Llevo casi tres horas en el aeropuerto y se acumula la demora en la salida del vuelo, nos dicen que hay mucha niebla en Madrid y no se puede aterrizar en Barajas. Vuelvo a sentarme en la sala de espera.
Encima el pasaje me ha salido carísimo, aunque hubiera gastado lo que hiciera falta. Todo se ha adelantado sobre lo previsto, si hubiera tenido la más mínima sospecha de que podía pasar no hubiera venido al congreso. He estado todo el tiempo pensando en casa, creo que el jefe se ha dado cuenta, le he pillado un par de veces mirándome con cara de pocos amigos. Aunque siempre mejor que la que puso cuando le dije que tenía que volver, que se joda.
Hay cambios en la pantalla, parece que por fin embarcamos.
Nunca se me ha hecho tan largo un vuelo. Debo tener mal aspecto, la azafata me ha preguntado si me encontraba bien. Creo que he sonreído al decirle que todo estaba ok, mentiroso.
Llegamos, corro hasta la salida, a ver si encuentro pronto un taxi.
– Al hospital, por favor, lo más rápido que pueda.
El conductor se gira y me mira, serio, asiente y se pone en marcha. No me gusta como conducen los taxistas, demasiado rápido para mi gusto, hoy lo agradezco.
Llegamos al hospital, pago con un billete que ya tengo preparado en la mano, le digo que se quede con el cambio y corro hasta recepción.
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Mi padre me está esperando, me sorprendo, no he avisado. Sonríe, me da un abrazo y me explica que ha llamado a mi empresa, a mi jefe y al aeropuerto hasta que ha averiguado mi vuelo, que gran detective se ha perdido la policía, ¡qué hombre!
Llegamos a la habitación, abre la puerta y me deja entrar, allí está, me mira y sonríe, tiene cara de estar agotada, me hace señas para que me acerque, aparta un poco la manta que tiene en brazos y me la muestra, mi hija, nuestra hija.
– Cógela.
Se ríe.
– No se va a romper
La tengo en mis brazos, creo que estoy llorando, la beso la frente, apenas poso mis labios, el beso me sabe a vida. Estoy muerto de miedo.
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Mis hermanos están en la máquina del café, me acerco, nos abrazamos sin decir nada. Me acompañan a la habitación, ninguno habla. Sentada al lado de la cama está mi madre, me acerco mientras se levanta, nos abrazamos y rompe a llorar.
– Ha preguntado por ti.
Miro la cama, a mi padre, casi no le reconozco, el hombre fuerte y poderoso que era se ha convertido en un saco de huesos. Tiene los ojos cerrados. Me acerco.
– Papá
Abre los ojos y me mira, sonríe, le doy un beso, un beso que sabe a muerte. Cierra de nuevo los ojos. El monitor cardiaco cambia de tono:
– Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
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