La Casa de la Fuente de Oro.

La Casa de la Fuente de Oro.

Roxana Rodríguez

03/04/2021

Eduardo buscaba con ansias entre sus pertenencias, tratando de encontrar las llaves de su casa. Había regresado exhausto despues de un largo día de trabajo en la Universidad de Barcelona. Impartía las clases de Historia Antigua y Medieval. Ejercía de profesor a cientos de estudiantes que de una forma obligatoria o por gusto propio, tomaban sus clases. No le interesaba mucho el dinero si podía pasar tiempo entre los libros de la biblioteca, aprendiendo de ellos. Finalmente con un suspiro agarró las llaves que se ocultaban en uno de los bolsillos de su maletín de cuero negro. 

Al entrar, dejó todo encima de la mesa y fué directo a ver a su abuela Ana, la cual estaba descansando en su cuarto. Con un sutil toque en la puerta, entró y le depositó un beso en la frente.

– Hola, mi viejita preferida. ¿Cómo te encuentras hoy?

Ana se levantó y se recostó en el espaldar de la cama. Le tomó de la mano y respondió- Mucho mejor, gracias por tu preocupación niño mío. ¿te fue bien en la universidad?

Eduardo asintió con la cabeza- como todos los días, abue. Mi trabajo no contiene muchas cosas interesantes- sonrió.

-No digas eso cariño, tu trabajo es uno de los más importantes. Enseñas la historias de nuestros ancestros. No dejas que sus vidas estén en la oscuridad para siempre.- le acarició la parte de arriba de su mano.

-Ojalá todos pensaran igual que tu. Creo que eres la única que se entusiasma con la historia antigua, a parte de mi. 

-Eso se debe a que sé la importancia que tiene. Cuando me vaya de este mundo, mi trabajo se verá reflejado en ti y eso es más regalo que cualquier medalla que exista.- le plantó un beso en la mano a Eduardo y se volvió a acostar. Ana había sido profesora de historia en su juventud. Se dedicó a enseñarle a Eduardo todo cuanto sabía acerca de ello.

Estaba preocupado por la salud de su abuela Ana. Una extraña enfermedad se había hecho espacio en su cuerpo y la estaba marchitando lentamente. Los doctores no lograban darle una respuesta o alguna cura posible, dejando al destino que se encargara de su suerte.  Procuraba ayudarla y darle las mejores atenciones que se podía permitir. Ella era una migrante proveniente de México, la cual se había instalado en Barcelona muchos años atrás, trayendo consigo a su hijo Richard. 

Los padres de Eduardo eran arqueólogos y se pasaban la vida viajando por todo el mundo, sin preocuparse un tanto por su hijo. Ana se había quedado a cargo de él desde muy pequeño, tratando de ocultarle el simple hecho de que sus padres no querían tener nada que ver con él. A pesar de que Ricardo era hijo de ella, no podía negar  que éste tenía un corazón oscuro, tanto así, que no le importó abandonarlos cuando le propusieron trabajo como cabeza del equipo de arqueólogos en el Cairo muchos años atrás. Desde ese entonces, no regresó jamás. El pequeño Eduardo vivía preguntando ¨cuándo vuelven papá y mamá de sus vacaciones¨ ;ella le contestaba que, estaban salvando el planeta y que para eso tendrían que demorarse un poco más en regresar.

Eduardo se levantó concluyendo- No digas esas cosas abue. Sabes que no me gusta que te expreses de esa forma.- sin más añadió-  Ahora, voy a preparar la cena y te la traigo.

– Sabes muy bien que mi destino es corto hijo mío. No voy a mentirte. Ya me siento el peso de los años en mis huesos. Pero mientras siga en este vida, te ayudaré en lo que esté mi posibilidad. Ahora, ve a cocinar que tengo mucha hambre.

