En la penumbra de mi cuarto siento las horas que pasan lentamente, tu rostro se entrecruza entre las pinceladas de las paredes de mi cuarto e imagino que tus manos acarician mi rostro y tus ojos buscan a los míos en silencio para luego esfumarse tu figura en el viento que se cuela por la ventana.
En la penumbra de mi cuarto recuerdo hermosos momentos de cuando nos conocimos, de cuando ese día golpeaste mi hombro en el colectivo, solamente con la intensión que percatara tu presencia.
Y así fue, los días fueron diferentes en esos viajes cotidianos de la casa al trabajo, donde en cada parada subían casi las mismas personas diariamente y descendían en ese juego que ya tenía en la mente prediciendo donde bajaban. Pero con vos era diferente, no lograba saber ninguna de las dos opciones, con vos era un misterio e imposible hacer ese juego y creo que vos lo generabas, generabas esa incertidumbre de saber si subirías, de pronosticar donde bajabas.
Yo venía de un corazón roto, de creer que el amor no era para mí, que la soledad y la tristeza eran mi compañía. Vos traías tu propio equipaje, lleno de recuerdos también amargos, otros felices, pero también de soledad y desilusión. También traías un bagaje de dolores que no se olvidan, de muerte, de injusticia, de sufrimiento. Ambos veníamos con la tristeza en nuestros corazones y no queríamos otro desconsuelo.
Los días fueron pasando, los viajes ocurriendo, y un día me hablaste, un día recibí un llamado en mi casa y eras vos que preguntabas por qué hacía días que no viajaba al trabajo. Habías preguntado mi nombre, mi teléfono y sabias de mí y yo sin pensarlo. Un día te sentaste pasillo por medio cuando volví a la rutina de abordar el colectivo para ir al trabajo y volviste a hablarme, después era una rutina saludarte y a veces conversar hasta que comenzaste a sentarte a mi lado y charlábamos durante el viaje de cosas diarias, de gustos, de la vida cotidiana.
Un día me invitaste a tomar un café, y eso dio lugar a otra cita y a otro café y a otro. Y una noche de comienzos de setiembre cuando caminábamos esos paseos que hacíamos después del café, a la vuelta de la esquina me robaste un beso. Ese beso menos pensado, ese beso que selló un camino juntos, una historia de tu mano.
En la penumbra de mi cuarto se reproduce esa escena en mi mente, doy vuelta en la cama y miro la silueta que se dibuja por la luz que entra por la ventana y veo que duermes a mi lado, te abrazo, me miras como si hubieras estado recordando lo mismo.
En la penumbra de nuestro cuarto nuestros ojos se hablan en silencio, me acaricias mi rostro suave y despaciosamente y comenzamos a besarnos.
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