Desde que tengo 18 años he sentido por ella un amor inaudito, quizás muchos de mis amigos, por no decir todos, son testigos de lo mucho que la he amado. A menudo he ido escalando en su vida, ganando su confianza de a poco. Mientras que ella en la mía, dio pasos agigantados. Sin darme cuenta, se había convertido en un pilar. Empecé a prodigar mi amor por ella a través de mis escritos; y cuando menos lo esperé, se convirtió en mi musa.
Quizás mi peor error fue ser demasiado lento y cobarde a la hora de dar el primer paso, por ejemplo, para nuestro primer beso, fue ella la que dio la iniciativa, como si lo hubiera planeado un día antes, muy decidida. Tal vez para ella fue sólo un trámite, como cuando te sellan el pasaporte, o como cuando firmas un contrato. Mientras que para mí fue todo lo contrario: abrazarla después del beso, mientras que ella ocultaba su rostro sonrojado en mi pecho, me hizo desear pasar el resto de mi vida en medio de esa situación. Fue uno de los mejores besos de mi vida, como tiene que ser el primer beso, con tu primer amor.
Pasaron años llenos de buenos momentos y de grandes peleas; hubieron días donde estábamos tan sincronizados que parecíamos almas gemelas, pero tan bien habían días de incertidumbre, dónde ella recordaba su pasado, y la desconfianza llegaba, besos robóticos de esos que te congelan el alma. Y noches dónde me preguntaba si algún día ella podría amarme tanto como la amo yo.
Llegaba el día de mi viaje, mi vuelo estaba programado para las 11 de la mañana, llevábamos unos meses distanciados, así que decidimos pasar la noche juntos. Hablamos de mi viaje y de los meses que me quedaría en el extranjero, iniciamos la velada como dos grandes amigos, que se ponían al día y compartían planes de fin de año. Pero de pronto esa chispa repentina saltó, la compatibilidad que no veíamos en nosotros estaba de vuelta, era como si tuviera a la persona ideal frente a mí. Pusimos la película «Me Before You», y nos comparábamos con los personajes, hasta que esta terminó y me tomó de la mano, y me dijo: «Sabes que no me gustan las despedidas». La besé sin dudarlo, sus labios frescos como las gotas del rocío de las flores en primavera, fueron la sentencia de amor condenatoria; cedí ante el deseo, y abrí los ojos un instante para ver si era real, mientras ella los mantenía cerrados con una lágrima acariciando su rostro. Tengo bien grabado ese momento porque fue nuestro último beso.
No fue la distancia lo que destruyó lo nuestro, fue ella quién conoció a alguien más que en 2 meses le hizo sentir lo que en 6 años no sintió conmigo, hoy sólo me queda aferrarme a ese último beso. Si bien dicen, un beso es mucho más íntimo que una relación sexual, es por eso que lo recordaré siempre.
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