—Hola. ¿Fernando?
—Hola. Sí. ¿Quién habla?
—Bueno, no hay forma de hacer esto de manera sencilla así que ahí va: soy vos pero con cincuenta años más. Llamo desde el futuro.
—¡Por favor, señor! No me gusta que me tomen el pelo. Que tenga un buen día…
—¡No, por favor, esperá! Sé que no es fácil de asimilar, pero puedo probar que somos la misma persona. Mirá, podría decirte los nombres de toda la familia pero cualquiera sabría eso, ahora, sólo vos y Mapi saben lo que pasó el 14 de marzo de 1990 en la azotea del edificio donde ahora vivis.
—¿Pero cómo sabe usted eso? Imposible, a menos que… Está bien, tenés mi atención.
—Para evitar confusiones, llamame Daniel, que es nuestro segundo y odiado nombre, ¿te parece bien?
—Listo, vos sos yo, bárbaro. ¿Cómo es posible esto? ¡Ah!, ya sé, estoy soñando, ¿verdad?
—No, no estás, pero para mí es algo así como un momento soñado. Después de todo, ¿a quién no le gustaría una oportunidad como esta? En realidad, hay tanto de lo que quiero hablarte… ¿Querés que te explique cómo pasa esto o hablamos de algo más importante?
—Hablemos de lo importante, ¿qué trabajo tenés? ¿Sos artista o le hicimos caso a la abuela?
—Bueno, descubrirás que el concepto de riqueza y éxito es diferente de lo que ahí nos enseñaron, es mucho más amplio y humano.
—No tenés un mango, ¿verdad? Sabía que mi destino era ser un inútil; la abuela tiene razón y ahora viene mi propio yo del futuro a terminar de rematarme…
—¡Eh! No seas tan duro contigo. ¡Claro que triunfamos! Pero no voy a mentirte, nos costó muchísimo superar esas palabras, de verdad te lo digo. Lo bueno es que ahora tenés toda la vida por delante. Uno de los primeros consejos que voy darte es este: jamás permitas que los demás tiren abajo tus sueños, jamás. En serio te lo digo. Mirá, vas a sufrir mucho por eso. Vas a trasladar ese sentimiento de soledad que tuviste parado atrás de la ventana, observando la calle con ese pánico que te crecía desde el estómago porque sentías que el mundo era el peor lugar, que te costaba un esfuerzo sobrehumano encajar en algún grupo, ni hablar de conseguir novia. Tenías la seguridad de que la inteligencia estaba sobrevalorada y que tu soledad —y ese miedo primitivo a ella— crecía sin control. Bueno, tengo una buena noticia y una mala. ¿Cuál querés primero?
—Si de verdad sos yo, sabés que prefiero las malas primero.
—Eso no va a cambiar nunca… Bien: el mundo va a seguir siendo un lugar hostil, de hecho, va a ser cada vez peor. Ese sentimiento que tengo hasta ahora, en realidad es tristeza por no poder conectar con otro ser humano. Ir más allá de lo superficial, conectar con la esencia de otro es algo rarísimo. Lo vas a sentir, sí, pero será una o dos veces, al menos hasta este momento. La buena es que con esto acabo de ahorrarte varios miles de pesos en terapia. Así que, de nada.
—¿Fuiste a terapia? ¿Nos volvimos locos al final?
—No, al menos no de esa manera. Quedate tranquilo, no seremos como papá, no heredamos esos genes en particular, aunque…
—¡Yo sabía! ¿Qué? Decime, prefiero saber y enfrentar lo que sea.
—Vas a sentir que te volvés loco varias veces en estos cincuenta años. Pero, quién sabe, tal vez esta conversación tenga consecuencias positivas para vos, tal vez tomes decisiones que hagan que yo, como tal, nunca exista. Después de todo, te conozco bien, aunque tú a mí no, con todo lo raro que eso puede sonar. Tal vez este sea el motivo de la apertura de esta brecha temporal. Mirá, no había pensado en eso, ¿qué te parece la idea?
