Una y otra vez, una y otra vez, vuelves, me revuelves.
¡Vuelta la burra al trigo!, me decía aquel pequeño profesor de matemáticas cuando no despejaba la x en la ecuación, cuando aún había nevera en la casa de mi abuela, nevera con bloques de hielo que traía aquel hombre conocido de Genarín y del aguardiente blanco. ¿Y la mantequilla al frigo? Me recuerda mi asistenta que a temperatura ambiente, esa grasa sólida que extiendo sobre galletas María y agrupo de dos en dos pegadas por la cara untada y mojo en leche caliente con miel y un poco de Soberano, se reblandece y, aunque se hace más manejable para mi objetivo, pierde la consistencia necesaria para poder lanzarla con el ánimo de herir. Ella me anima a endurecerla y no sé si es para que en un arrebato me abra la cabeza o para que yo, además de las galletas en bocadillo, deje de usarla como lubricante anal, porque ya quisiera yo poder utilizarla como Marlon en París con María. Por supuesto que extender mantequilla sobre galletas Tostaduca y mojarlas como un veterano ciento tres ves veces o más, permite que se desintegren y se conviertan en esa deliciosa papilla que queda en el fondo de la taza.
No sé si este texto es sobre recuerdos empapados de galleta o sobre ese beso que me empapó en San Nicolás, cuando la Alhambra se hace sombra sobre la sierra, y tus labios se amasaron, se estiraron, se hincharon y, ambos, los tuyos y los míos, dejaron allí para siempre el fulgor del atrevimiento, el resplandor del deseo interminable, la senda que no olvido de tu cuerpo, sí, como no olvido las playas en las que hicimos castillos de arena que se inundaban al subir la marea e iban desapareciendo, ni tampoco el brillo de tus empeines cuando se retiraba el agua plateada de las olas al atardecer.
¿Olvidaste mi nombre? ¿Sigo entre tus recuerdos? ¡Bobo!
Apenas resuelvo ecuaciones ya, apenas lubrico con la mantequilla dulce de Soria, apenas mojo galletas, si acaso Chiquilín, porque el mojo picón sobre la piel de patatitas cocidas es otra historia y, desde luego, no bebo aguardiente, solo tomo de vez en cuando Lagavulin 16 y a duras penas, con mucha dificultad, recuerdo la geografía de tus pliegues y apenas huelo tu rastro sin haber pasado la Covid 19, ni saboreo el caldo de tu carne sazonado con algunas lágrimas mezcladas, mías y tuyas, pero aquel cóctel de labios, jazmín, marihuana, luz y unas gotitas del aljibe de Trillo, rebota una y otra vez dentro de mi cabeza produciendo un efecto lisérgico tan maleable como la mantequilla blanda que guardo en el cajón de la cómoda que hace juego con el armario. He de sacarla de ahí para que los calcetines no rezumen, no chorreen ese viscoso y maloliente y amarillento malestar que me invade y hace que, a veces, siga besándote embelesado.
¡Beso! Baba, bebé, bucle. Recuerdo tu nombre, te nombro, te quiero.
OPINIONES Y COMENTARIOS