El Encantador de Historias

El Encantador de Historias

Angeles

20/04/2021

El heroísmo sostiene sobre sus hombros múltiples connotaciones; médicos salvando vidas a lo largo y ancho de las alas de un hospital, recorriendo con tenacidad toda la envergadura del mismo para auxiliar a sus pacientes, también lo vemos reflejado en la valentía de los soldados, la policía, marina y demás miembros de la fuerza pública, que exponen su propia seguridad para salvaguardar la de la población civil. Existen muchas clases de héroes, y aunque recuerdo que un célebre autor citaba las tragedias que cargan en su espalda cada uno de ellos, mi héroe me enseñó a ver las cosas desde una percepción alegre, como una ventana mágica e incorruptible que proyecta el lado amable de la vida, haciendo de la humanidad un verdadero milagro. Lo conozco desde que nací, incluso podría asegurar haberlo escuchado antes de mi natalicio, hablándome a través del vientre de mamá, colocándole en la panza auriculares que emitían la música de su predilección, el jazz y el blues; las finas voces de Barry White y Frank Sinatra cantándome a capela, terminando por hipnotizarme con las exquisitas notas improvisadas que salían desde el interior de la trompeta de Víctor “Vitín Paz”.

Era un cálido atardecer a finales de los años 70s, las hojas secas caían de los árboles haciendo una alfombra natural en las aceras de ese callejón sin salida donde se escuchaba una música de rock and roll desde un portal cercano, mientras yo asomado desde la ventana veía las personas pasar mientras esperaba con ansias la llegada de mi papá. El siempre que venía tenía una historia que contarme de alguna gran aventura o hazaña que había tenido durante su día. Y luego escuchaba con mucha atención y preguntaba queriendo descubrir cada detalle de lo que había sido para mí ese día, era para mí el mejor momento del día. Escuché a lo lejos sus zapatos sonar como si bailara un tap al mejor estilo de Shirley Temple, con una mirada un tanto perdida en el horizonte, pero aquella sonrisa llena de esperanza que solía tener en su rostro. Escuché a la vecina comentarle a su esposo – Ahí viene Rodrigo otro día temprano, lo más probable que aún no consiga trabajo, que situación difícil estamos viviendo en el país con la alta tasa de desempleo. No dejé que llegara completamente a casa cuando salí corriendo por la vereda para darle un abrazo de esos fuertes que el solía decir que eran de un gol en el último minuto para ganar el partido. Siempre le ayudaba a cargar los paquetes del súper que traía. Esta vez solo era una bolsa y mirándole a los ojos le pregunté – ¿es verdad lo que dijo la Señora Mirna de que no has conseguido empleo? Me miró con una sonrisa de esas que solía dar llena de esperanza y me dijo con una voz de un locutor entusiasmado narrando un partido.

— No vas a creer lo que tengo que contarte. — dijo, mientras entramos a casa, me senté en la mesa del comedor escuchándole atentamente mientras sacaba lo que había traído del súper y preparaba con eso algo para cenar. —Estaba caminando por la Avenida Central cuando un señor con voz de tenor se me acercó y me dijo que con mi estatura y peso era la persona indicada para participar de una competencia donde distintos atletas se enfrentarían por un Gran Premio el cual el consideraba yo podía ganar. Así que me inscribí y en los próximos días estaré haciendo una dieta para preparar mi cuerpo. —continúo, mientras me servía un emparedado con un vaso de jugo y el mostraba su musculatura para hacerme reír al tomarse solo un café.

Pasaron algunos días y cada tarde al regresar me contaba las distintas pruebas que tenía que superar para lograr quedar entre los mejores, había adelgazado un poco según por la dieta rigurosa que era parte de la competencia que ya estaba por ganar. Un día llegó más tarde de lo acostumbrado de los últimos días con más paquetes del súper contándome cada uno de los retos que diariamente le ponían, correr distancias grandes, atravesar distintos obstáculos y que hasta el momento seguía en la posición de los mejores pero que se tenía que retirar para darle oportunidad a los más nuevos. Había comenzado a trabajar.

Transcurrieron los años y la situación en el país se había agravado, no solo eran las altas tasas de desempleo, pero habían surgido grupos subversivos que estaban alterando la paz doblegando a las personas en distintos sectores de la ciudad. Me encontraba terminando de preparar un ensayo del Colegio cuando papá llegó y me dijo lo hermosa que estaba la tarde para ir juntos a caminar. Rápidamente dejé el trabajo que de 1000 palabras solo tenía unas 55 esperando que al salir sugiera toda la inspiración necesaria para terminar dicho proyecto. Fui por mis tenis, y salimos a caminar por los callejones donde se sentía una brisa fuerte que silbaba en nuestros oídos. Papá compartiendo alguna de sus hazañas cuando unas personas con armas se nos acercaron y gritándonos nos hicieron montar en la parte de atrás de una camioneta. Asustado miré a mi papá un poco confundido y atemorizado con la situación y el me guiñó el ojo mientras me daba una de sus sonrisas que calmaban la tempestad. Mientras los hombres nos gritaban con improperios a medida que se iba llenando la camioneta, el en una voz casi susurrando me dijo – hijo, no tengas miedo, todo esto es parte de una gran aventura que preparé para que disfrutemos juntos. Con esa seguridad en su mirada le sonreí y le dije que estaba preparado para la aventura.

