Cuestión de Honor

Cuestión de Honor

Sandra Queen's

11/03/2021

Fuiste lo que nadie más quería ser,

Estuviste donde nadie más quería ir,

Terminaste lo que nadie más quería empezar

Nunca pediste algo a los que nunca daban nada

Miraste el terror a la cara

y sentiste escalofrío ante el temor

te regocijaste ante momentos de amor

Lloraste, sufriste, tuviste esperanza

Pero sobre todo…

viviste momentos que otros dicen

“es mejor olvidar”

Y cuando llegó tu hora, podrás decir,

estoy orgulloso de ser lo que soy.

¡Dedicado a ti… VETERANO DE GUERRA!


Busco mi ser en aquel silencio y la energía de la noche me une a lo divino.  Puede ser que mi cuerpo cansado ya reclame su partida o tal vez que en mi afán por sentir algo de paz, el peso de los años haga colapsar el baúl de tantos sueños que faltaron por cumplir.

Tejo la esperanza de que el tiempo no apure el reloj con su tic tac inclemente, que atormenta el anhelo de abrazarme a la vida, pero la noche me sorprende y pone en relieve los recuerdos de mi existencia, como una cinta que se reproduce en mi mente sin hacer excepción a un solo segundo que he vivido. Me siento confundido por esa coyuntura indecible entre la vida y la muerte e invoco con clemencia, por un poco más de tiempo cuando ya quiero hacer lo que no pude, en una batalla que me gana la partida.

Mis pulmones no responden y mi alma tan inquieta no logra acomodarse en un cuerpo inexpresivo, cansado, casi inerte; que se fuga de un abismo solo para intentar reivindicarse y encontrar ese pedacito de certeza, que me una al amor de los que nunca pude demostrar que tanto amaba.

Miro con tristeza el que fuera mi uniforme y cada una de sus insignias, evocan mi paso por la guerra. Mi realidad humedece la memoria y desentraña el dolor que el heroísmo me produjo, en una parva de experiencias disfrazadas de conquista que se anidan en los pliegues de mis manos, de mis ojos, de mi alma y que a fuerza me alejaron del amor.

Hoy puedo comprender que la verdadera victoria, la halla aquel que es capaz de disparar un arma para proteger la Patria; cómo también  aquel que puede abrir su corazón para poder dar amor y en una actitud de cobardía disfrazada de coraje, dejé que la guerra consumiera el sentimiento; haciéndome creer que no hay cabida para él y blindando el corazón en una vorágine de engaños.

Ahora mi fusil tomó forma de cayado y con él atravieso los tiempos donde anduve defendiendo mi bandera; haciendo honor a una dignidad invulnerable y leyendo en las pupilas de quienes luchaban conmigo, el juramento de no morir sin antes haber vencido.

Quisiera encontrar el equilibrio entre lo que pienso y lo que siento. La mente da caducidad a los días, pero es el espíritu quien los prolonga y es ahí justamente, donde mi debilidad se fortalece. He vivido muchas vidas dentro de una sola vida y es aquí, en esta, donde que quiero recoger los pasos y saldar las cuentas de tantos pendientes que lesionan mi alma, que la abaten, la desgarran. No puedo culpar esta dureza a mi paso en la milicia.  No puedo justificar mi falta de tiempo para hacer más fuerte esos lazos de sangre que me unían a los míos y que por temor a verme débil, los sepulté con el peso de mi orgullo. Si el amanecer no viene a visitarme, seguro no tendré lugar para abrazarlos.  Bien dicen por ahí que cada cual recoge el fruto de su siembra y en la infertilidad de mi terreno emocional, olvidé sazonar con amor lo que fuera mi destino.

El tiempo me consume en una noche diferente, que presagia lo que ya puedo intuir sin embargo; la luna se acomoda y da lugar a un espectáculo fascinante. Mi ventana se convierte en un lienzo y permite que las estrellas descansen a mi lado; brillando más que nunca, como celebrando mi paso por este mundo y perfilando lo que será mi camino en pocas horas y en ese desespero, desnudo las palmas de mis manos abrigando la esperanza de hacer más largo el camino; pero este mismo se agota en una señal que la naturaleza no niega.

Atravesado por la soledad, lo único que fluye en mi mente es el agobio, pues su peso es tan letal como su mismo sentido. Siento que mis huesos muy pronto dejarán atrás su propia vida y me esfuerzo por hacer que mi altivez, se haga cenizas antes de que mi alma sienta la calma que trae la muerte.

Si el amanecer no viene a visitarme, no tendré los ojos de los seres que amo, para poder mirarme en ellos antes de partir.  Puede ser que su perdón, los lleve a encontrar mis huellas y que sean ellas, quien les dé la certeza que aunque no lo pude demostrar; el amor siempre estuvo ahí.

Hoy mi noche sabe a despedida y aunque creo que es la hora de partir; no quiero que me sorprenda en lo infinito de esta soledad.  El honor de un guerrero solo puede ser corroído por el abandono y en la infamia del destierro que es ahora mi lecho, la fragilidad desnuda lo que el coraje había intentado ocultar por tantos años y que adrede; irrumpió en un ego despiadado que me llevó a caer tan reiteradamente.