—Rara… Imaginate, bueno, vos sabés lo que siento y pienso ahora, pero yo no tengo idea de nada más allá de los quince años que viví. ¿Por qué es tan jodido todo? ¿Por qué nuestros adultos no saben responder a estas preguntas? Siempre me dicen «dejá de molestar y hacé lo que tenés que hacer». Por eso no les doy bola, me ningunean. ¿Por qué siento que la gente me quiere cagar? Es una mierda esto. Soy feliz de a ratos y cuando me estoy sintiendo bien con eso, ¡pum! Algo pasa y otra vez bajón, otra vez a llorar y fumar al cuarto del fondo. ¿Vos fumás?
—¡No! Lo dejé en el 99, casi me muero de un ataque de asma y juré que si salía no fumaba nunca más. De hecho, tendrías que pensar por qué empezaste a fumar en primer término, capaz que así ni llegás a ese ataque.
—Dejá, por ahora me gusta y mucho. No importa porqué empecé, fumo y listo. Al final, estás usando el tiempo que tenés para hablar conmigo para romperme las pelotas peor que si fueras mi padre y no tengo que decirte lo que pasó con papá, ¿verdad? Así que, muy lindo todo esto de las dos realidades y eso, pero si lo que tenés para decirme es todo así, mejor colgá ahora porque no te aguanto. Sabés perfectamente que no tengo, ni quiero tener, padre para que me diga lo que tengo que hacer. ¿Está claro?
—Lo está, y te pido disculpas. Mirá, sé que todavía estás bastante enojado con el tema ese, pero, más adelante, va a ser distinto, vas a ver.
—Escuchame una cosa, viniste a hacer de profeta, de genio de la lámpara, de padre que nunca tuve, de maestro espiritual, ¿qué te pasa?
—Tenés razón. Es tanta la razón que tenés que ya no sé realmente qué decir. Pensé en advertirte que el mundo cambió, que yo cambié, que mucho de lo que me parecía fundamental para vivir resultó ser una ilusión porque no me daba cuenta de que el único que se cagaba la vida era yo, pensé en prepararte para que no sufras tanto, para que cambies, para tener una oportunidad de hacer las cosas bien, esas cosas que me arrepentí casi al instante de haberlas hecho o dicho, para que no fueras tan boludo como yo y, a la vez, supieras que nunca fuiste un boludo, sino solo un tipo sensible que quería cosas auténticas, no actuaciones en una obra competitiva en la que había que ganar sí o sí…
—¡Uh! Cincuenta años más que ahora y todavía no entendí nada… ¿Viste cuánta razón hay en no querer crecer? Entiendo, viviste más, como el abuelo, la abuela, como mamá, pero te acordás que siempre sospeché de las experiencias ajenas, ¿verdad? Que los adultos te dicen qué hacer y qué pensar para que no sufras pero, en realidad, están tratando de coartarte la experiencia en lugar de dejarte vivir. Y ahora venís como un adulto, a decirme las cosas de adulto que detestabas cuando tenías mi edad, que detesto en este momento. ¿Qué pensás? ¿Puede tener algo de productivo esto? ¿Llamaste para decirme una forma de vivir más fácil?
—Es lo que trato de hacer desde que arranqué. Pero, claro, vos sabés más que todo el mundo, ¿cierto?
—No, seguro que no, pero tampoco quiero que nadie me diga lo que tengo que hacer, ¿no se llama respeto eso?
—Cuando no tenés edad para valerte por vos mismo, no.
—Ahí está, ¿ves? Típico, «los adolescentes no sabe nada», ¿en serio me llamás, te llamás desde el futuro para rezongarte? ¿Así tratás a tus hijos?
—Nunca tuvimos hijos…
—Uh, qué alentador…
—No fue nuestra culpa.
—Y sí, mi culpa, difícil, ¿no?
—No tenés idea…
—¿Otra vez?