Luego de un viaje incómodo de varias horas, en una carretera que por sus sobre saltos me hacía recordar las veces que fui a una feria a montar el tagadad. Llegamos a un puerto donde nos esperaban otras personas que con improperios nos dirigían hacia una lancha que nos dirigiría hacia el lugar donde nos querían llevar. La lancha iba rápidamente saltando en un mar profundo y picado. El cabecilla del grupo con ímpetu de comandante de un gran ejército en tiempo de guerra nos informó que estaríamos llegando a una isla y que los últimos metros seríamos lanzados al mar.

—Salten bastardos, veremos quién de ustedes llega a la orilla, y para que estén al tanto en este mar hay tiburones. —sentenció.

Miré a papá con cara de angustia cómo cuando uno iba al dentista y el me regresó la mirada con esa risa que lo caracterizaba.

—Hijo ahora comienza la aventura. — dijo a la par que me regalaba su sonrisa gentil. — Vamos a nadar que nos espera mucho más, eso de los tiburones solo lo dicen para que nos retiremos, pero nosotros no somos de los que se dejan amedrentar fácilmente ¿cierto?

Aquellos hombres uniformados iban lanzando uno por uno a las personas al mar. Llegó el momento en que nos tiraron y el grito con voz de júbilo:

—¡Vamos! —

Ya estando en aguas salinas, me explicaba cómo en cada metro que nos acercábamos a la orilla estábamos acumulando puntos para la siguiente aventura. No dejó de animarme a medida que contaba otras aventuras a las cuales él había en años anteriores participado. Sin darnos cuenta habíamos llegado a la orilla donde nos recibían con garrotazos al salir del agua.

—Primera prueba superada. — me susurró.

Nos sentamos a esperar a que salieran las otras personas que estaban en la lancha con nosotros. Era tal adrenalina que luego nos causó risa cada vez que salía alguien corriendo esquivando los garrotazos. Estuvimos cuatro días en esta isla sobreviviendo a todo lo que uno se puede imaginar. Mi padre como había crecido en el campo, sabía usar el machete, lo cual fue una ventaja con el resto del grupo. Las comidas no las servían en la mano y el hizo un plato utilizando una calabaza y con otro un vaso para tomar agua.

—Ya casi vamos a ganar hijo, ánimo. — me dijo justo antes que uno de los opresores se acordó que mi papá, quien le había ayudado en un momento difícil cuando era profesor en la Ciudad de Colón.

—Señor Rodrigo. —gritó el hombre. — ¿Se acuerda de mí? — Mi padre solo miró con una sonrisa tratando de hacer memoria a lo que él, le dijo que siempre estaba agradecido por sus palabras de ánimo en ese momento decrisis en el que se encontraba. Luego nos dijo que en la tarde salía una lancha de regreso y que nos iba ayudar para salir de ahí. Y así fue a las 4:30pm de la tarde nos llamaron y sin pagar alguna recompensa y mi papá guiñándome el ojo y con su sonrisa.

—¡Lo logramos hijo, que buena aventura! —exclamó.

Unas cuentas décadas más pasaron y fui a visitar a mi padre ya anciano. Al verme llegar a casa se levantó desde el portal con algunos pasó lentos, pero con aquella misma sonrisa que me recordó cuando le esperaba cada día al regresar. Me preparó un café y me comenzó a contar que iba emprender un viaje especial el cual ya faltaba poco para iniciar. Iría hacia la luna en una cápsula en forma de ataúd y que los científicos habían encontrado una forma de llegar más rápido adentro de la tierra.

—Tu madre cuando eras un bebé se adelantó para preparar todo antes de que llegáramos. —profirió. — Yo me voy ahora para ayudarla, pero ustedes aún les falta muchos años para venirnos a visitar. Este lugar es maravilloso, lleno de magia y aventuras. —suspiró y me miró. —Aun cuando te voy a extrañar hijo y a tu hermosa familia, estoy muy emocionado de este viaje y encontrarme con tu mamá.

Seguimos platicando toda la tarde escuchando cada una de sus historias encantadoras, llenas de aventuras y acción, hasta que el Sol se ocultó para darle oportunidad a la Luna y las Estrellas brillar. Me levanté para despedirme, el sosteniéndose de mi se levantó y me dio ese abrazo de gol.

—Eres el mejor compañero de aventuras que existe, ahora toca seguir con tus hijos compartiendo cada momento enseñándoles a valorar desde distintas perspectivas. —dijo con voz ya algo temblorosa.

Antes de salir del portón de su casa, miré una vez más para despedirme y él con entusiasmo saludó mientras me regalaba esa sonrisa cálida y me decía:

—¡Te amo hijo, nos vemos en la próxima aventura!

—Te amo papá ahí estaré. — le respondí y me alejé caminado hacia mi casa a una cuadra mientras iba recordando cada historia y aventura que desde pequeño él me contó.

Me hizo ver los momentos difíciles de la vida con una perspectiva diferente, que eran pruebas como en cualquier competencia que con creatividad y esfuerzo podíamos superar. Llegué a casa abracé a mis hijos, le di un beso a mi esposa y mientras nos sentábamos a la mesa a cenar les compartí la última hazaña del abuelo, los niños muy atentos y riendo mientras en el fondo se escuchaba My Way de Frank Sinatra.

Fin.

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