No quiero dejar pasar de largo mi conciencia, porque estoy seguro de que tendré que rendir cuentas allá, en otras vidas, ni que mis párpados se cierren sin antes haber abrazado a los míos y sentir que ese instante, dio lugar a ese perdón que tanto ansío. Yo no puedo permitir que el temor desintegre la esperanza y me atormente la crueldad de morir sin saldar cuentas.

Puede ser que al partir, mi cuerpo libere tantos apegos incubados, no expresados, secuestrados en un corazón que me hacía parecer hecho de acero y que hoy se enfilan rebeldes, soberbios, altivos, para recordar que soy humano, que la rigidez de las emociones quedaron en la guerra y que defender una bandera, hacer morir a un enemigo y pelear por un País, no me desconectaba de una genética que incluía sentir y amar.

Y a pesar de que hoy no me reconozco, el hombre sensible que me habita me reitera que aunque mora el mismo cuerpo, no es el mismo que negó tantos abrazos o momentos especiales con la errónea convicción que al hacerlo, faltaría a un juramento que me obligaba a ser rudo; hoy por fin comprendo el alma de esos que reclaman atención, de quienes necesitan un poco de ti para hacer más fuerte su camino.

Ya es de madrugada y cuando las estrellas van perdiendo su brillo y la luna desdibuja su color, el temor me visita en la ventana y se esfuma esa sincronía que conecta la esperanza y la ilusión; el sol, incumbe sigiloso como quien quiere apurar un amanecer incierto y entre ruegos y oraciones pido al cielo un poquito más de tiempo, pero el dolor me recuerda que ya es hora de partir.

Aquí donde muere una ilusión pero también nace una realidad que venía presintiendo. Soy el producto de lo que construí con bases de miseria y egoísmo. Me voy sabiendo que es muy lejano el lugar donde habitan los sueños que no pude realizar y que por soberbia, sepulté en un lugar donde la tierra es de nadie y donde mi insolencia no admitía una derrota.

Pero la mañana me sorprende regalándome un poquito de piedad, el alba me da fuerzas, me seduce, me motiva, abrazo mi uniforme intentando recobrarme, como puedo lo acomodo en mi cuerpo tan endeble. Quiero que cuando la hora llegue, sepan que mi honor no se hizo débil, que sigo firme ante los ideales y que el tiempo no corroe el corazón de un valiente así su cuerpo se desintegre en un manojo de dolor y de abandono.

Yo sé que el universo me custodia los secretos y comadrea con ellos para evitar que se escapen, solo él y yo sabemos que es mejor no descubrirlos, pues para lograr salvarlos, lo mejor será enterrarlos, mientras da vuelta los ciclos y me devuelve a mis raíces, cuando la vida suspira lo efímero de los restos de unas horas que ya no nunca podrán ser.

Ahora que mi espíritu roza lo intangible.  La muerte imana mi ser y lo reclama, debo regresar a donde fui cuando era polvo, debo dejar lo que pude construir, lo que el destino hizo de mí y que ahora es consumido por un sufrimiento indecible que inclemente me impide respirar, haciendo que el aire me dé la espalda y haga de mí un cadáver. Lo que no fue ya no será y cuando busco el alma en los restos de la poca vida que me queda, me puedo reencontrar con lo que fui; esa esencia que mantuve sepultada por temor a verme frágil. Pueda ser que al recoger mis pasos, la indulgencia los visite y que aunque mis ojos para entonces ya duermen en la eternidad, la impunidad de tanto descuido pueda reivindicarse por medio del perdón. Pero me aferro al pensamiento que me mantuvo firme por tanto tiempo y que me hizo comprender que un verdadero guerrero es quien destruye barreras para seguir adelante.

Se me hace tan difícil pensar que un humano pueda sacar tanta fuerza para luchar y tan poca para amar, cuando el producto del amor es la misma vida que hoy acorta mis segundos. De nada sirve ser un guerrero cuando dejamos que el miedo a perder la valentía, nos juegue una trampa voraz y termine por marchitar un sentimiento que solo tiene derecho a morir cuando la vida se acaba.

Quizás el orgullo de sentirme un buen soldado y la fuerza que me da revivir estos secretos y poderlos confesar, logren restaurar el corazón de quienes siempre estuvieron conmigo a pesar de tanta ausencia. Quizás estas letras logren darle forma a ese vínculo que un día se perdió y fortaleza los lazos que se rompieron en ese impulso súbito, egoísta, individual de causar protagonismo, a costa de dejar a un lado a todos los que más amaba.

Llegó la mañana y con ella mi hora, mi compañero, el viento me eleva despacito a un viaje sin retorno y en el calor del sol que acompaña este viaje, busco el equilibrio entre sentirme perdonado, pero también orgulloso; mientras me convierto en humo y cenizas espero que mi lealtad a esta Patria que me dio la vida, sea la misma que logre que un pedazo de mi ser se quede con ellos.

Suena la trompeta mientras la bandera de mi patria arropa el cadáver de lo que hace poco fue un humano.

Rafael Gómez Martínez,

                                             ¡Marinero de mil batallas!


Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS