Otra vez abrí mi libro y me topé por azar un pasaje apasionante, titulado:
Ella
Contiene las siguientes líneas:
—Cuentan quienes la conocen—
Era muy pequeña aun cuando tuvo que asumir las riendas y el cuidado del hogar; era la segunda hija, precedida de un hermano, único hijo varón, en la familia de seis.
-Dicen- No tuvo elección, ni tiempo de meditarlo, al menos por una vez; debido a la prematura ausencia, de quien fuera su mamá; quien abandonó este mundo, entre dolores de parto, cuando estaba dando a luz.
—Se ha salvado la creatura, es una hermosa bebé, pero perdimos la madre.
—Fue el parte de la partera.
Como allí estaba Clarisa y era la hermana mayor, en un relevo veloz debió tomar la batuta, justo en el punto más alto de toda la competencia; el de amor y abnegación que al morir deja una madre.
Sin chance de disentir, el cuidar de sus hermanos ella habría de asumir.
Todo estaba conspirando en ese mismo momento, para incorporar carácter, celo y amor a su personalidad; cualidades de madre en esa inocente niña. Ya sus juegos infantiles serán roles de vida real; sus muñecos, de juguete, serán seres de verdad; exceptuando la chiquita que fue encargada a una tía para que haga de mamá.
En los años que pasaron una madrastra llegó y hasta y cinco nuevos hermanos se sumaron al hogar.
Admiraban su lenguaje, sin quejas, sin reclamos, la melancolía en el rostro y su sonrisa mejor que jamás desdibujó para actuar como los grandes y aconsejar los hermanos cunado acudieron a ella.
En las páginas siguientes llegó el capítulo:
Él
Donde se lee lo siguiente:
Don Ramón
Nacido en el mes de enero, año 19 -16. Le tocó el orden social de inicios del siglo XX, para un país rural, era común que los niños tuvieran que trabajar, codo a codo con los grandes en las labores del campo; recolectaban de café o cosechaban las frutas, pastoreaban los vacunos; cuidaban cerdos, caballos, sin poder ir a estudiar para ser los aprendices, estudiantes o discípulos; la escuela estaba distante o las labores del campo solían ser más importantes.
Un niño trabajador
-Cómo él mismo lo cuenta-
—Desde muy pequeño, como adulto tenía que comportarme en el hablar y el actuar.
-Un cigarrillo encendido, en la mano levantada, miraba fijo y decía: —este humeante pucho me acompaña, desde que tenía nueve años; -tosía y decía, —creo que me va matar; pero también creo que a los zancudos espantó, en esos largos trasnochos patrullando las cosechas y las bestias de la finca.
—Era un alma vieja, siempre lo fue. -lo comenta el narrador-
Hacía bromas, de manera recurrente, de cualquier tema, lugar, cualquier interlocutor. Se atrevía a hablar de todo sin que se notara cuando lo hacía en serio o en broma. En su entorno más cercano no hablaba de sus ancestros; pareciera como si las palabras papá y mamá él las hubiera borrado o refundido en un recóndito lugar, muy profundo de su ser.
Había un grupo familiar que le llamaban hermano y además le reclamaban para que lo mismo hiciera él, en aras de reciprocidad —nuestra madre es quien te crio -le solían recordar-
-En un esguince sin par. Usando, algún chascarrillo, siempre el tema les cambiaba y a fijarse en otras cosas, muy pronto les enfocaba; a considerar la vida, o un tópico diferente, invocando alguna historia como reza la siguiente:
— Mi primer bastón
—Un día martes, por la tarde, entré a la casa, con un bastón en la mano; era de metal, pesado, creo que era de hierro. Apenas crucé la puerta, me dirigí hacia mi vieja. –para decirle de frente.
— Ya cumplí 45, ya lo tengo decidido, comenzar a prepararme pa llegar a los 50. Cinco años se van volando, Es una edad muy difícil y quiero estar preparado; quiero que los años viejos, ya me encuentren preparado, es un asunto inaplazable; tano como el velatorio. Es la página de un libro que tenemos que escribir.
