LOS DOS SABORES DEL CAFÉ.

LOS DOS SABORES DEL CAFÉ.

B

25/04/2017

Le di otro sorbo al café. Ese dulce sabor a bailey’s recorrió todo mi paladar. No pude evitar cerrar los ojos y saborear toda su sensación. Siempre me ha resultado un verdadero deleite beberme el color de su mirada. Ese aroma, ese tacto… por un pequeño instante, me transporté a aquel bar irlandés donde la conocí.

– Disculpe señora, ¿le recojo el café?

– No. Déjeme disfrutarlo un poco más. – Sonreí a la joven mirada de la camarera. Se llevó la taza y al instante, apareció ella.

Llevaba un vestido blanco y la piel morena, tan morena como un té inglés. Ese olor tan exótico y ese caminar tan soberbio me siguen volviendo loca. Se sentó enfrente de mí, y no podía quedarme quieta sin verla sonreír; tenía que hacer algo.

– Has vuelto a tardar un café en venir. La próxima vez me pediré un chupito, a ver si así apareces antes. – Si alguien la observara desde mis ojos, le vería la sonrisa más atractiva del país entero.

Se pidió un vino tinto a juego con su pelo, y yo me pedí una cerveza. No era la primera cita que teníamos, pero tenía el poder de inquietarme.

– No puedo creer que me sigas poniendo nerviosa cuatro años después.

– Te quiero Ana. – Me dió un beso tan intenso, que hasta los hielos de su bebida se derritieron.

La tarde pasó volando, y ya casi iban a cerrar el bar. Tras horas de risas, Bea enderezó la expresión y se puso muy seria.

– ¿Me dejarías?

– ¿Dejarte? ¿Por qué?

Su mirada era un auténtico enigma. Intentaba decirme algo sin mover los labios.

– Te he esperado muchos cafés Bea, y me tomaría los que hiciera falta. – Le cogí la mano y al instante puso una sonrisa cansada. Estuvimos en silencio unos inacabables segundos. Los más eternos de mi vida.

– ¿Recuerdas aquella fiesta en la que me presentaste a tu amiga Lucía? – Mi corazón comenzó a acelerarse, y no era por la cafeína.

– Claro, ¿cómo no voy a acordarme?

– Esto no es justo. – Se le escapó alguna lágrima, y me miró con unos ojos que no reconocí. – Lo siento mucho.

– ¿Durante cuánto tiempo? – Mi expresión estaba tan rígida que ni siquiera podía mirar hacia otro lado.

– Dos semanas. He llegado tarde hoy para ponerle fin a eso; quiero estar contigo.

No terminó la frase y yo ya estaba saliendo por la puerta de ese bar. No me levanté por lo que dijo, sino porque me vino de golpe el sabor amargo de todos los cafés que me había tomado esperándola.

Miré hacia atrás. Sólo vi el cadáver de una confianza que seguía sangrando, así que mis pasos eran firmes. Tengo los ojos tan empañados que he estado meses sin tomarme otro café. Algún día dejará de saberme tan agrio.

Hasta entonces sólo me pediré chupitos, por si por casualidad la vuelvo a ver de lejos.

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