Natalia ingresó a la universidad cuando cumplió 18 años de edad. Durante el primer semestre en la escuela de comunicación social conoció a Gabriel, un estudiante que cursaba ingeniería en la misma casa de estudios. A partir de ese momento la relación amistosa entre ambos se convirtió en una relación de amor. En los momentos libres, ambos se encontraban en el cafetín o en los bancos de los jardines de la universidad.
Un día Natalia, mientras esperaba a Gabriel se distrajo viendo una revista, estaba tan absorta en la lectura, que no se dio cuenta de la llegada de su novio, quien se acercó a ella en silencio y le estampó un besó en el cuello. Natalia al sentir el beso, se levantó en forma brusca de su asiento y trató de huir del lugar, pero las débiles fuerzas de sus piernas se lo impidieron. Se sintió mareada y cayó al suelo. Gabriel al verla desmayada, la tomó entre sus brazos y la llevó a la enfermería. El médico de guardia examinó a la paciente y le suministró la medicación adecuada para el caso. Gabriel llamó por teléfono a los padres de su novia y les explicó la situación. En 15 minutos el padre de Natalia hizo presencia en el recinto universitario y Gabriel lo guío hasta la enfermería. El médico habló con el padre y tranquilizó su angustia.
—Su hija sufrió un shock emocional. —dijo el doctor. — Actualmente está recuperada, pero le sugiero una consulta con el psicólogo.
Desde ese día, Natalia evitaba que su amado la besara en el cuello, porque sentía el mismo malestar de cuando le sucedió por primera vez. Gabriel estaba enamorado y aceptó la condición.
Natalia asistió a consulta psicológica y después del interrogatorio preliminar, el psicólogo le realizó una terapia de visualización. Le sugirió que cerrara los ojos y con el pensamiento visualizara el momento cuando Gabriel le dio el beso.
—Qué sientes, —preguntó el psicólogo.
—Siento miedo, —exclamó Natalia.
—¿Qué te recuerda el beso? —preguntó el psicólogo.
—A mi hermano mayor, —respondió Natalia. —Cuando era niña, mi hermano sentía celos de mí y una forma de agredirme era besarme en el cuello, pero era tan fuerte la succión que hacía sobre mi piel, que me ocasionaba dolor muy intenso en el cuello y luego aparecían las huellas del chupetón. Desde ese día siento mucho miedo cuando me besan en el cuello.
— Un beso transmite afecto, pero también puede ocasionar heridas, — exclamó el psicólogo.
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