El juramento
—Dijo con cierto misterio.
—Mi amigo Luis, un buen día, vino a casa a comentarme: es el velorio de Ángel.
—Le dio por morirse hoy, amaneció tieso y frio, eso dijo su mujer, van a velarlo tres días, para que lleguen sus hijos en viaje del exterior. Tenemos que acompañarlos, mejor a la madrugada, la hora de menos gente. Siempre resulta triste y es algo deprimente.
—Imaginarse, en la sala de la casa, muerto solo y sin compañía. De algo así nos libre Dios.
A los velorios del pueblo, me gusta que vamos juntos, nos gusta el mismo licor y contar cuentos de muertos. Para acompañar a Ángel. Llegaremos, a las dos, a las dos de la mañana entonces.
Será cual tomar impulso pa la jornada que viene.
Como a las dos de la tarde, se oyen doblar las campanas, es un llamado de urgencia desde la iglesia mayor, tañían como invitación para el funeral de Luis.
Don Ramón. Se bañó rápidamente y se cambió presuroso la ropa de trabar, luego salió de la casa, rumbo la iglesia.
—Es el entierro de Luis; le comentó a su familia.
-Pronto se develará la historia del juramento…
—Luis se nos adelantó. Recuerdo, le prometí, en el sepelio de Ángel, te acompañaré a la tumba.
—Estando en el cementerio consagramos un acuerdo.
—El día que uno de los dos se muera, el que quede vivo, habrá de estar junto al féretro en toda la ceremonia, incluso en la marcha fúnebre que le lleve al camposanto.
—Juramos acompañarnos y la tumba visitar los siguientes días domingo, y seis meses completar.
—No quiero me imaginar que venga a jalar mis patas si llego a incumplir mi parte, le debo estas ocurrencias, pero se las acepté.
—Creo que estábamos borrachos; y uno así delirara.
Descansa en paz viejo Luis, iré de lo dicho al hecho.
Esté pacto habrías cumplido, como yo lo voy a hacer.
-Su esposa, doña Clarisa. Decía que don Ramón. Llegó su palabra a honrar por más tiempo del acuerdo, un hábito, ese ejercicio, parece que se volvió.
—Como el que yo creo tener, con el follaje y las flores que cultivo en mi jardín. Allí rosas y claveles; margaritas y pompones; tulipanes y azahares florecen y honran la vida hasta que llegue la muerte.
-Susurra con la mirada hacia el cielo-
— Cuando doblan las campanas salgo corriendo al jardín; armo el mejor de los ramos y el primero de los hijos, que se cruce en mi camino, irá corriendo a la iglesia, a buscar algún doliente, para poner en sus manos aquella ofrenda floral.
– ¿Conocías al difunto? –
—Siempre me están preguntando. Y la respuesta es la misma —Eso no tiene importancia, para algo han de servir las flores de mi jardín.
Esas flores regresaron
-El día que ella falleció.
Era la sala un jardín.
Las flores no cabían en la sala de la casa y sala de velación, era un espacio enorme que imaginó don Ramón, pensando en esa ocasión.
-Repetía-
—Se debe pensar la casa para el día de la muerte, para que quepa la gente, para que luzcan las flores.
En hombros
Un año después de ella, la tumba era para él. Ahí pasó, por dos días y una noche.
Menos ramos y coronas, mucha gente sí.
Un ambiente surreal se respira en el lugar; amalgama de recuerdos, mezclando dicha y dolor, resignación y fervor; silencio y barullos juntos; y las flores con la ausencia.
Se oyen doblar las campanas ahora, coche fúnebre a la puerta para el último paseo.
Uno de sus amigos impuso su liderazgo y le ordenó al conductor
—Su auto se va vacío.
