La carta y el cuentito

La carta y el cuentito

Rober(tito):

¿Cómo estás? Espero que para cuando estés «listo» de leer estas palabras, te encuentres muy bien, con salud y ¡muchos sueños por los que luchar!.

Te cuento, soy tu abuelo, José, o Juan José, el ñato para la familia, toscanito para los amigos. Aún eres un bebé, hoy, en este cuatro de Marzo de 2021. Es decir, hace 58 días que saliste del vientre de tu mami. Peladito y largo, te vi primero que incluso tu padre: eras una auténtica belleza de ojos azules. Tu semi-sonrisa sin dientes sigue siendo lo más perfecto que vi en mi vida. Ah, sí, tu abuela también lo era.

Tú entenderás algún día, pues es mi momento de partir junto a ella. A ella… je, tu abuela. Perdón si me pierdo, la memoria no es la que otrora tuve. Empeoró desde hace un par de años, con el ACV. Es lo que hay, debí cuidarme en la comidas un poco más, fumar menos, hacer más ejercicio. Pero bueno, uno cuando lo vive no lo ve como primordial, lo recuerda cuando ya es tarde ¿sabes?

Ay me perdí. Que senil me he puesto, o no sé, me voy por las ramas y ni me acuerdo que era lo que venía hablando. Ah, ajá. Te decía, te escribo estas líneas, y en el tecladito pequeñín de una notebook, para que cuando puedas me leas. Es que quiero que de verdad sepas, que te amo. Que lo hice desde antes que nacieras. Que moriré pronto, pero pensando en ti, en que seas feliz.

Cómo decirlo… eres el niño que siempre quise tener. Por esas cosas de las vidas, del ADN, de los planetas y que se yo, tuve cinco hijas mujeres, tres de las cuales me dieron una hermosa descendencia. Por supuesto tú sabes de tus primos varones y eso, pero eran otros momentos de mi vida y fue algo extraño no poder disfrutar de ellos como yo quería.

Verás, pasaron cosas. Muchas cosas, más malas que buenas. La inflación del 89, luego el corralito del 2001. En el medio, el fallecimiento de mi hija menor, tu tía Pacha… Dios, sí, Dios se lleva a los buenos primero. Por ello, tu tía y mi esposa ya no están por aquí, y yo en cambio, seguí un poco más, jaja.

¿Yo? Me levanté del ACV, te lo dije ya ¿no? Dame un minuto, a ver, déjame leer lo que he escrito… ay pues, lamento repetirlo. Te contaba, además de eso y de las migrañas que siguieron por semanas, me extirparon un tumor. Tu mamá sabía bien, pero nunca me informó bien de la gravedad de tener un cáncer en los intestinos. Me protegió creo, y a decir verdad, mejor que no supiera, o me hubiese venido abajo. Tu ñato es un poco llorón y se bajonea rápido, como algún personaje de Clint Eastwood en una del farwest. ¿Sabes quien era ese actor? Ja, seguro ni idea. Y si, muy viejo para ti. Ya te digo: era bueno eh, pintón y todo.

Podría decirse que estaba esperando que nacieras. No es como en mi época, que se esperaba el nacimiento para saber el sexo. Cuando unos meses antes me enteré que venía un varoncito, ay ay, se me cayeron unas cuántas lágrimas. Luego de algunas temporadas de tristeza, fuiste una luz que iluminó a todos. A mí, en primer lugar, obvio Robertito. Pero también a todos, tu mami, tu padre, tu hermana mayor. Eso sí, creo a esta última algo de celitos le dio. Disimula bien, pero la Encarni es.. especial. De vez en cuando se le escapa algún que otro rezongo respecto a la atención volcada en tu persona. Pero shhh, ¡no le digas nada eh!

Hay noches que te cuido, cuando tus papis me dejan. Canto cosas sin sentido para la gente adulta, pero tan graciosas para nosotros. Ríes bastante con mi «uni-doli-treli-cuatroli-quile-quilete-número-siete». Ya casi casi te sale el «gallo-gallina-fuera-cochina». Ja ja, ay que pienso en ti y soy feliz.