Así eran todos los días de Eduardo; trabajaba el día entero en la universidad y después regresaba a casa para atender a Ana. Una vida bastante monótona si preguntabas a sus compañeros de trabajo; pero no le importaba, mientras su abuela estuviera viva le era regalo suficiente.  Le debía el hombre que era, en lo que se había convertido. Gracias a su sacrificio logró tener una educación decente y licenciarse en la carrera de su agrado. Demás estaba decir que la amaba con locura.

Un día, la rectora de la Cátedra de Historia, visitó el despacho de Eduardo. Después de que éste le invitara a entrar, Lisa se acomodó en la silla que quedaba frente a él. Era una mujer alta, de pelo rubio, siempre recogido en un elegante moño. La cara era de facciones finas, los ojos de color azul claro estaban cubiertos por unos discretos lentes, vestía una elegante combinación de camisa y faldas de color gris oscuro. 

– ¿A qué debo el honor de su visita, señorita Rodríguez?- preguntó con curiosidad. La rectora nunca visitaba su despacho a menos que tuviese un asunto de suma importancia.

-buenas tardes, señor González. Vengo a informarle de un asunto importante que requiere de su asistencia.- depositó un pequeño bulto de hojas encima del escritorio. – La universidad fue designada para participar en un evento competitivo donde se dará un premio en euros al mejor trabajo. Ese dinero servirá para seguir financiando la cátedra de historia. Se trata de un trabajo exhaustivo acerca de los mayas. Usted es el mejor profesor que tenemos en estos momentos en nuestra escuela. Necesitamos que haga lo mejor que tenga en sus manos para poner el nombre de esta Universidad en esa convocatoria señor Gonzáles. Dependemos enteramente de usted.

Eduardo se detuvo un momento para procesar la información que le acababan de dar.- Muchas gracias por tenerme presente señorita Rodríguez. Espero estar a la altura de sus expectativas y poder ganar el premio para esta universidad.

-No se preocupe por su clase, el profesor Pérez se hará cargo. -se detuvo un momento para limpiar sus lentes y prosiguió- para que pueda experimentar realmente la cultura de los mayas, la universidad lo mandará a una expedición a México con todos los gastos pagos por un més. Creo que sea tiempo más que suficiente para que recabe la información que necesita para el proyecto.

Él se alarmó ¿cómo que viajar a México? No podía dejar a Ana ni por asomo! Si nó podía hacer el trabajo investigativo en España, no iría a ningún lugar. 

– Disculpe, pero no puedo dejar el país. Como usted sabe, mi abuela está en un estado deplorable y no puedo dejarla a su merced. 

-Le pagaremos todo a ella también para que vayan juntos ¿No está en condiciones de viajar? – lo miró esperanzada.

– Podría decir que si, la enfermedad todavía no ha hecho daño como para que no pueda tomar un avión pero…- la miró con frustración en los ojos- no puedo ponerla a semejante presión. No podría vivir si algo le llega a pasar.

-Entiendo- se paró.-  le voy a conceder un día para que lo piense detenidamente y me dé su respuesta definitiva.- se detuvo en la puerta-  Recuerde que la universidad está en juego y su carrera, va de la mano- y diciendo esto se marchó.

Se quedó pasmado ante aquel comentario ¿Lo iban a despedir si no aceptaba? ¿Dónde encontraría otro trabajo igual con las libertades que se le concedían? La situación era más seria de lo que pensaba. Pasó todo el día de malhumor buscando alguna salida a su problema. No podía dejar a la abuela Ana con Patricia, su única amiga desde hacía 5 años. Ella trabaja de enfermera en un hospital enorme y casi nunca estaba en la casa. 

Esa noche Eduardo llegó callado a la casa.  Ana estaba sentada en el sillón, viendo una película en el televisor. Como siempre depositó las cosas encima de la mesa y se dirigió a darle un beso a ella. Ana lo observó detenidamente- ¿Qué te pasa niño mío? Traes una cara de tristeza enorme. ¿Pasó algo en la universidad?

