Respiramos al unísono. Una inhalación cada dos segundos. Soltar, al tercero. Colocas a este bebé sobre vientre y cuerpo, considerándome la opción más animal. Rechazas otras pieles de dureza impenetrable. Brazos que se aferran a su cuerpecito blando que narra una vida aún por crear, que vibra con la tranquilidad de arropar a un susurro nuevo. Una vida acogiendo a otra desde la fragilidad de la existencia.
Y entras en la habitación acarreando el aroma que de niña siempre hacía que pasara horas en tu cocina. Observar cada gesto cálido, cada movimiento de un cuerpo dolorido que mueve el aire. El fruto agrio, aún protegido por su cascarón, envuelto por su capa verde acolchada. La caída. El sonido de la piedra contra la superficie dura. El sol secador. La almendra molida. El horno. La suavidad tras el contacto ardiente con las papilas gustativas, las almendras troceadas sabiamente para que no desaparezcan en la mezcla. La saliva húmeda. El limón que te trae el verano; la canela en rama, el cuidado; el azúcar, la simplicidad de los días.
Y es ese olor a almendra triturada, y a harina, y a trazas ácidas. Cuando el gusto por la vida ya no te regala nada nuevo.
Y es el contacto de tus dientes con su superficie rugosa y tostada.
Y es el primer mordisco a almendro en flor que se deshace en salvia. Y que envía tu señal al vientre. El contacto con la transparencia de tu lengua. Y te cuenta que has vivido. Y te recuerda la dulzura, y la hierba, y el lecho. Y el silencio recorre el cielo de tu boca. Y tus sentidos escuchan.
E intentas recordar la última vez que sus manos de resina y miel te acariciaron. Y ves la herida abierta, bañada en sequedad y dureza.
De tiempos pasados. No necesariamente bellos. No precisamente mejores. Y que se concentran en esa mezcla irrepetible de harina seca, y canela en rama, y limón soleado, y almendra dulce.
Y que cuando por fin su aroma invade tu pituitaria y tu piel se ha convertido en suya y tu vientre ha creado espacio para acoger su respiración. Tu cuerpo presente se funde en el recuerdo de su risa abierta y llorona. El silencio te indica que todo va más allá de ti, y de ella, y del universo que sostienes entre tus brazos:
La noticia de su marcha se te viene encima como una certeza apagada. Que no muerta. Apagada.
Y los sentidos no obedecen a lo quemado, sino a lo vivo.
Y ahora su piel ya no es suave. Sus recuerdos, los de otros.
Me despido pensando que la vida tiene que ser muy cruel para regalarme la oportunidad de volver a verte.
Me traes la memoria de tu olor antes de partir. Me traes el silencio, susurrando que todo saldrá. Que estamos bien.
OPINIONES Y COMENTARIOS