—Está bien… A medida que fui viviendo cosas pensaba «qué lindo sería que alguien me advirtiera esto así no meto la pata como un burro». Y ahora te escucho y siento que la oportunidad es para mí en lugar de ser para vos. Se supone que la experiencia siempre nos hace más sabios, nos amplía la visión, pero nos olvidamos —yo me olvidé— que los que vienen después pueden —y capaz que deben—, mirar las cosas de otro modo para poder cambiar.
—Es muy loco esto. En realidad me gustaría saber todo, que me cuentes qué pasó en todo, pero estaría bueno que fuera como una historia, no como un manual de instrucciones o una profecía. Qué sé yo, capaz que tomo las mismas decisiones y piso en los lugares exactos que pisaste vos, después de todo… Capaz que hasta llego a los sesenta y cinco años y me llamo por teléfono, como vos hacés ahora, y me digo todas estas cosas como si pensara que soy un idiota que no sabe vivir y que me voy a hacer el favor más grande del mundo…
—No creo que seas un idiota, solo quería advertirte.
—¿Y qué sentido tendría?
—¿Qué querés hacer con tu vida, Fernando?
—¿Qué hiciste con la tuya, Daniel? ¿Sos dibujante para una revista o publicista como quiero ahora? ¿Lograste hacer entender a alguien que la vida sólo era digna de vivirse si era en comunidad, por el bien de todos? ¿Aportaste tu grano de arena para cambiar el mundo? Esas son mis ideas. ¿Qué hiciste con esas metas?
—Bueno… Algunas cosas… Lo de la comunidad…
—Te domesticaste, ¿verdad? Todos esos proyectos e ideas que tenemos se van a la mierda cuando empezás a trabajar para mantener tu casa y para comprar el auto y eso, ¿verdad? Se va todo al carajo: la rebeldía, las ganas de cambiar al mundo, de hacer las cosas diferentes, todo… Nos volvemos «adultos responsables» ¿A vos te parece que es bueno venir del futuro y decirme que no hay más remedio que agachar la cabeza y ser uno más del montón, que nunca vamos a poder cambiar las cosas porque son las cosas que lo cambian a uno? No, loco, esto no está bien, así nos vamos al tacho. Eso veo en la mayoría de los adultos que me dicen que no sé nada de la vida, que tengo que hacer lo que ellos hicieron y callarme la boca, ¿eso es vivir?
—Es que no te das cuenta. Vas apagando ese fuego de a poco. Un día te callás una cosa, al otro día cambiás una actitud porque si no te echan del laburo y no podés pagar la cuota del apartamento, más adelante cambiás otro concepto para no perder a alguien que querés…
—O sea, nos traicionamos sin dudarlo. Nos pasamos por el forro toda esa ideología que formamos y que queremos mostrar al mundo. ¿Hay algo bueno en el futuro? ¿Vale la pena pelearla?
—¿La verdad? Sí, y a la vez, qué sé yo. Vale la pena vivir y ser alguien. Tal vez lo más difícil sea ser feliz con las decisiones que tomamos, o tal vez, tomar las decisiones por voluntad propia y no por el qué dirán, o no lastimar a otros, porque, a la larga, nos lastimamos a nosotros, ¿entendés? De todas formas…
—Entonces, si hago algo de eso que decís, si sigo siendo este que soy, este que dudo todo el tiempo si está loco o tiene otra forma de ver las cosas, de repente tenemos más éxito en la vida, ¿eso me querés decir?
—¡Sí! Y a la vez, no, porque si te quedás con la cabeza de adolescente la vas a cagar una y otra vez.
—Claro, tengo que cambiar mi forma de pensar para llegar a ser como vos, ¿verdad? Porque la tenés reclara y por eso me llamas, para decirme cómo ser feliz al final de mis días, ¿sos feliz?
—Bueno… Es que…
—¿Sabés una cosa? Acabo de tomar una decisión de por vida, y esta no me la saca nadie, ¿entendés? ¡Nadie!
»¿Daniel, estás ahí? ¡Daniel! Desapareciste. No quería ofenderte. ¡Volvé!
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