Y ahí estábamos un domingo en la tarde, aún en pijama.
Durante el día no hubo nada extraordinario, nos despertamos tarde, desayunamos, hablamos del trabajo, cuentas, lista de compras, se paro sin antes terminar su café, siempre habia tenido la costumbre de dejar un poco en su taza, no importa si estaba bueno; lavamos algo de ropa, vimos un par de películas sin prestarle mayor atención.
Se levanto, apago la televisión y puso una melodía triste, no objete en absoluto, a pesar de que yo no estuviese de acuerdo, habíamos tenido diferentes discusiones durante ese mes. Dijo que había que quitarle las ultimas guayabas-fresas al árbol para que el siguiente año nos diera más y mejores frutos. Estaba cansado, y no solo de las discusiones, me encontraba agotado, sin un rumbo, sabia que ella sentía lo mismo.
Habia estado buscando la manera de pedirle distancia, mudarme con algún conocido, volvernos a encontrar, y fijar rumbo. Era lo mejor para ambos; ya no éramos los mismos.
Recuerdo perfecto ese día, la escuche suspirar derrotada, me quede mirando aquella pintura colgada en la pared, y fue ahi cuando hubo un instante en el que todo cambio, escuchaba como por fuera de la casa corrían niños, otro más andaban en bicicleta, las respectivas familias los miraban a lo lejos, los perros ladraban, el sol comenzó a brillar distinto, al menos en mis ojos.
La observe maravillado se movía con el viento, la vi buscar la escalera, como miraba el árbol para decidir donde ponerla, vi como algunas le caían sobre el pecho, sonrió, se sacudió, me miro con aquellos ojos profundos, me hele, sentía como aquella primera vez que nos miramos, me acerque a la puerta para mirarla más de cerca. Me miro sonrojada y me pregunto que tanto le miraba, ojala pudiese saber describirle lo que vi sin sonar loco.
Me acerque lento, con cautela, no quería asustarla, la tome entre mis brazos, la baje de las escaleras, la bese, sonreímos.
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