ASÍ DECÍA MI ABUELO

ASÍ DECÍA MI ABUELO

Maira Jimenez

20/04/2021

Así decía mi abuelo, repite siempre mi padre, cuando con facciones atónitas en nuestro rostro, ni mi hermana ni yo dábamos crédito a aquello que acababa de mencionar.

– “Cómo es posible?” – Pienso.

    No es posible que mi bisabuelo preparara un burro y decidiera emprender un viaje para llevar una carga de cebollas para vender en la vereda vecina…pero aquello que no creo, no es que tomara fuerzas posiblemente solo del cielo, porque un hombre entrado en años, campesino, con muchos hijos que mantener, con una esposa dulce, que en la casa lo esperaba siempre con una sonrisa y sin ninguna queja, aunque no recordara ni siquiera la última vez que había comprado un corte de tela en el pueblo para coserse ella misma una nueva falda que pudiera lucir en la Santa Misa del domingo; aquello que mi mente un poco contaminada quizás, por las fórmulas matemáticas que durante muchísimos semestres introduje sin piedad en mi cerebro a través de la ingeniería, era el hecho que mi bisabuelo estuviera previamente capacitado para lidiar durante su largo viaje con la compañía de la “bruja”…

    – “si eres mujer acompáñame”- decía

    – “si eres macho veté…” – finalizaba

      De solo pensar que yo pudiera sentir algún ruido fuera del normal “silencio rural” y que me permitiera estar seguro de que hay un “ser” que acompaña mi camino y que yo “no veo” hace erizar toda mi piel.

      Pues esto era el “pan de cada día” de mis bisabuelos, no había problema, se debía solo estar preparado para afrontarlo, se debía solo conocer las fórmulas mágicas para actuar correctamente según se presentara la situación.

      No había cabida al miedo, la superstición era solo un término alejado de la realidad, porque la realidad era que en cada viaje de mi bisabuelo alguien más estaba con él. Hombre o mujer no se sabía. Pero seguro alguien iba con él. Al menos según mi padre, eso decía su abuelo.

      Mi hermana, más ingeniera que yo, prefirió alejarse del momento y no escuchar la historia, porque según ella, luego no habría podido dormir.

      De otro lado, al preguntarle a mi abuela, que sabía ella de este “cuento” me responde con una sonrisa en su rostro:

      – “aja mija! eso decía mi suegro” –

        Con aún poca credibilidad en mis ojos, la interpelé:

        – “abuela, pero usted que piensa?” –

        – “aja mija, en brujas no se debe creer, pero de que las hay, las hay” –

          Y así, ella se voltea y continúa pilando el arroz, porque quizás, yo, sin darme cuenta, la había distraído de sus quehaceres matutinos, ya se había hecho tarde y ella no podía perder tiempo explicándome cosas que seguramente yo no iba a entender.

          Del mismo modo en que aún no puedo creer como la fantasía excede la razón, aún no puedo explicar diversidad de “metodologías” que ellos, mis abuelos y bisabuelos, usaban para resolver problemas que a los ojos de tantos son tan simples pero como todo, a los ojos de otros, son pruebas que la vida pone para superar, o por el contrario, para simplemente aceptar que el camino es otro y que como también decía mi bisabuelo:

          – “por ahí no es…” –

            ¡Bendita frase!: – “por ahí no es…” –

            Cada vez que la escucho, mi estomago se llena de escalofrío ya que es simplemente la confirmación de la experiencia, no de la vejez; es la ratificación que el camino que se ha elegido no es, que aunque te hayas empeñado en seguirlo, que aunque hayas gastado miles de esfuerzos, que aunque hayas invertido muchísimo tiempo, que aunque ese sea uno de los tantos sueños de tu vida, de todas formas “por ahí no es…” y no hay nada humano que se pueda hacer para cambiarlo. ¡Cuánta sabiduría en esa corta frase!

            – “Si hubiera sabido antes…” – pienso.