Pero lo que más te gusta es… mi cuentito. Te aburriría, si lo entendieras, de tanto repetirlo. Lo quería dejar escrito. Lo escribí para ti, así ¿sabes? No sé mucho de letras, pues en mis tiempos terminar la primaria era un lujo. Logré ello con esfuerzo, pero tuve que trabajar de muy pequeño: tiempos difíciles ah, es lo que a cada uno toca. 

Bueno… ay me perdí de nuevo… Te decía del cuento. Mira, no recuerdo mucho de mi primera niñez, así que no quiero que pase lo mismo contigo. Aunque sea un poquito vas a acordar a este viejo canoso y flaco. 

Ahora lo transcribo con «». ¿Se escribe así o se pone trascribo? Tu mami me ayudó a escribirlo bien. No me olvides, te amo.

«Dicen que los sabios de este mundo que los animales no piensan. Tampoco hablan ni pueden jugar a las cartas. Pues déjenme decirles, esa afirmación es falsa. Hay gatos que no solo cuentan con pensamientos bastante complejos, sino que, en su lengua, hablan. Sí, lo hacen en su propio idioma.

Mi nombre es Juan José, aunque no me gusta que me digan “jota jota”. Vivo en una ciudad muy grande, urbanizada y dónde llueve cada dos o tres días. Mi casita es pequeña, pero cómoda: posee techo de tejas, un gran living adornado con cuadros de ese gran pintor que fue Monet y dos sillones de tapizado rojizo, en uno de los cuáles me siento a leer el periódico o ver televisión, mientras que en el otro se ubica la mayoría del tiempo mi gato gris. Si no se recuesta allí, puede estar comiendo en la cocina atún en su platito o mirando a través de la ventana que da a la calle, ya sea prestando atención a la gente pasar, a alguna mosca o a algún pajarrillo que cantara encima de alguna de las miles de ramas del árbol de enfrente.

Mi gato gris, de gran tamaño y atigrado, no parecía tener nada de especial en comparación con cualquier otro gato. Me avisaba cuando quería salir afuera para ir a su baño, maullaba cuando tenía hambre y ya se había acabado el atún, ronroneada al hacerle mimos en la cabeza. Ahora bien, un día noté que, mientras éste miraba por la ventana, parecía comunicarse con un gato muy feo que no había visto nunca y que se encontraba trepado al verdoso pino frente a casa. No sé por qué me llamó tanto la atención, pero parecían dialogar en forma similar a como lo hacemos los seres humanos.

Al otro día, a eso de las 3 de la tarde, pasó lo mismo. Y al día siguiente, pero una hora y pico más tarde, de nuevo se repitió la situación descrita.

Mis sospechas no me dejaban en paz. Esa noche fui a dormirme con una sensación extraña. Sabía que al otro día tenía que hacer algo al respecto. Recordaba como mi gato gris pareció percatarse que yo lo vigilaba, inmediatamente mirándome con la cabeza ladeada y marchándose hacia la cocina. ¿Acaso había notado mis pensamientos? Bah, sandeces… pensé, no muy seguro.

Me levanté y ni siquiera desayuné. Cogí la vieja radio de mi padre, con la cual jugaba de chico: la había desarmado una tarde de verano y desde ese momento nunca volvió a funcionar correctamente. Sufría de interferencias en forma continua. Pero se sabe, uno tiene que seguir sus corazonadas. A eso de los diez años de edad estaba plenamente convencido que a través de esa radio se podían escuchar señales de otros mundos. El paso del tiempo hace que uno deje de creer: madurar es dejar de imaginar para la mayoría de la gente.

Mi gato gris observaba. Parecía que éste estaba estudiando mis movimientos. Traté de no mirarlo, pero ese sexto sentido que dicen los animales poseen me estaba haciendo sentir incómodo. Esperé pacientemente que apareciera el gato feo. Creo que mi gato hacía lo mismo.

