Justo estaba acabando la carrera de psicología. Me quedaba el proyecto final.
La decisión de irme sola a estudiar a Galicia no le hizo mucha gracia a mi familia. Era la hija pequeña de los siete. Todos varones menos yo. Y, siempre hubo un vínculo muy cercano hacía mi madre y los chicos de la casa. Claro que todos diferentes y cada uno con su carácter. Unos más agridulces que otros, Juan y Pedro más espabilados y sinvergüenzas. Pero con un corazón enorme.
La noche antes de irme, hicimos una fiesta de despedida. Fue la única noche que recibí más besos que en toda mi vida. Mi madre no paraba de abrazarme y besarme. Cada dos minutos tenía sus labios en mi mejilla.
-¡Me vas a quitar el maquillaje! . Bromeaba yo.
Mientras que Juan y Pedro no paraban de hacerme bromas.
– ¡Cómo te enamores de un marinero y te quedes allí, vengo, y cruzo todo Cedeira y te traigo de vuelta de inmediato! .No hacían más que hacerme rabiar.
Vino hasta mi sobrino Lucas. Tenía cuatro años. No paraba de besarme. A su manera. Me besaba mojado, jugando. Con sus finos labios y casi sin prestar atención al beso. Me besaba pringoso, después de haberse comido una regaliz roja de azúcar. Me dejó todo el moflete enganchado de azúcar. Pero me gustaba. Me hacía cosquillas,era un beso sincero, juguetón. Con risas y llantos cuando no quería separarse de mí. Aún olía a bebé. Me dejaba toda la cara con babas. Me quitaba el maquillaje, pero me daba igual. Yo, reía y lloraba al mismo tiempo de la ilusión, de la añoranza que tendría durante todo ese tiempo.
Al día siguiente. Todos me dejaron en el aeropuerto. No quisieron llorar e irse apenados. Me dieron un beso seco y fugaz cada uno de mis hermanos y se volvieron ante mí y se marcharon todos juntos.
Mamá no quisó venir, odiaba las despedidas. La dejé en la cocina de casa bastante sería. Aquella mañana me dió un abrazo corto y un beso seco y cortante en la frente.
Al instalarme en mi nueva casa, me gustó mucho la soledad y la tranquilidad que tenía. Amanecía cada mañana cerca de la Isla del Faro. Me daba vida, desayunaba en mi gran terraza que tenía ante mí. Era esencial desconectar, el silencio, las olas del mar,aire puro. Y, casi por casualidad, decidí no estar sola. Necesitaba el único aliciente para seguir mis estudios y que me llenase día a día.
Abrí el ordenador. Google. Protectora de animales.
Al llegar allí se me saltaron las lágrimas al ver todos y cada uno de los animales que habían allí. Llegué, me paré enfrente de todos vosotros y eras el único que me besaste. Mi faz húmeda, movias el rabo. Volvías a besarme, te metías en mis manos, ponías tú hocico húmedo y penetrante. Me gustaban tus besos, cálidos y frescos.
Beixo, fue tu nombre. Beso en gallego. Y, de esta manera, acabé mi carrera.
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