Sin lugar a dudas el beso que me diste me resultaba sabroso, cual fruta madura escurriendo entre mis labios, con ese sabor inconfundible de algo prohibido.
Si alguien hubiera visto ese beso me habría encantado que pensara que éramos una pareja feliz y bien constituida. De esas de revista dominguera que pasas por alto en el desayuno. Quisiera decir que éramos para el mundo solo una de aquellas tantas otras parejas que se besaban con pasión juvenil en público, pero claramente éramos otros, de esos que se besan de manera furtiva en los pasillos oscuros o a veces en los recovecos de la universidad.
Recuerdo esa clase donde te conocí. Estábamos en el aula magna, que se alzaba imponente para quien nunca había visto un edificio más grande que un granero. Yo recién había ingresado y se me notaban los nervios. En mi pueblo natal jamás me había atrevido a levantar la mano frente a mis compañeros y compañeras, en parte por miedo a equivocarme y por otro lado, por la ansiedad que me producía que me estuvieran mirando.
Sin embargo, me observaste largamente, buscando mi mirada, como si supieras de antemano el amor que me tendrías y de la misma forma, por primera vez en mi vida, me sentí a gusto al notar que alguien posaba sus ojos en los míos.
Si no fuera tan invisible como suelo serlo, habrían notado el rubor de mis mejillas al verte.
Intenté apartar la vergüenza que sentía en mí para poder prestar atención a los contenidos, pero me resultaba inútil, porque no podía despegar la vista de tus labios y tus facciones.
Al finalizar la hora no sabía qué debía hacer. ¿Acercarme? ¿Y si era mi imaginación? Todo me daba vueltas. Era mi primera experiencia universitaria y no había sido capaz de retener un solo dato. Siempre he sido un desastre y ese día tampoco sería la excepción.
Entre mis debates internos y cuestionamientos, sentí una presencia tras de mí y eras tú, con la misma mirada. Penetrante, profunda y hermosa.
-Espero que te haya gustado la clase, aunque te noté distraído. Hice lo mejor que pude. Es mi primera vez dictando esta cátedra- pronunciaste con tu voz grave y varonil.
Yo quedé como atontado, sin saber qué decirte. Atiné a negar con la cabeza y murmurar que me había gustado mucho.
– Javier ¿cierto?- dijiste mientras me sonreías, para luego alejarte con tu paso imponente.
Quizás no lo sepas, pero escucharte decir mi nombre fue el primer beso que me diste, directo a mi estúpido y ardiente corazón. El primero de los muchos que ocultarías de tu familia, de tu círculo intelectual y sobre todo de tu esposa.
Lo hiciste sabiendo que yo seguiría ahí, como ese muchacho iluso que fantaseó contigo su primer amor.
El problema es y siempre será que tenías razón…
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