Estoy contigo

Estoy contigo

Juan Juárez

11/04/2021

Estaba sentado a la orilla de aquel lugar en el que tanto tiempo pasamos juntos y en un momento recordé todo. Sonará extraño pero tengo tu imagen grabada en mi mente desde el primer día en el que me cargaste en tus brazos y aún puedo recordar las primeras palabras que me dijiste: –bienvenido al mundo—

No comprendo si esos recuerdos son reales o si mi mente ha jugado con mi memoria y ha creado esas escenas vivas en las que se supone que yo aún no tenía conciencia; sea como sea, no importa; no las quiero olvidar nunca.

Todavía tengo en mi mente la canción que me cantabas cuando tenía miedo, aquella que decía:

–Calla mi vida, no hay que llorar; que el miedo no entre en ti. Siempre valiente te debes mostrar para la vida vivir–

Mi mente ha guardado los recuerdos más dulces de nuestra convivencia, esos en los que nos reíamos y éramos felices.  También recuerdo tus palabras cuando fui por primera vez a la escuela y llorando sostenía tu mano para no dejarte ir.

–Más tarde volveré por ti, tienes que ser valiente—me dijiste, mientras yo seguía con el llanto.

Cuando solté tu mano y te vi alejarte de mí por primera vez no supe que hacer, tal vez hayan sido cosas de niño, pero aun siendo un niño pequeño sabía que algún día tendría que soltarte y esta vez no volverías por mí.  Ese primer día de escuela, superado el momento de llanto la pasé bien, había hecho algunos amigos y en el receso pudimos jugar; la parte más feliz fue cuando a la salida te vi sentada esperándome con una gran sonrisa y al acercarme a ti me abrazaste y dijiste.

–ves como si eres valiente—

Salimos de la escuela y tomado de la mano me llevaste a casa; así fue por mucho tiempo.

Cuando cumplí ocho años recuerdo con tanto amor que me regalaste a mi primera mascota; era un perrito que habías encontrado abandonado y lo llevaste a casa para mí, la emoción era tan grande que incluso olvidé agradecerte por el regalo y salí corriendo a jugar con mi nuevo amigo a quien nombre Rocky; estaba tan feliz.

Juntos vimos crecer a Rocky y me enseñaste a alimentarlo, me enseñaste a hacerme responsable por mi amigo y a enmendar los alborotos que ocasionaba, no me había dado cuenta que con mi perrito me enseñaste a ser una buena persona hasta el día de hoy.

En casa siempre me inculcaste valores, nunca permitiste que fuera una persona conformista, me ayudaste a crecer y me enseñaste a ser independiente. A los nueve años me enseñaste cocinar, ya antes había cocinado pero no pasaba de hacer huevos, ahora me enseñabas a preparar comidas un poco más elaboradas y me decías que un hombre debe saber cocinar porque algún día tendría que quedarse solo y tendría que sobrevivir por su cuenta.  Esas palabras me aterraban un poco pues sabía bien que lo decías porque algún día ya no estarías conmigo, pero no quería pensar en eso, solo quería aprender a cocinar y especialmente pasar tiempo contigo.

Gracias a ti me volví más independiente, sabía cocinar y hacer los quehaceres de la casa, aprendí a distribuir mi tiempo y sabía bien que debía cumplir con mis obligaciones, especialmente con la escuela.

Así transcurrió el tiempo; siempre fui bueno en los estudios, siempre me ayudabas cuando no entendía algo incluso si tú tampoco lo entendías, siempre estuviste conmigo cuando era necesario y gracias a ti fui campeón de oratoria y deletreo. Siempre me decías que estabas orgullosa de mí y eso me hacía sentir muy bien.

El día que salí de la primaria nunca lo olvidaré; me despertaste temprano para que me bañara, me cambiara de ropa y desayunara lo mejor posible, adormilado apenas si quería caminar; eran como las ocho de la mañana cuando llegamos a la escuela, estaban todos mis compañeros con sus padres y otros familiares y creo que sin querer fue la primera vez que te hice sentir mal al preguntarte: ¿Por qué solo tú vienes conmigo? Y no obtuve respuesta por un largo tiempo.

Cuando inició la ceremonia y llegó el momento de recibir mi diploma mi ser entero se llenó de felicidad al ver tu rostro y tus ojos casi lloros de alegría por mi primer diploma de promoción, creo que estabas más emocionada tú que yo. Fui creciendo. Y sin darme cuenta también ibas creciendo tú, nunca me dejaste de ayudar y de apoyar.

Unas semanas más tarde sufrí la primera pérdida dolorosa cuando alguna persona sin corazón envenenó a mi perrito, todavía recuerdo el llanto inconsolable que tuve, no solo habían matado a mi mascota, con él mataron una parte de mi ser; cuando eso sucedió me abrazaste fuerte y tratabas de consolarme. Abrimos un agujero en el jardín y enterramos a mi amigo Rocky; durante un tiempo estuve mal pero siempre trataste de animarme y de hacerme sentir mejor. Pasó el tiempo y volví a estar tranquilo.

