Pero abuelo, ¿de qué idioteces estás hablando? —me dije cuando caí en la cuenta de que mi posición absurda se estaba llevando al traste todas mis relaciones con el personal del hospital y no sabía si eso era la realidad o pura ficción—. Fue un momento decisivo. Me cuestioné, entonces, el significado de la vida. Es tarde ya, ¿no crees? —me dije por inercia—. Sí, era verdad. Después de un recorrido de casi noventa años la tercera edad estaba culminando. “Has tenido suerte de llegar tan lejos, pero ¿ha valido la pena? ¿has dejado alguna huella en este mundo?”. En ese momento, como por arte de magia hubo una separación de mi ser. Una aguda irrealidad que ya era común en mi cabeza el último año. A la distancia los recuerdos estaban adulterados, eran figuraciones aumentadas o suavizadas según la conveniencia. De pronto, me vi frente a dos tipos. Uno de treinta años y otro de sesenta. El primero llevaba el apodo de Pepito, el segundo don Pepe y se dirigían a mi como “El anciano este”. Quien me llamó muchísimo la atención fue ese joven vanidoso y presumido que alardeaba de su físico. Seductor e inteligente, intrépido y arrogante. ¿Cuántas mujeres arrolló a su paso? Una de las que más sufrió fue su primera compañera. Pobre Renata, tan ingenua. Todo empezó como una de esas historias de telenovela. Se conocieron en una playa de España y él se fue a visitarla a Polonia. La sedujo y para convencerla de que todo iba en serio le prometió casorio. Tuvo el descaro de invitar a los familiares. Reservó el restaurante, le compró el vestido a su novia, hizo las gestiones para las ceremonias religiosa y civil, hasta les mostró los billetes de avión para la Luna de Miel que nunca llegó. En aquella fatídica mañana, llegado el día, Pepito se levantó con una controversia existencial, no quiso perder su libertad y no se presentó en la iglesia, pero luego el muy barbaján, meses después, fue a pedirle disculpas. La dejó embarazada y huyó de nuevo. ¿Tiene acaso justificación ese acto tan inhumano?
No, dice Pepito, bajando un poco la mirada. Se ve que no tiene el valor para enfrentarse a su conciencia. Sin embargo, hizo cosas peores como lo de Ekaterina. El muy sádico siguió viajando a Varsovia, Kiev y Minsk. ¿Para qué? Pues para encandilar a las mujeres, abusar de ellas y destrozarles la vida. Lo que no entiendo es cómo podía olvidar tan fácilmente y regresar a pedirles disculpas unos meses después. ¿Qué le podían disculpar? ¿Por qué no lo mataron de una vez por todas? Y, al final, en el umbral de la vejez se puso a recordarlas e imaginar su vida al lado de alguna de ellas. Hasta lloró el muy cobarde. Se pudrirá en el infierno por eso. Lo malo es que en aquella época lo único que hizo fue darle rienda suelta a sus pasiones más bajas y comenzaron los problemas con el alcohol. Dios le había dado inteligencia y la desaprovechó, pues en lugar de emplear su ingenio para lo bueno, solo buscó timar a los demás, pero fuiste tú, don Pepe, quien lo hizo todo. “Pero, qué impertinente estás anciano decrépito, tú eres solo el resultado de la decadencia, nosotros dos al menos hicimos algo ejemplar, malo pero ejemplar, ¿lo oyes? Para nosotros el fin siempre justificó los medios. En cambio tú, no lograste superar la soledad. Todo lo que yo había hecho lo tiraste por la borda. Me recuperé de los vicios que me dejó Pepito, enderecé la vida. Comencé a hacer deporte y, mal que bien, salí adelante. Cometí un gran error, lo aceptó, pero ¿quién está libre de pecado en este mundo? Lo hice, lo sé. No debí dejarme llevar por la ambición, pero estaba allí, servido en bandeja de plata y negarme hubiera sido una estupidez. Lo tomas o lo dejas—me dijo Lizarde y me llevó a su despacho—. Después ya no hubo marcha atrás. Y ¿qué? ¿no te acuerdas de los mares de champagne? ¿de las esculturales mujeres con quienes te metiste en la cama? Fue la época de oro. El pecado bien valía ese sacrificio. Eras Fausto con el alma ya condenada para enviarla a alguno de los círculos del infierno. No, no me arrepiento. Además, ya no me tocó a mí sufrirlo, sino a ti, anciano inútil. Cálmate, que te queda muy poco para estirar la pata. Pepito y yo somos tu recuerdo, aquí y ahora solo existes tú y das lástima. El tiempo es etéreo como esas imágenes de satisfacción que te enorgullecen. Nada existe más que miles de tiempos presentes. Vive los tuyos mientras puedas. Vendrán los demonios por la noche y te aterrarán, pero échalos. No son tuyos. Destiérralos con excusas y resignate. No hay nada eterno. Esas son palabras tuyas, ¿no?
Después del ictus se me puso a prueba. ¿Será que no te acuerdas del esfuerzo que tuve que hacer para recuperar la movilidad? Fueron cinco años y, de no ser por mí, no habrías llegado hasta aquí. Mira a Pepito. Fue un iluso, no pudo controlar su pasión. El deseo lo llevó a la locura, cogió el camino equivocado, pero ¿podría haber sentado cabeza? No, lo dudo, incluso ahora sigues tratando de convencerte de que tu espíritu es joven y el cuerpo es una cáscara que se pela y se tira, pero allí quedará la esencia.
