Bodas de oro de mis padres. Con la excusa de poner en la mesa sus platos favoritos, montamos un festín pantagruélico, combinado con la destreza de un loco y la generosidad de un mendigo.
Hay tantas cosas sobre la mesa, que los más pequeños de la familia miran todo sin saber qué coger. Mi hijo pequeño señala los mejillones al vapor y pregunta: – ¿Y cómo han cabido éstos en la lata con las cáscaras puestas? Me doy cuenta entonces que, tantos aperitivos de vermut con aceitunas y mejillones de lata, les han creado una imagen equivocada y me siento culpable, porque mis hermanas y yo, cada vez que comemos mejillones al vapor, recordamos los maravillosos veraneos en Vivero; cada vez que alguien pone encima de la mesa una fuente de maravillosos mejillones gallegos, cocinados al vapor y aliñados con un simple chorrito de limón y un poco de perejil fresco, nosotras aplaudimos y no porque nos gusten los mejillones, que nos gustan; ni porque nunca los hagamos, que no los hacemos; ni porque mi madre compre siempre los mejores y los cocine con estilo y esmero, que lo hace; sino porque nos vemos a nosotras mismas aprovechando la bajada de la marea para lanzarnos a la búsqueda de mejillones como posesas, en una aventura con aires de naufragio, en la que la necesidad nos empujaba a procurarnos nuestra propia comida. Con un pañuelo en la cabeza y embadurnadas de crema, nos afanábamos en nuestra búsqueda con una dedicación admirable por infructuosa y con una pasión, que si la hubiéramos dedicado a los estudios con la misma intensidad, hoy seríamos ingenieras aeronaúticas, por lo menos.
Mi hermana coge un mejillón y me sonríe, mientras intenta explicarle a mi hijo que los mejillones no vienen de las latas, que vienen de las piedras, que baña el mar Cantábrico en las costas gallegas. Yo mientras me ato una servilleta en la cabeza y grito: – Vamos! Las princesas piratas tienen que buscarse la vida y encontrar la cena! Mi otra hermana dice que ahora está prohibido coger mejillones y que nos puede caer una multa tremenda. La tildamos de aguafiestas y mi madre le coge el relevo y nos explica que siempre tiraba a la basura los mejillones que nosotras cogíamos y nos ponía los que ella compraba en la pescadería. La miramos consternadas… O sea que cuando nos decías que al cocerlos engordaban, cambiaban de color y se multiplicaban, ¿era mentira?
Superada la decepción, tomamos una decisión: este verano nos vamos todos a Vivero y pagaremos la multa, pero cogeremos mejillones y los cocinaremos. ¡Las princesas piratas se harán a la mar de nuevo!
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