Él se sentó delante de ella poniendo mudo el televisor. La miró a los ojos y trató de parecer lo más tranquilo posible. – Abuela, esto que te voy  a contar es de suma importancia para los dos. Espero que, como siempre, me ayudes a elegir el mejor camino.

– Siempre cariño mio, siempre. Ahora dime lo que pasa.

– La universidad me ofreció, bueno, prácticamente me está obligando a participar en una convocatoria donde estarán las demás escuelas, para hacer un trabajo exhaustivo acerca de los mayas. El precio es bastante grande en dinero, el cuál, se utilizará para seguir financiando la cátedra de historia.

Ana se alegró al oirlo. Nada más y nada menos que de los mayas. De su tierra, de su cultura, no veía problema alguno en aquella situación. Lo ayudaría en todo lo que pudiese para tratar de que ganara ese premio.

-Lo único es que para eso tendría que viajar a México por un mes y recaudar toda la información necesaria. La rectora me dejó bien en claro que si no acepto, mi posición en la Universidad se verá afectada.

– No veo cuál es el problema, cariño. Yo puedo cuidarme sola. 

Sus palabras lo afectaron más de lo que debían. La miró con la dulzura más profunda- Se que quieres lo mejor para mi. Me ofrecieron a llevarte conmigo, pero no puedo exponerte a tanta presión. 

– Yo puedo soportar un viaje en avión. No creo que sea problema. Así puedo acallar a tu corazón preocupado. Estaremos juntos todo el tiempo.  Escúchame bien, hijo mio. Yo soy dueña de mi vida, yo decido como pasar los últimos días de mi existencia. Te ordeno que vayamos a México a traer lo que necesitas para poder ganar ese premio. No voy a escuchar negativas. Es mi decisión, no tuya.

Él se quedó sin habla.  Ana sabía que si no actuaba de esa forma no lograría convencerlo. Ella sabía que él adoraba ese trabajo y que había dedicado su vida entera. Finalmente después de tanta insistencia Eduardo aceptó.

Al tercer día partieron rumbo a México para empezar la investigación. A pesar de todas las preocupaciones de Eduardo, Ana lucía más viva que nunca. La veía siempre sonriendo, recordando cada detalle de su vida en su amada tierra. Asi transcurrió el mes, con mucho trabajo pero sin ningún altibajo. Ana había resultado ser la mejor ayuda que podía buscar. Le decía donde ir con exactitud y así no perder tiempo dando vueltas sin sentido. De regreso a Barcelona, Eduardo hizo entrega de su trabajo terminado.  Todo seguía en orden en su casa, devuelta a la rutina de antes. 

Una semana después dieron a conocer los resultados. Lisa entró en el despacho de Eduardo con una sonrisa de oreja a oreja. Habían ganado. Todos celebraron la victoria con una reunión delante de los alumnos y maestros para entregarle una medalla y el premio de 5000 euros para que él disfrutase. No podía esperar llegar a casa y contarle a Ana.

Se apresuró todo lo que pudo y cuando entró la llamó. No hubo respuesta… Extrañado fue al cuarto de Ana y la encontró acostada en la cama.- Viejita linda, ganamos!- dijo alegre. Seguía sin respuesta.

Eduardo corrió hacia ella. No, no, no , no no era posible! ¨Abuela despierta¨ gritó con todas sus fuerzas. Ana estaba inmóvil y su piel estaba fría. Había fallecido. Eduardo comenzó a llorar sin alma. Se dejó caer de rodillas frente a la cama donde descansaba ella, ¨no me dejes solo por favor¨ le repetía. Las lágrimas salían sin poder detenerlas. Se mantuvo abrazándola toda la noche.

Celebró el funeral en un espacio cerrado días después. Se dió cuenta de que su mayor tesoro siempre había estado en su casa. Su fuente de inspiración, su fuente de oro.

 

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS