Estaba posando desnuda en el camarote de un trasatlántico en medio de la nada, pero no sentía pudor. Quizás él lo sintiese, aunque trataba de disimularlo. Mientras Jack me dibujaba, descubrí la fuerza que entrañaba ser observada, sin recatos ni disimulos. Era difícil no enamorarse de un hombre con tanto magnetismo que fija en ti toda su atención. Los límites de la realidad se diluían mientras él iba haciendo trazos que para mí eran un enigma. Mi único vestido era un diamante que irradiaba luz y belleza. Sentía su peso colgado de mi cuello. La calma era interrumpida por alguna pregunta que él me hacía de vez en cuando, como queriendo ahogar ese silencio que turbaba esos momentos de delirio para mí. Pero nunca paraba de dibujar. Notaba su concentración mientras le observaba el entrecejo fruncido y los ojos semicerrados. Percibí el lápiz deslizándose por el cuaderno con avidez, como si el tiempo le persiguiera y se fuera a evaporar por cada rincón de la habitación.
Cuando él reía conseguía despertar en mí ese deseo imperioso de correr a besarlo. Su risa resonaba en toda la estancia y su voz era como un eco que flotaba en el firmamento. Se entregaba en cuerpo y alma a lo que hacía. Yo ya no imaginaba una vida sin él. Me había enamorado de su espíritu aventurero y no quería hacer nada por evitar que así fuese. El mundo que existía fuera pareció haberse difuminado mientras él iba trazando formas en un papel en blanco. Nos pertenecíamos el uno al otro sin saberlo, sin haberlo provocado. Éramos presas del destino.
Pasadas unas dos horas había terminado el dibujo. Yo estaba ansiosa por ver lo que había resultado de sus elegantes trazos. Me lo enseñó. Quedé impresionada. Me veía tan bella, que no sabía si era real o fruto de su imaginación. Él dijo que la belleza era parte de mí y de esa manera los trazos avanzaban sin dilación ni esfuerzo.
Ese estado de ingravidez y magia fue roto por una voz familiar, Lovejoy me llamaba con desconcierto y tono enfadado. Decidimos escapar por los pasillos y el ascensor del barco a gran velocidad y tras atravesar las calderas llegamos a un compartimento donde había algunos vehículos. Entramos en uno de esos coches.
A partir de ese momento el deseo y la impaciencia nos invadió por completo. Jack me besó y me volví a caer rendida a sus pies. Ese beso fue el comienzo de algo que ya no pudo parar, como una necesidad desesperada y maravillosa a la vez. Ese beso me hundió en una tempestad que derretía mi cuerpo entre sus manos, mientras me acariciaba con sus finas y cálidas manos rodeando toda mi piel. Él me lanzó una mirada pícara y mi cabeza dejó de pensar, girando y girando sin parar. Fue algo arrollador, tierno e imparable. No había marcha atrás. El tiempo parecía haberse detenido en ese rincón del barco mientras desnudamos nuestras almas.
Por primera vez sentí que eso era amor.
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