Parece hasta ridículo ahora que con una app encuentras una cita, incluso sin conocerte, el trabajo que me costó autoconvencerme para invitarla al cine, “Oficial y Caballero”, hubiera preferido ir a ver “Superman”, pero me pareció más apropiada una peli romántica para nuestra primera cita.
No se puede decir que fuéramos algo más que amigos, en la pandilla sí que tonteábamos y se habían formado algunas parejas, pero ella y yo no habíamos pasado de una bonita amistad. Por supuesto que me gustaba, era guapa e inteligente, se reía con mis chistes, y parecía sincera cuando lo hacía, y eso que reconozco que lo de contar chistes nunca ha sido mi mejor faceta.
Iba mentalizado a aburrirme como una ostra, pero era un precio que estaba dispuesto a pagar por estar solo con ella casi una hora y media, sin gente del grupo alrededor, aunque fuera en silencio y en la oscuridad del cine.
Saqué las entradas, agradecí que fuera una de esas sesiones no numeradas, así que nos sentamos en las últimas filas, al mirar alrededor vi que casi todos éramos parejas.
En cuanto comenzó la peli encontré mi personaje favorito, el sargento Foley, menudo cabrón, me gustaba como puteaba al guaperas de Richard Gere, más aún cuando de reojo veía que ella sonreía cada vez que Zack Mayo salía en pantalla, tan mono él.
Y allí estábamos, disfrutando de la película, me temo que ella más que yo, tengo que reconocer que según pasaban los minutos también a mí me iba enganchando la historia. En la escena en que encuentran muerto a Sid, el compañero de Mayo, ella puso su mano sobre la mía. Sorprendido la observé, miraba la pantalla mientras una lagrima se deslizaba por su mejilla, joder, casi lloro yo.
Ya no apartó su mano, por supuesto, yo tampoco la mía, y cuando el ya oficial Zack Mayo, quien por cierto seguía cayéndome mal, entró en la fábrica, mientras sonaba “Up where we belong” de Joe Cocker, y cogió en brazos a Debra Winger volví la cabeza y la vi llorar de nuevo, me acerqué y la besé en la mejilla, ella se giró, se limpió las lágrimas, sonrió y acercó sus labios a los míos.
Solo fue eso, ni siquiera sé si puedo llamarle beso, apenas un roce, pero desde entonces, y ya hace más de cuarenta años, aquí seguimos y cada vez que ponen en la tele “Oficial y Caballero” volvemos a verla, volvemos a llorar y volvemos a besarnos, aunque mi personaje favorito siga siendo el sargento Foley y me siga cayendo rematadamente mal Richard Gere, aunque le deba tanto.
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