Como una sombra estuve allí en la noche de la última cena, para presenciar la caída del rey. Interrumpí su angustiosa oración, causándole profunda tristeza. Induje un sueño profundo a sus acompañantes, dejándolo solo en su meditación. Ni el ángel pudo fortalecerlo, sus lágrimas caían como gotas de sangre en la tierra del monte Getsemaní.
Ya se ven las antorchas que traen los soldados, vienen en su busca, con Judas a la cabeza.
Ante la espantosa escena, Juan se ha quedado paralizado, testigo del comienzo del fin.
– Buscamos a Jesús de Nazareth.
– Yo soy.
Judas se le acerca, – Salve Rabí, y lo besa en la mejilla.
– ¿Judas, con un beso traicionas al hijo del hombre?
Un frio estremecedor recorre el cuerpo de Jesús, los labios de hiel han puesto el beso de la muerte en su mejilla, de ingratitud y desilusión. En cuestión de segundos pasaron por su mente los besos de sus padres, de María cuando lavó sus pies en perfume, los recibidos por sus discípulos y los robados por sus seguidores en agradecimiento por algún milagro. Y el de la traición que confirmaba su sacrificio.
Jesús lo mira a los ojos. Llevándose las manos al rostro, el ladrón cae en cuenta del daño que ha hecho, del veneno que ha derramado en un beso. Sus labios arden al igual que su corazón, y huye del lugar.
¿Judas se arrepiente, por qué? ¿Por la dolorosa mirada de Jesús? ¿Por un milagroso renacimiento al tocar con sus labios la piel inmaculada del hijo de Dios, en el que nunca creyó y al que ahora le teme?
Devuelve las treinta monedas de plata y ruega que dejen libre a Jesús. Pero es tarde. Desesperadamente quiere arrancar los labios traidores de su boca, quemarlos, ahogarlos, todo está perdido, que la tierra se lo trague, busca un abismo para lanzarse. La mirada triste y decepcionada de Jesús lo persigue.
¿Cómo pudo traicionar a quien siempre lo amó? Siente una terrible opresión en el pecho, llora amargamente, todo está perdido y se cuelga de un árbol en el Valle de Sangre.
Pedro en un intento por defender al maestro extiende su espada y corta la oreja a un soldado. Mas tarde lo negará tres veces. Y llorará amargamente por su cobardía.
Los soldados se llevan prisionero al hijo del hombre ante la impotencia de sus seguidores. ¿Fieles?
De repente surge un júbilo entre los discípulos, una alegría inusitada, una paz desbordante que asalta mis nervios. Jesús ha resucitado. – ¿Cómo?
Murió por los pecados de la humanidad y ahora aparece ante sus discípulos, encomendándoles la tarea de liberar a la humanidad del pecado.
Arrepiéntete y no peques más. Tus faltas son perdonadas. Es la consigna.
El mensaje de amor se esparció por todo el mundo, ninguna guerra pudo detener este extraño movimiento.
Nuestra contienda continuará por la eternidad. Él, perdonando y amando a los pecadores y yo, poniendo trampas, buscando a los Judas, evitando que se arrepientan para que me acompañen al infierno.
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