A los catorce años descubrí un pequeño talento para la música, me apasionó ver a mi profesora de curso tocando varios instrumentos y quise probar, resultó que era hábil para ejecutar guitarra y algunos otros instrumentos, cuando te contaba todo eso y te insistía en poder salir a practicar siempre sonreías y con una voz suave pero firme me decías:

–Está bien pero no descuides lo demás—

Por un tiempo estuve tranquilo, pero cuando uno crece, crecen también las dudas y la que más me inquietaba a mí era el por qué solo te tenía a ti si mis demás compañeros tenían a mamá y a papá.

Tenía quince años y era consiente para ese entonces que la respuesta nos iba a afectar a ambos, pero si seguía con esa duda iba a explotar de la angustia así que un día de marzo, con miedo me acerqué a ti y te pregunté: ¿Por qué solo somos tu y yo?

Creo que ambos nos derrumbamos cuando terminé de preguntar. Siempre había tenido esa duda y no me atrevía a decírtela por temor a lo que pudiera pasar. Pero ya sabía la razón; únicamente quería oír de ti una respuesta para atenuar mi inquietud. A los dos nos brotaron las lágrimas, me abrazaste y en tu respuesta encontré el alivio que necesitaba al escuchar las palabras: –Porque te amo—

No era la respuesta que esperaba, pero tras escucharte decir esas palabras no necesité nada más.

Ese mismo año tendría mi graduación del nivel medio, siempre traté de ser bueno para que estuvieras feliz y orgullosa de mí.  El día que me gradué volví a ver esos ojos llenos de orgullo que hicieron que estuviera a punto de llorar de felicidad al saber que había alguien que estaba ahí para mí. La sorpresa más grande fue al siguiente día; me dejaste dormir hasta tarde y cuando desperté habías hecho mi comida favorita y me esperabas para que ambos comiéramos.

Al terminar saliste un rato y al entrar llevabas contigo uno de los tesoros que aún conservo con celos y con amor, pues sé que en ese obsequio está parte de ti. Me regalaste una guitarra, mi emoción fue tanta que dejé a un lado la comida y corrí a agarrarla, fue tanta mi alegría que las lágrimas brotaron por tan hermoso obsequio. Practiqué por mucho tiempo y compuse algunas canciones que te cantaba en algunas ocasiones. Sabía perfectamente que no era el mejor guitarrista ni el mejor cantante, pero me hacía tan feliz verte sentada escuchando lo que había hecho para ti, pero al crecer todo fue mermando poco a poco. 

Pasó el tiempo, había entrado a la universidad y dejé a un lado mi guitarra, solo la tocaba ocasionalmente cuando me lo pedías, pero los desvelos y todo lo que tenía que hacer me habían alejado un poco de ti, pero siempre estuviste apoyándome. Conseguí mi primer empleo en una cafetería con el que solventé mis estudios pues sabía que todos los gastos de mi carrera debían correr por mi cuenta, trabajaba por las mañanas y parte de la tarde y estudiaba por las noches, era muy poco el tiempo que podía pasar contigo, pero siempre estabas dispuesta a ayudarme en lo que pudieras.

Así fue por varios años hasta que logré graduarme de la universidad. Estaba tan feliz porque todo había valido la pena, gracias a mi desempeño y esfuerzo había podido conseguir un trabajo estable en una empresa. En mi mente me decía constantemente que al fin iba poder compensar todo lo que habías hecho por mi desde niño, estaba feliz pero también me invadía el miedo; miedo al tiempo tan cruel que un día te arrebataría de mi lado, eso me espantaba y me acongojaba al punto de hacerme llorar, pero sabía perfectamente que eso era inevitable.

Cumplí veintitrés años y trataba de consentirte en todo lo que pudiera, había crecido y tú también; algunas semanas más tarde me di cuenta que algo estaba sucediendo, de un día a otro comenzabas a olvidar algunas cosas, me preocupe, pero tu insistías en estar bien; quizá lo hacías para no preocuparme y yo fingía creerte para no hacerte sentir mal, pero por dentro sabía que algo pasaba y estoy seguro que tú también lo sabías.

Todo empeoró y casi todo lo has olvidado.

Ahora que he cumplido veinticinco años me gustaría dar marcha atrás al tiempo para intentar hacer algo que impidiera que olvidaras, me encantaría poder devolverte tus recuerdos y revivir los momentos que pasamos juntos, aquellos momentos en los que tus ojos me veían con orgullo y con felicidad, aquellos momentos que me abrazabas porque algo me había asustado o algo me había sucedido; quisiera recordar contigo las penas y las angustias, quisiera que recordaras nuestra vida.

Quizá ahora que estoy frente a ti no recuerdes quien soy, pero te juro que yo trataré de nunca olvidar quien eres tú, me duele saber que tu memoria se escapa con mi vida persiguiéndola detrás y me duele aún más saber que un día la vida te separará completamente de mí, pero mientras vivas trataré de recordar contigo y de susurrar a tu oído que estoy contigo, para ti y por ti.

No quiero soltar tu mano, no quiero que los recuerdos mueran, no quiero que la persona que abrazó mi ser y conoció mi alma se extinga, no quiero perderte en vida pero no sé qué hacer, creo que solo debo resignarme a que tus recuerdos se los lleve el viento.

Abuela linda, tal vez hayas olvidado todo, pero en los efímeros momentos de lucidez, cuando me recuerdas y me dices te amo, mi vida se reinicia y la felicidad vuelve a mí. Mi viejita linda, te amo y a pesar del olvido quiero creer que sabes que yo siempre estoy contigo y siempre lo estaré.

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