Esa tarde de marzo, Jorge y Lucía se encontraron, hablaron de largo. Esa tarde disfrutaron un gelato y un bistec en Oviedo. Jorge le habló de su deseo de continuar sus estudios y su predestinación a convertirse en remplazo de su padre. La Procuraduría de Caldas era su meta inicial. Ella lo sabía, éste había sido tema reincidente en su conversación. Un master en Administración Pública en la tierra patria le tentaba.
Sus ambiciones y metas personales venían tomando un giro inesperado, él sin darlo a conocer a los suyos, se preguntaba si tendría suficiente coraje y valentía para dejar la mujer que ocupaba todos sus espacios, que se acomodaba entre sus tripas y le motivaba, suspiro tras suspiro.
Lucía en cambio tenía otras preocupaciones pues las deudas de la administración del taller por parte de su hijo Santi le crispaban los nervios, ella no se perdonaría jamás si el taller cerrara; constituía además su única fuente de ingresos para criar sus dos hijos menores.
– ¿Te puedo volver a ver… Lucía?
¡Jorge… Perdóname!…
¡Ahora dispongo de poco tiempo!.
¡Lo siento… Tengo que ocuparme! Debo irme, tengo cosas que hacer.
–¡No lo sé, llámame después! Adiós Jorge –
¡… Adiós Lucía!
Dos meses después recibía una nueva llamada:
– ¡Lucía, quiero verte!
– ¡Jorge, cómo estás querido¡
Viajó y decidió quedarse una semana cerca de Lucía, quería conocer sus hijos, disfrutar su sonrisa y su forma diferente de ver las cosas, una manera casi clarividente de anticiparse a sus miedos, escucharla y encontrar en ella su bastión.
En mayo siguiente, se vieron de nuevo, poder conocerse y compartir experiencias de sus mundos reales, llenar los espacios de la curiosidad de una pareja de edad mediana.
El clima templado de El Retiro, sus deleites culinarios y arquitectura colonial así como conocer sus diseños en madera constituyeron un itinerario perfecto para la pareja de amigos.
Su primer brindis fue con un jugo natural de esos que hacían en un restaurante tradicional del pueblo, unas costillas de cerdo ahumadas y papas al vapor así como la entrada con ceviche constituyeron el menú de la tarde, un café tradicional antioqueño con ese sabor igual pero diferente del resto de cafés en Colombia y una promesa por compartirse los sueños, un momento de miradas atoradas, redundantes y melcochadas en postre de leche que compartían como si se conocieran de mucho, un deseo aunado y apasionado por repetir ese momento una y otra vez, con la frescura de una tarde soleada que se despide de su amigo Sol con la añoranza de volverse a encontrar al día siguiente.
Esa tarde de viernes, antes de partir a Manizales, tras una corta lluvia, Jorge pudo robarle finalmente un beso a Lucía, inicialmente pausado, luego alargado y saturado de romance.
Ella no dijo nada, él sucumbió ante sus ojos claros.
Partió con el compromiso tácito de volver, esta vez motivado por un aire nuevo, con el corazón impregnado de emoción mientras Lucía dibujaba un adiós con sus dedos alargados.
OPINIONES Y COMENTARIOS