Había una vez un pequeño pueblo de pequeñas casas, alrededor de una pequeña montaña. Estas casas eran ya antiguas, con paredes grises desconchadas y puertas agrietadas que chirriaban como quejándose con solo notar el soplido del viento. Sin embargo, su interior era joven, pues en todas las casas había niños alborotados con sus tablets, sus videoconsolas y bueno, con todos esos aparatos pantallísticos con los que los niños juegan ahora. Los soplidos del viento exterior se transformaban en resoplidos de las familias deseando que sus hijos e hijas salieran a jugar un rato a la calle y así poder dormir la siesta, leer un libro o hacer esas misteriosas cosas de mayores. Pero había una casa diferente en este pueblo. Alejada, en lo alto de la montaña, había una casa solitaria que por mucho que pasara el tiempo siempre se mantenía nueva y reluciente. Hasta el aire que había a su alrededor parecía iluminarse de colorines y al contrario que el resto de casas, aquí no vivía ningún niño, sino un grupo de ancianas tan viejas como el propio pueblo. Su edad exacta era un secreto, pero como ocurre en todos los viejos pueblos, los secretos son a voces y la gente calculaba que ya habían pasado los cien años o más. ¿Más de cien años? ¿Cómo es posible? Os estaréis preguntando. Pues es otro secreto a voces del pueblo ¡y es que estas ancianas en realidad eran brujas!
Al anochecer, las ventanas de la casa dejaban entrever las sombras de lo que estaba sucediendo dentro. Toda una fiesta de pociones mágicas preparadas en un gran caldero hacía que se escaparan todos esos colores infinitos que decoraban el exterior. Desde el pueblo podías escuchar las risas y si ponías mucha atención, hasta los conjuros de las brujas alocadas por su magia.
–Atención hermanas –decía una de las brujas armada con un enorme libro de hechizos entre las manos –, veamos qué poción preparamos esta noche ¿Poción de invisibilidad?
–No, esa ya la hicimos la semana pasada.
–¿Y la poción de la risa? –decía otra mientras le robaba el libro y buscaba entre las páginas –Esa es muy divertida, y hace mucho que no la probamos.
–Tampoco, algo que sea totalmente nuevo. Déjame ver… ¡Mirad esta! –exclamó ojeando el libro –Poción de pedorretas. Esta no la hemos hecho nunca.
–¿Pedorretas? ¡Qué asco! –le contestó otra mientras se tapaba la nariz.
–Está bien, entonces elije tu una.
–Yo siempre he querido saber qué se siente al respirar bajo el mar ¿por qué no hacemos una poción para eso?
–¡Pero si aquí no hay mar! –las brujas se empezaban a impacientar –¿Acaso estás ciega? Vivimos en una montaña, en las montañas no hay mar. Como mucho podríamos probarlo dentro de la bañera.
–¿En la bañera? Pues vaya aburrimiento.
No había forma de aclararse y se formó un jaleo tremendo. En medio de la discusión el libro mágico salió volando y se estampó contra el suelo. Entonces una de las brujas se acercó a él y se le iluminaron los ojos.
–¡Silencio! –gritaba –Silencio hermanas, ya lo tengo.
Todas las brujas dejaron de discutir y volvieron a colocarse los sombreros.
–¿No estáis hasta el moño de escuchar crujir vuestros huesos?
–Sí –dijeron todas extrañadas por la pregunta.
–¿Y no estáis hartas de que en el espejo solo haya arrugas y canas?
–Sí
–¿Y que me decís de esa sensación constante de que te estás olvidando de algo? ¿No estáis hartas de eso?
–Oye, que nos va a dar una depresión, ¿a dónde quieres ir a parar?
–¡Última pregunta! –interrumpió la bruja –¿No echáis de menos salir a jugar, corretear por la montaña, saltar y bailar?
–¡Ay sí, eso sería genial!
–Pues hermanas, he encontrado la poción perfecta ¡la poción de la juventud! Con ella nos convertiremos en niñas por un día y podremos volver a hace todo lo que hacíamos entonces.
Todas las brujas lo celebraron con un enorme griterío que hacía temblar la propia montaña. Estaban muy emocionadas con la idea.
–Hermanas estoy ansiosa por volver a jugar como cuando éramos niñas –dijo una de las brujas –. Veamos que dice el libro de conjuros.
Revisaron el libro y fueron mezclando los ingredientes en el caldero. Primero, las huellas de un gato, después unas barbas de mujer, raíz de montaña, una pizca de aliento de pez y finalmente saliva de pájaro.
–¡Esperad, hay un ingrediente más! –exclamó una bruja –Pelos de niño y niña.
–¡Qué desastre! –gritaba otra mientras rebuscaba en la estantería de ingredientes –No queda ni uno.
–Por las verrugas de mi abuela ¿Cómo es posible? Pero si la semana pasada estaba lleno ¿Quién ha gastado todos los pelos del bote?
Una de las brujas levantó un dedo asustada mientras agachaba el sombrero y dibujaba pequeños círculos en el suelo con sus picudas botas.
–¿Recordáis que siempre hemos querido tener un gato mágico? –dijo la bruja asustadiza –Pues tengo una noticia buena y otra mala. La buena es que resolví el acertijo del libro y encontré las palabras para conseguirlo.
–¿y la mala?
–La mala es que también necesitaba pelos de gato, pero como no encontré utilicé los de los niños.
–¡Un momento! Si has conseguido hacer el conjuro ¿dónde está el gato?
–Bueno, en realidad son dos malas noticias –decía la bruja mientras rebuscaba en uno de los bolsillos de su vestido –, no había pelos suficientes para un gato en el bote, así que ahora tenemos una rata mágica.
La bruja les enseñó al pequeño animal y a ninguna pareció hacerle mucha ilusión.
–¡Ahg, rasca plisqui plusqui plum! –gritaban enfurecidas.
Una vez digerido el enfado, decidieron que era el momento de hacerle una visita al pueblo. Con tres taconazos de sus botas activaron su escobas voladoras e iluminadas por la luna llena volaron hasta el pueblo para buscar algún niño desprevenido al que robarle un pelo.
–Nos dividiremos y cada una irá a una casa. Pero recordad lo que dice el libro de conjuros. La poción solo funcionará si nos regalan los pelos, no podemos arrancárselos de sus cabezotas.
Así que cada bruja pensó un plan para conseguir que los niños y niñas del pueblo les regalasen algunos pelillos. A una se le ocurrió hacerse pasar por una señora calva que estaba recogiendo pelo para hacerse una peluca la mar de moderna. Otra se transformó en un piojo y buscó entre algunas cabecillas hasta que encontró a toda una familia de piojos que muy amablemente le regalaron un par de pelos que les sobraban. Y otra decidió no complicarse mucho y con un conjuro de hipnosis hizo que una niña le regalase un pelo larguísimo de una trenza que casi les llegaba a los pies.
Con la misión cumplida volvieron con las escobas hasta la casa de la colina. Todos los ingredientes estaban en el caldero, solo faltaba pronunciar las palabras mágicas.
–Listi plisti, esluz clus clus, pelis pelis ñitis ñitis, lavski lavski lem.
–¡Otra vez hermanas!
– Listi plisti, esluz clus clus, pelis pelis ñitis ñitis, lavski lavski lem.
–¡Más fuerte!
– ¡Listi plisti, esluz clus clus, pelis pelis ñitis ñitis, lavski lavski lem!
El caldero comenzó a burbujear. Las pompas saltaban inundando de colores toda la casa. Cada bruja dio un sorbo del cucharon y entonces sus cuerpos empezaron a cambiar. Las ropas les arrastraban por el suelo, los sombreros les tapaban los ojos y todas las arrugas habían desaparecido. La poción había funcionado, volvían a ser niñas de nuevo y se pasaron toda la noche jugando a sus juegos favoritos. Al sambori, a la goma, al zapatero remendón, saltando a la cuerda sus canciones preferidas, El cartero, Pan y vino Tocino, La barquita… No faltaron tampoco los juegos con pelota y rebote o el siempre divertido el gato y el ratón. Incluso se atrevieron a hacer una batalla de trincheras a pedradas.
–Hermanas, ¿qué os parece si vamos al pueblo a buscar otros niños y niñas? así aprenderíamos a qué juegan ahora –Se le ocurrió a una de las brujas.
–Buena idea hermana –contestó otra –, a por las escobas.
Así que al amanecer decidieron ir hasta el pueblo y así buscar otros niños con los que jugar. Les costo mucho poder manejar las escobas con unas manos tan pequeñitas ¡alguna casi se cae por el camino!
Una vez en el pueblo se pasaron el día entero descubriendo nuevos juegos que no conocían.
–¿Play Station? ¿Qué es Play Station? –preguntaba extrañada una bruja –¿Eso se come?
–¿No conoces la Play Station? –la niña no se lo podía creer –Ven a mi casa, tengo un motón de juegos que te van a encantar. De carreras de coches, de peleas, de deportes, de aventuras, de construir ciudades…
–¿Todo eso cabe en tu casa? Debe ser una casa gigantesca.
Así se pasaron todo el día. Ellas les enseñaron todos los juegos clásicos que conocían y los niños y niñas del pueblo hicieron lo mismo. No descansaron ni un minuto, tenían que aprovechar el efecto de la poción. Pero de tanto jugar no se dieron cuenta de la hora que era y cuando empezó a anochecer sus barrigas comenzaron a rugir.
–Oh, oh. Es la hora. Hay que volver a casa antes de que nos transformemos de nuevo.
Intentaron llegar a las escobas, pero antes de echar a volar sus cuerpos cambiaron otra vez y todas las arrugas volvieron a ser visibles. Volvían a ser ancianas con canas, dolor de cadera y patas de gallo. Al principio los niños y niñas del pueblo se asustaron mucho, pero pronto comprendieron que eran las brujas haciendo otra vez una de las suyas. Las pobres brujas estaban muy tristes, pues se habían quedado con ganas de más juego.
–¿Por qué estáis tan tristes brujas? –Les preguntó una niña.
–Es que ahora que volvemos a ser viejas, ya no podremos jugar más con vosotras.
–¿Y eso quien lo dice? –les respondió la niña –Las personas mayores también pueden jugar. Además, con vuestra magia podemos hacer juegos divertidísimos. Hoy lo hemos pasado requetebién, pero imaginad a todo lo que podríamos jugar si nos enseñarais a hacer magia igual que vosotras.
–Podríamos hacer realidad todas las aventuras de la videoconsola –dijo la niña de la Play Station muy emocionada.
–¿Entonces no os importa que seamos viejas pellejas?
–¡Para nada!
–¡Ay qué alegría más grande! –la tristeza de las brujas se empezaba a transformar en felicidad. –De acuerdo, mañana volveremos con nuestro libro de conjuros y os daremos la primera lección mágica. Quedamos a las doce y media en la plaza. Tenéis que traer un sombrero y un cucharón. Nosotras nos ocupamos del resto.
Desde aquella tarde, las brujas vuelan con sus escobas hasta el pueblo todos los días y junto a los niños y niñas preparan juegos llenos de magia sin importar ni las arrugas, ni las canas.
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