Un roce, una descarga eléctrica.
Morder tus labios alimentándome de ellos y beber tu saliva para saciar mi sed.
Tus labios no son carnosos ni finos. Son perfectos para perderse un rato o toda la vida, según se mire.
Estás sentado frente a mí. Ninguno sabe cómo comportarse después de tanto tiempo esperando, guardados en el congelador. Reprimiendo deseos, pasiones y uniones que parece que se olvidan, pero quién probó lo sabe.
Nos acercamos lentamente, me coges en tus brazos. Tu pectoral me da calor a través del fino jersey a pesar de la fría noche. Nos miramos a los ojos ruborizados por este momento íntimo y extraño. Mis ojos se detienen en tus labios, esa orilla frente al inmenso mar donde me tumbaría de por vida.
Me acaricias la mejilla con tu pequeño dedo. Acercas tu cara y juntas tu nariz con la mía, tu respiración me llega como un soplo de aire fresco.
Cierro los ojos y me pierdo en el inmenso universo del beso. Nuestros alientos se unen para terminar juntando nuestras bocas tímidamente. Un mínimo roce, algo tan sencillo como un simple contacto que te precipita al vacío.
Primero, esa textura. Tierna y suave, me eriza la piel, eres mi canción favorita. Después, el recorrido donde me permito saborearte abriéndome camino, donde se encuentran nuestras lenguas ansiosas por salir. Voy despacio, no quiero mostrar mi ansiedad, pero he iniciado un camino difícil de detener. La química prima y mi lado salvaje reclama atención.
Nuestras lenguas se funden lentamente para terminar combatiendo entre ellas. Se desata la guerra, las emociones emanan hacia fuera, buscan su hueco a través de nuestras bocas.
Siento el deseo más primitivo del ser humano.
Mi corazón se acelera como un potro desbocado que cabalga en mis oídos, mi estómago se prepara para despegar al cielo, la adrenalina recorre mis venas y mi cerebro es un festival de endorfinas bailando locamente.
De nuevo me siento viva, es una sensación tan maravillosa que no me puede creer que esté “prohibida”. Qué bien sabe. ¡Qué bien sabes!
Mi impaciencia se desplaza y se despiertan partes dormidas. Acalladas a la fuerza. Me tiraría todo la vida besándote.
Pero…
Abro los ojos y te veo solo a través de mi ventana, despidiéndote con la mano y preguntándome si todo lo que he sentido ha sido producto de mi imaginación o no.
¿ Ha sido tan perfecto que ni ha existido?
La sonrisa reflejada en el cristal me deja dudas.
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