Con las viscosas aguas negras a la altura de las rodillas, Lady Princesa, se llevó las húmedas manos a la cara para ahogar el llanto, los oídos aturdidos ya, por incesante croar del estanque.
Los desorbitados ojos de los babosos animalitos, sostenidos en sus delicadas manos, hinchando el vientre blanco, encuentro forzoso con los labios de la hermosa doncella, zambullíanse en veloz huida entre los juncos del pajonal.
¿Que podían conocer aquellos oblongos ojos del despecho y de la traición de los hombres?
Todas la noches, condenada en un conjuro a buscar a su príncipe. La ilusión febril de los cuentos de hadas.
Un motorista solitario se estremeció al ver la fantasmagórica figura, vestida de blanco en la soledad de la noche. Detuvo la motocicleta al descubrir esa alma desgraciada, calada hasta los huesos, ondulando en su andar la luna gemela reflejada en la superficie del agua.
-¡Oiga, mujer! ¿Qué se le ha perdido? ¿Necesita ayuda?-gritó quitándose el casco.
La cara pálida, el pelo negro y dos lágrimas desteñidas descendían surcando el rostro.
Lady Princesa navegando entre las hojas de nenúfar fue arrimándose a la vera de la ruta.
En camino recto podían verse los destellos nocturnos del pequeño pueblo rural.
-Oh, valiente caballero, has de saber de mis pesares, ciertamente he perdido el corazón en estas aguas anegadas, busco encontrar en un beso al príncipe sapo de mis sueños…-Las hechiceras me lo han prometido.
Despertosele unas inmundas ganas al fornido mocetón de aprovechar de la guapa inocencia en la oportunidad que se le presentaba.
-Ven aquí, jovencita, acércate que he de brindarte calor ¿Quién dice que tú príncipe no podrá estar entre los humanos? Prueba del encanto de mis labios.
Sonámbula, fue acercándose nuestra musa perturbada. El sujeto apeóse sobre la moto, el espectro nocturno bañandolo todo de azul.
Los grillos, el graznido de un tero, contrastaban el concierto ronco de los verdes habitantes del pantano.
Vista de cerca era aún más bella de lo que imaginaba, ávido el viajante levantole el mentón para encontrar tristes ojos azules que lo miraban con cautela.
La abrazó con arrebato sin encontrar resistencia, solo mutismo y resignación. Desaborcho nuestro héroe ágilmente sus pantalones volteando a nuestra dócil dama sobre la alfombra de césped.
Los labios violáceos de Lady princesa no emitían ni un murmullo. Quitose el hombre la campera dejando al descubierto una calavera sonriendo en fuego, levantole las faldas encharcadas dejando al descubiertos dos columnas de marfil.
Enceguecido como una fiera, con sus macizos brazos aferrando las débiles manos de la princesa que padecía con ojos ausentes.
En una voz de hilo nuestra abatida princesa en lagrimas, dijole en un susurro: ¡Dejame besarte!
El monstruo fatal concedió otorgarle boquiabierto el bizarro deseo a la víctima poseída.
Realizose pues el hechizo instantáneo y dando un salto con sus poderosas patas traseras, desertó despavorido nuestro rugoso anfibio.
La policía caminera alertada al amanecer por un campesino, encontró la moto y las ropas intactas a la vera del camino.
Agrandando el mito urbano de la desdichada princesa del cienagal.
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