Siempre me ha costado madrugar. Esta fría mañana de sábado lo estoy intentando sin mucha pasión. El sonido de la ebullición del agua en la cocina me activa. Ese sonido burbujeante siempre indica que algo bueno se está cociendo, nunca mejor dicho. Me encuentro en la pequeña aunque acogedora casita de madera de mi abuela, en Lastres. Me abrigo como puedo con una bata de guatiné que ella me regaló y bajo desperezándome, aunque salivando hacia donde se encuentra. Tan pura, tan llena de vida, haciendo lo que más le gusta, cocinar. Me sonríe, sabe que adoro verla en esa faceta tan suya.
Una vez dentro de la cocina, no hace falta mediar palabras, somos tan expresivas que nos comunicamos con la mirada. Empieza a envolverme ese exquisito olor a Fabes de la Granja. ¡Qué maravilla!. Es el plato estrella de mi abuela.
Comienzo a observar la encimera. El fuerte olor del chorizo llama mi atención, tiene un color y una textura que hace que cueste resistirme a hincarle el diente, está muy tierno, apetecible. La sabrosa panceta curada y el hueso de jamón a su lado tampoco me lo están poniendo mucho más fácil.
El agua sigue hirviendo con las fabes y el olor se va intensificando. Mi abuela lo remueve con amor, con dulzura…y el sonido del cucharón en la ancha cazuela de barro hace que mi salivación se dispare más y más.
Miro al otro extremo de la encimera y veo las morcillas, su característico olor me encanta, están tiernas y tienen una pinta extremadamente exquisitas. Cojo un tenedor del cajón y comienzo a pincharlas, me encanta el conjunto de sensaciones, la textura y el olor que desprende.
Por fin todo está cociendo a fuego lento. En el amor como en la cocina todo sabe mejor cuando se hace con delicadeza. Cojo unas hebras de azafrán y las aspiro con intensidad, es uno de los olores que me hacen sentir un poco más viva. Las añado una vez diluidas en el caldito caliente. Es difícil narrar olores, pero las sensaciones que provocan son mágicas y perduran toda la vida en nuestro hipocampo. Bendita memoria olfativa.
Bajo un poco la temperatura de cocción y con un cucharón de madera me aventuro a probar esas ricas fabes cocinadas por el método tradicional, en olla de barro. En cuanto mis labios tocan la textura y mis papilas gustativas se activan y delicioso sabor salado proporcionado por el regusto que ha dejado el hueso de jamón inunda mi boca.
Pasadas dos horas, las fabes tienen una pinta increíble, listas para ser servidas. Vuelvo a probarlas. Están muy tiernas, se deshacen en la boca. El sabroso caldo las envuelve y las da una textura deliciosa, placentera.
Tengo que dejar de escribir pues tengo una cita con la buena gastronomía.
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