              De cualquier modo, ya no hay tiempo, ya no puedo regresar atrás, la única salida ahora es pensar que efectivamente aprendí y que del cielo nuevamente me mandaran las fuerzas para volver a empezar.

              Es así como nuevamente pruebo acercarme a mi abuela, que ahora está lavando algunos “trastes” que quedaron luego del bacanal que hubo, porque cuando hay sancocho y con gallina además, (porque no se puede dar por sentado que el sancocho siempre tiene gallina, pero este, el sancocho de este día, tuvo gallina y como consecuencia muchos invitados, hasta aquellos vecinos que hacía años no veías, esos también vinieron porque como dije anteriormente “hubo gallina”) la “pila de trastes” por lavar puede llegar a tener la altura e inclinación de la torre de Pisa.

              – “abuela, y como fue el matrimonio? ¿Como conoció usted a mi abuelo?” – pregunté.

                Ella con una expresión de paz que quizás nunca le había visto, me responde:

                – “y como va a ser?! ¡Como se hacía antes, como debe ser!” – replica

                  Y yo, como si estuviera escuchando mandarín, quedo en silencio a la expectativa de su historia, ¿cómo era antes? me pregunto, ¿quizás se referirá a que antes no había divorcio? ¿O que antes no elegias? ¿O quizás no es bueno elegir? En pocos segundos había ya acumulado mil cuestionamientos para ella, pero como siempre, gracias a la sabiduría que solo el ocaso de la vida puede dar, ella me sonríe y me dice:

                  – “Siéntese mija” –

                    Y finaliza mostrándome un banquito que debo acomodar muy bien sobre la superficie irregular del piso de tierra, porque si mi profesor de la cátedra de “análisis de riesgos industriales” hubiera visto, seguramente habría acordonado la zona y hubiera hecho un reporte completo de todos los posibles accidentes que en este lugar podrían ocurrir.

                    Ella suspira antes de iniciar su historia, parece que fue ayer, parece que recuerda cada momento como si los días del calendario no hubieran transcurrido, como si el tiempo no hubiera hecho mella y como si la juventud del amor estuviera aún presente.

                    – “Él llegó un día como un errante del camino a hacer negocios con mi padre” – empezó.

                    – “Mi padre me ordenó atenderlo, le preparé comida, le serví en la vajilla destinada a las visitas, esa que habíamos comprado el año anterior. Lo miré a los ojos, me di cuenta de que era mucho mayor que yo, quizás 10 o 15 años; me imaginé que venía “de paso”, traía dos mulas bien cargadas, tenía sed y estaba cansado y decidió quedarse a dormir. Le acomodé la hamaca afuera, pa’ que le diera la brisa y los mosquitos se espantaran…”- continúo.

                      Al ver el cambio de expresión en su rostro me imaginé que como en todo cuento de hadas, Cupido había hecho su aparición esa noche, la había flechado y justo en ese momento ella había sido invadida por las mariposas en el estómago de las que todos los enamorados hablan, sin embargo, para mi gran sorpresa, a mi cuestionamiento sobre lo que había sucedido, mi abuela, simplemente contestó:

                      – “Nada, al día siguiente mi papá me dijo que había llegado el momento de casarme, que me debía ir con el caballero errante”.

                        Dando crédito inmediato a todas las enseñanzas sobre riesgos y accidentes laborales de mi recordado maestro de seguridad industrial, ante esta inesperada respuesta me caí del famoso banquito, una caída seca, como dicen “los viejos del pueblo”; seguramente lo había apoyado mal, o no calculé correctamente el nivel de desviación del piso y como consecuencia de ello no utilicé la cuña adecuada para ajustarlo.

                        Tuve que reincorporarme sola, así que me levanté y usando otra silla de madera que estaba solo a unos pocos metros y que antes no pudé utilizar porque era parte del comedor y por orden de mi abuela el comedor se usaba solo para comer, no me había atrevido a solicitarla para mi comodidad; sin embargo, al ver mi espectacular ingreso al suelo, mi abuela asintió con su cabeza cuando mire el tan anhelado taburete.