Esta habitación no me gusta. Es muy fría. Mi parálisis me mantiene pegado a este insoportable colchón. Tengo esperanzas de que me saquen de aquí. Me han dicho que la ciencia ha avanzado mucho. Quizás hasta me rejuvenezcan un poco. “Ha estado en coma, pero le hemos hecho un tratamiento especial. Pronto le quitaremos unos diez años de encima”. Sí, doctorcito, haga su trabajo y no me venga con sus preguntas tontas. ¿qué le importa a usted que me haya llenado los bolsillos con el dinero de las arcas de la nación. Sí, lo veo en sus ojos cada vez que viene. Usted hizo su juramento y cúmplalo, cure a la gente ¿es su vocación o no? Yo condené mi alma y no me quejo. ¿Piensa que soy un “Vendepatrias”? ¿Qué presté mi nombre para que el presidente del país vecino saqueara los recursos naturales y se llevara el poco dinero que teníamos? ¿y qué hubiera hecho usted? Mire, hay cosas ante las cuales el hombre no puede permanecer indiferente. Son la riqueza, el poder y el sexo. A mi me lo ofrecieron todo y dudo mucho que un tipo como usted se hubiera negado a cogerlo o, tal vez sí, pero por cobardía y no por honestidad, ni por la moral o la ética. Usted tiene poder de decisión. ¿No le hubiera gustado que sus hijos fueran ricos? ¿Qué su mujer no le echara broncas porque su sueldito no le alcanza ni para llegar a fin de mes? ¿qué hubiera dicho: “No señor, amo a mi gente y a mi país. Jamás cogeré dinero sucio. No soy ni político, ni delincuente, ni corrupto, ni nada”. ¿En serio lo habría dicho? No me venga con idioteces. Bueno, ya déjeme en paz porque allí vienen esos dos impresentables a molestar de nuevo. ¿qué se traerán ahora?
Mira, anciano, yo no tenía por qué comprometerme con esas mujeres. Ellas decidieron estar conmigo. Les advertí desde el principio que no era su partido, pero entre más me negaba, más persistían. Tenía que alejarlas de mí de alguna forma. Sí, Pepito, pero esa no era la manera. Habría sido más fácil desaparecer y no estar prometiéndoles el cielo y las estrellas. Lo que no se le puede perdonar a don Pepe es que no les haya mandado dinero. ¿Qué le costaba comprar su perdón? Al menos Ekaterina habría podido rehacer un poco su vida. Oksana, Renata, Marina y las demás eran fuertes, habrían comprendido tu falsa humildad y con tres escupitajos se les habría olvidado todo. Ella no. La única que te quiso sin condiciones fue la que salió peor. Perdió la matriz, padeció anemias y quedó esquelética. Le dejaste una carga que la doblegó y para rematarla le hablaste el Año Nuevo en el que te iba a sepultar en su olvido para siempre. Eso fue lo más sádico que hiciste en tu vida. ¿Y tú, viejo loco? ¿Qué hiciste por ellas? Nada, te refugiaste en tu zona de confort. Ridículo con tu chándal salías a caminar fingiendo que corrías. Sonreías como un abuelo ejemplar que disfruta de sus últimos años y adora a su familia. ¡Qué descaro! ¡Deberías pudrirte con tu maldita tacañería! Te dolía soltar unos míseros billetes y pagabas por la manutención de tu casa un dineral. Recuerdo los escándalos que le hacías a la servidumbre y tus horribles perversiones. ¡Te detesto con toda el alma!
No me importa lo que diga nadie. Viví mi período histórico y salí vivo remando a favor de la corriente. No tengo la culpa de que me tocara algo así. No había forma de evitar la corrupción. O la aceptabas o te eliminaban. No era tonto. La vida me había negado muchos placeres y de pronto me los puso todos en bandeja de plata. Los cogí y tuve el valor de aceptar las consecuencias. Me escondí, urdí las peores intrigas. Por mi culpa murieron inocentes, pero era la ley del pez grande y los chicos se jodieron. No inventé yo el sistema y las circunstancias me sobrepasaron, entiéndanlo. Siempre pensé que la historia me juzgaría, pero dada la situación actual a nadie le importa un bledo lo que me pase o me deje de pasar. Abusado, allí viene la enfermera. Mira, si tuviera unos diez añitos menos, ya vería la condenada. Lo bueno es que los doctores me han dicho que los efectos de la modificación genética comienzan a notarse en mi organismo. El corazón me late con más fuerza. Ya no me sofoco. Hasta, si me lo permiten, confesaré que en la mañana he tenido una erección. No sé cuántos cambios habrá en mi cuerpo, pero en cuanto tenga de nuevo el empuje de antaño volveré a las andadas. ¡Qué ganas tengo de que esos dos idiotas ya se callen! Les voy a demostrar lo que es volver del más allá. Regreso con más inteligencia y esta vez sí que sabré aprovechar el tiempo.
Bueno, señorita, Jane, dígame qué tengo que hacer ahora. Que me veo mejor el día de hoy. Pues, gracias, usted tampoco tiene mal aspecto, incluso me parece más guapa que los días anteriores. ¿A dónde me lleva? Ah ¿eso quiere decir que me van a hacer una revisión? Bien, mire que rejuvenecido estoy. Pronto podré ir a todos lados por mi mismo y no necesitaré de su ayuda. Ahí vamos. ¡Ya suenan en mis oídos los tambores, la dulce voz de una mulata!!Veo las burbujas y los riachuelos dorados embriagantes llamándome!!Todos esos aromas de cuerpos desnudos y hermosos! ¡Venga la felicidad a tu reino! ¡Bendito seas, Señor!
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