La vida nos da el primer beso en los labios de quién nos sostuvo en su vientre, entre vísceras y órganos, dentro de una burbuja de agua y biología.
Nos arropa, nos cuida y nos valemos de eso para existir. Llegamos al mundo y damos nuestro primer beso de aliento. Escuchamos cantares de cuna y luna, y al paso del tiempo, aprendemos a caminar, contar, leer y soñar.
Llegamos a este plano sin una estrategia, sin un camino trazado que podemos pretender elegir. Todo nuestro tiempo lo invertimos explorando, sintiendo y actuando conforme el camino se va abriendo.
Vamos a la escuela, conocemos teorías y leyes escritas por otros, con la ilusión de algún día escribirlas nosotros mismos, revolucionar el campo cuántico en el que habitamos, y así, seguimos soñando hasta que un día el tiempo de aprendizaje impuesto al fin termina y recibimos el beso del futuro prometido, una vida llena de posibilidades, viajes, personas, trabajo y el mundo nos besa con su infinito horizonte.
Nos abrimos paso, caminamos, nos enamoramos, escribimos cartas y soñamos con un futuro hermoso y completo. Una, dos, varias veces, según el destino del viajero, hasta que lo encontramos y fluimos en el beso del amor.
Un mar de sentimientos nos abruma, y de nuevo la vida nos da ese beso vulnerable que nos hace seres humanos. Lo recibimos cuando nos sentimos vivos.
Si tenemos suerte podemos llegar a besar a nuestra propia creación. Pedazos de nosotros mismos que llegan a mostrarnos el beso del amor incondicional. El placer de sostener pedacitos de alma cósmicos nos abraza, nos besa y nos completa.
Llega el turno del tiempo, que llega sin llamar a la puerta, el cabello se torna blanco espuma y aparecen líneas de expresión donde antes no existían.
Soñamos con el ayer, con el ahora y con el futuro, que con paciencia, llega a mostrarnos que este saco de carne y hueso es sólo el vehículo que nosotros mismos elegimos para transitar en este espacio y en este tiempo.
La muerte nos plantea un último beso, en donde la vida se convierte en una imagen lineal, un respiro; el último.
Lo imaginamos pensando en cómo se sentirá trascender, o bien, volver, si es nuestra elección.
Y así todo se convierte en un eco de los besos de la vida, que nos forman y nos guían, escribiendo nuestra historia, haciéndonos únicos y fugaces, convirtiéndonos en coleccionistas de besos inevitables.
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