Llevaba tiempo contemplándolo en la clase, imaginando que sus manos se encontraban, que sus cuerpos se acercaban y cada mirada era importante, aunque solo fuera casual. La ilusión crecía y disimulaba que su corazón se estremecía cada vez que lo veía.
Los días eran maravillosos porque él existía y cada vez que la miraba la hacía viajar hacia un lugar secreto, donde todo era posible entre los dos.
Sus labios nunca habían sentido la necesidad de ser besados, buscando saciar el deseo de una pasión latente. Y ahí estaban aquellos labios grandes, frescos dejándose desear. En silencio sentía que lo amaba, imaginaba que sus besos la recorrían encendiéndola y cada día crecía más la esperanza de que él sintiera lo mismo por ella.
Era el chico popular de la clase, inteligente, guapo y extrovertido seguro de sí mismo que podía enamorar a cualquier chica de la clase. Ella luchaba con sus miedos, tímida e insegura, mantenía escondida a la mujer apasionada que crecía dentro de sí, esperando vivir. Enamorarse parecía que no era para ella, hasta que lo conoció y comenzó dejar crecer la posibilidad de haber encontrado a quien amar. Su voz, su cuerpo, sus manos, cada gesto, cada ocurrencia la hacían feliz y aún más cuando él comenzó a aproximarse a ella en el juego del amor.
Como un capullo de rosa reverberando de frescura, se abría a experimentar el deseo y la pasión, con la ilusión de ser correspondida. A pesar de sentirse preparada debía enfrentar sus miedos y dejarse llevar por el impulso mágico que conecta las almas a través de un beso. Quería que él tomara la iniciativa y la sorprendiera, aunque sufría de melancolía como sí ya hubiera estado entre sus brazos sintiendo la miel y el calor de sus labios.
Toda la frescura de la adolescencia estaba a disposición para experimentar sobre lo imaginado, sin quedarse con la pena de lo nunca vivido. Debía arriesgarse como la mariposa que emprende su primer vuelo, luego de salir de su capullo, desplegando sus alas dejándose llevar por el viento. Ya no se conformaba con solo mirarlo, debía sentirlo; crecía en su interior una urgencia vital de perderse en los labios de su amado hasta quedar sin aliento y expresarle todo lo que tenía reprimido.
Mejor de lo que había deseado un día él la sorprendió tomándola por el regazo mientras estaba de espaldas, inmediatamente supo que era el momento. Ella se volvió con una sonrisa tímida en los labios, mirándolo a los ojos sin poder emitir palabras, él le correspondió con una mirada cómplice de que todo estaba dicho, y al instante viajaron a un mundo donde solo existían ellos, dos adolescentes consumando ese primer encuentro vehemente sediento de anhelo, dejaron que sus labios se conocieran en un primer beso tímido, tierno y casi eterno.
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