con un beso de buenas noches y un abrazo al despertar. Feliz cumpleaños. Te quiero hermano mayor.
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