—Lo llevaremos en hombros. —Fue otra orden que impartió. —
Sobraron los voluntarios para el ataúd cargar, de la casa hasta la iglesia, al camposanto después. Unos cuatro mil metros les separan del lugar.,
En este pueblo valluno, las salas de velación, empezaban a nacer no eran de usanza los coches y llevar al muerto en hombros era cosa excepcional; guardada para algún un líder, un héroe, un “señor”; más no para un campesino sencillo y trabajador.
Las páginas de este libro, para él, y para ella; invitan a suponer, un espacio que se refiera a los dos.
Ellos
Bueno sería convertir este relato, leído, en un sonoro audio-libro. Que dé cuenta de sus voces y la musicalidad en el ritmo del hablar, de esos seres tan dispares que lograron por amor once hijos concebir y una familia formar, siendo referente aun de la vida bien vivida, cada momento a la vez, morir y seguir presentes, en sus hijos y sus nietos, los conocieran o no.
Ella y él, don Ramón, doña Clarisa.
Una vida entera juntos. Casi desde adolescentes.
Trajinaron por los campos, amando la tierra, soñando con cultivar, cuidando los animales y bendiciendo los hijos.
Le ganaron siempre al sol que, al rebasar las montañas, ve preparado el café, humeante y tentador, la mesa dispuesta, finiquita una labor.
—Hay que ganarse los días. —Querían significar—
—Gánate tus alimentos realizando los trabajos que necesite el lugar.
Aves canoras, gallinas, gallos con cantos y cacareos, observan su puesta en pie, la brisa de madrugada ve como toman las riendas a minutos, horas, días del trabajo y la familia.
-Recordaba don Ramón-
—Me parece estarla viendo… acomodándose, un rizo de su cabello con canas, porque andaba de visita sobre sus ojos, sus cejas, el sudor sobre su frente como gotas de rocío. Hablando pausadamente, cantando, avivando el fuego, agitando un abanico o la tapa de una olla. Hacía todas estas cosas, entonando sus plegarias a los de su devoción.
—Ella tomó aire y dijo— —El tiempo marcha imparable.
—Lo he mencionado mil veces. —Pareciera que a los hijos, les ha dado por crecer sin que sus madres los vean; una se percata de ello, cuando los ve abandonando aquellos actos de niño para enfrentar sus mayores. Hay otro brillo en sus ojos y evitan a sus menores.
De un momento para otro luchan por su independencia, tomando poses de grandes; criticando de su entorno, queriendo arreglar el mundo.
—Suspiraba con nostalgia—
—Aun así, siguen siendo niños. —Lo dicen muchas mamás, “ mis niños… serán mis niños, eternamente mis niños”. —
—Dijo con tono de angustia y con acento de nostalgia—
— Once años de mi vida embarazada pasé, mírense, que lindos son, aunque el más chico de todos; murió al ver la luz del sol. Eso es realmente duro, pensar esa incertidumbre del hijo que va a llegar. Hasta el último segundo, algo puede suceder contra la supervivencia del neonato y la mamá.
—Es diferente en los hombres. — Eso argumentaba él—
—Sus vidas no están en riesgo, a la hora de parir, y, aun así, se empeña la sociedad, en homenaje rendirle a la figura patriarcal, privilegia el apellido; anteponiéndolo al de ellas, y en algunas sociedades, lo llegan hasta a ignorar.
—Replicó doña Clarisa.— —Sueño con un mundo hermoso, adornado de valores; donde se pueda gritar: viva la feminidad, la maternidad, la vida, las parejas, viva ese ser que te ame.
Necesitaba un final este libro imaginario para llegar al epílogo; pues resultará innegable, que el cordón umbilical, del mundo, ayer y hoy ha sido y será la historia. Que, como nota de estilo, llevará a las nuevas gentes, las líneas del tiempo de aquello que aconteció.
Son retrospectiva y vida un pretexto singular, para poder ponderar a dos valiosas personas que no envejecen jamás.
OPINIONES Y COMENTARIOS