-A veces me gustaría retroceder el tiempo y pensar que eso nunca sucedió- soltó poco a poco el aire, y no pude mantener mis brazos alejados ante la fragilidad que mostraba su ser.
-Recuerdo cómo era todo antes de eso, amaba el atardecer, todavía puedo imaginarme cómo eran las flores durante el verano en casa de la abuela, me gustaría poder seguir observándolo- esta vez hablo con mucha más nostalgia de la que le había escuchado en años.
Esta chica entre mis brazos se muestra fuerte y valiente, con una sonrisa enorme para todos nosotros, pero solo es una de las máscaras que carga para demostrar que todo está bien, y no pude soportar seguir quedándome callado, ella metió su cabeza en el centro de mi pecho y la abrace como nunca antes la había abrazado.
-como me gustaría darte mis ojos para que veas los amaneceres, para que observes a tu hermanito, para que nuevamente recuerdes el color de las flores de la abuela, porque sé que es algo especial para ti- ella no sabía lo que aquellas palabras significaban para mí, era una promesa de que haría lo imposible para que ella sonriera de nuevo, una sonrisa de verdad, no una llena de tristeza sino una que en sus ojos se iluminen y sus mejillas enrojezcan como el día en que la conocí.
La abrace en ese embarcadero y pareciera como si el tiempo se estuviera deteniendo para que siguiera entre mis brazos, pero uno parte de mi pensaba que la puesta de sol se burlaba, ya que no podía ver su belleza, quizás jamás la vuelva a ver. Poco a poco las lágrimas se derramaron de mis ojos, yo enrede mis dedos en su precioso cabello rojo, y nos encamine hasta el final del puente, las tablas estaban tan viejas y maltratadas, que crujían al menor paso que dábamos.
-si pudieras ver la belleza que ahora veo, sería más que feliz de darte mi mirada para que veas como las luces iluminan la tuya porque ya he visto todo lo hermoso que hay que ver en esta vida y hasta quizás la siguiente- su sonrisa fue tímida, pequeña y como si su mano encontrase el camino toco mis ojos y los cerró, sus dedos eran cálidos, lentos y por alguna razón indicaba una promesa, los arrastró hasta mi nariz y la recorrió hasta llegar a mis labios, yo tomé su otra mano, hasta que la lleve a su rostro que era suave y dulce, ella asintió contra mi mano, ojos ahora cerrados, con nuestros labios unidos pero sin moverse, solo esperando el momento siguiente, los movimos lentamente como intentando saborear el momento, tratando de alargarlo, como la puesta del sol lo hacía, porque las luces sé que volverían a su mirada.
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