                        – “Dios mío!” – interpelé, – “abuela y usted que hizo?” –

                          Casi me pongo a llorar de solo pensar el susto por el que mi dulce abuela debió haber pasado; ¿irse con un forastero?; una persona que apenas conocía, que poco sabía de su oficio, que desconocía que costumbres tenía, a donde la llevaría?

                          – ¿Porque mi bisabuelo le había dicho eso? – pensé. – Es que acaso estaba “encartado” con su hija? –

                            Si a eso sumamos que en ese entonces mi abuela era prácticamente una adolescente, opte por respirar profundo y agradecer a Dios y al universo por haberme lanzado a la tierra algunos decenios más tarde. Si yo hubiera vivido esa época quizás habría sido una mujer revolucionaria o tal vez, habría intoxicado a mi futuro prometido con mi fabricación de sancocho de gallina.

                            Ella, claramente conocía cada uno de mis pensamientos, sabía que estaba por invadirme un ataque al corazón, los tiempos habían cambiado muchísimo, pero ella, a pesar de saber que yo estaba a punto de desmayarme continuó su historia agregando:

                            – “Me fui con él. Estaba segura de que todo saldría bien, no necesitaba nada diferente a aquello que tu abuelo podría ofrecerme. A mis 14 años estaba convencida que él podría ser mi compañero de toda la vida. Y así fue. ¡No me faltò nada! ¡Tuve 7 hijos, a quienes crie como deben ser criados todos los niños mija! Con cebolla y panela…pa’ que crezcan pa’ que sean fuertes, pa’ que puedan arriar la mula y pa’ que ayuden al papá”.

                              Con todo el asombro que mi boca abierta de par en par podría manifestar, quise entender de donde podría producirse un éxito familiar de tal tipo con una persona a quien apenas acababa de conocer.

                              – “abuela, pero usted lo amaba?”

                              – “claro! – me contestó. – “era el amor de mi vida”.

                                Mientras se levanta de la silla y se dirige a la cocina para hacer un dulce de papaya, me mira y replica:

                                – “Mija, yo se lo he dicho: Usted pa’ conseguir marido, tiene que cambiar. Al hombre hay que atenderlo, hay que cuidarlo, hay que acompañarlo, pa’ que le vaya bien, pa’ que se sepa que tiene mujer.”

                                  Luego de este final de historia, absolutamente desalentador para mí, ya que efectivamente, si la teoría de mi abuela era cierta, mis probabilidades de casarme eran remotas, simplemente porque me parecía difícil ocuparme de una casa en la cual solo habitaba conmigo misma, no lograba ni siquiera imaginar como sería ocuparme de alguien más. Ella, viendo mi desilusión en los ojos me mira y me dice:

                                  – “tranquila mija, ya cambiará” –

                                  – “cambiar?” – pensé. – pero ¿cómo? …Imposible! – continúe con estas ideas vagas en mi cabeza…

                                    Aquello que perturbaba aún más mi mente, era el hecho, que ella hablaba de mi abuelo con más amor que cuando lo conoció, con tanto aprecio que se volvió su devoción, nada pudo acabar con ese precioso sentimiento, ni siquiera la ausencia de mi abuelo, ni siquiera ese infarto que se lo había llevado 15 años atrás. Ella prefirió guardarlo persistentemente en su corazón, cada uno de sus pensamientos fue siempre para él.

                                    Incluso ahora, cuando con el pasar de los calendarios, las inclemencias de la vida y viendo que todos sus hijos ya estaban bien, decidió aislarse en ese mundo insondable de la mente humana, en ese laberinto sin solución que es el cerebro y aunque cuando me ve, no me reconoce y me llama con otro nombre, aún en sus ojos veo esa sabiduría y ese conocimiento profundo e inexplicable de la vida y que a ella le da siempre una eterna convicción.

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