Las tres: nada. Las cuatro: nada. Eran las cinco y ya estaba molesto por la espera, pero mi gato gris seguía mirando a través de la ventana. Se hicieron las seis, y como era invierno, el sol comenzaba a caer. Yo me sentía desilusionado. Me puse con la radio en mi regazo, sentado en el sillón. La encendí y traté de sintonizar alguna emisora. Mis intentos parecían infructuosos.

Cómo el cable que iba al tomacorriente era muy largo (lo tomé prestado de mi aspiradora) comencé a moverme dentro del living, radio en mano, tratando que la antena capte mejor señal. Fui de un lado a otro, incluso me paré sobre el banquito de madera del piano. No había manera que funcione. Había colocado el volumen al máximo con tal de escuchar lo que sea. Luego de unos minutos cambié de enchufe y usé el de la habitación. Utilicé el que no tiene conexión a tierra, qué más daba.

En tanto, escuché un maullido ahogado desde el living. Debía ser de mi gato gris. ¿Habría vuelto el gato feo, para continuar las conversaciones con el mío? Tenía que averiguarlo. Dejé la radio encendida, con el volumen como estaba, apoyada sobre la cama. Me encaminé lo más silenciosamente que pude hacia el lado de la ventana dónde aquel se encontraba.

El gato feo estaba sobre una de las ramas del pino. Miraba fijamente a mi gato gris, quien a su vez lo observaba con la cabeza ladeada y esgrimiendo muchos ‘miau’ y similares. La radio comenzó a emitir, al fin, locuciones audibles. Me llamó mucho la atención que parecían corresponderse con el movimiento de las bocas de ambos gatos, tanto del gris como del feo, éste desde el otro lado del vidrio. No quería apresurarme. Chequeé mi hipótesis una y otra vez. ¡Era cierta! ¡La radio captaba la charla de los gatos! ¡Podía comprenderlos! Era gracioso como repetían y mucho las eses, ja.

Qué más puedo decirles: charlaron sobre atún, el bulldog del vecino que siempre hacía correr al gato feo, las maderas aptas para afilarse las uñas, y la escasez de tierra seca que impedía que ambos taparan perfectamente los desechos cuando visitaban sus respectivos baños. Yo estaba perplejo. Mi gato se llamaba Pino: al parecer los gatos tienen la costumbre de colocarse nombres de árboles. Verán, son prácticamente sagrados para los felinos. El gato feo se llamaba Alerce. Ambos mencionaron la bondad de sus dueños; solo que Alerce estaba molesto porque la niña de su casa lo tomaba de la cola a menudo y tironeaba de ella de manera ruda. ‘Losss niñosss ssson asssí’ respondió Pino.

De allí en más, casi todos los días, ponía la radio en el tomacorriente de mi pieza, el que no tenía conexión a tierra, subía el volumen e iba al sillón, al lado de Pino, dónde éste aguardaba a su amigo Alerce para conversar por las tardes. Con el tiempo, el invierno recrudeció como cada año: entonces invité al minino feo a pasar dentro de la casa, cosa que se hizo costumbre a pesar de su reticencia: Alerce amaba el aire libre, y la rama del árbol. Éramos tres amigos disfrutando de las tardes. Ellos comían atún y conversaban, yo miraba televisión sin volumen a fin de escuchar las conversaciones a través del radio.

Que muchos sigan creyendo que los gatos no hablan ni piensan. Yo les afirmo que no es así. Incluso son más inteligentes que muchos humanos. ¿Saben lo que un día escuché en la radio? Ese día, Alerce no me sacaba los ojos de encima y dijo a Pino: ‘Esss aburrido sssi no hablamosss con tu dueño, ya esss sssabido que nosss essscucha sssiempre. ¿Y sssi traigo a Abedul en essstosss díasss? Sssusss ancestrosss ssson de Gelnhausssen y allí sssaben de micrófonosss’ Hoy día, Pino y Alerce me llaman ‘jota jota’ con tal de hacerme enojar, los muy graciosos. Por mi lado, ya no digo en voz alta que ningún gato es feo… nunca más.»

Y terminó.

😺

Me voy prontito, pero feliz.

Cariños para ti, 

el ñato o J.J.

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