La Posada de los cinco sentidos

La Posada de los cinco sentidos

Néstor Ravazza

23/05/2017

El suave declive de la verde barranca parece una alfombra de gramilla mojada.

Hay un leve sonido del viento que atraviesa el paraje y se huele un aroma inconfundible a rocío y a escarcha. Mi mano resuelta raspa con la yema de los dedos el pasto cubierto de humedad y luego arranca cierta rama. Sentado en un sillón de lona parece como si el tiempo no pasara.

Anoche los labios entreabiertos de tu boca escalaron mi cumbre más exacta.

Tu pelo de sol amarillo se perdió en las manos de mi alma.

Y el olor a Shalimar de tu seno y tu cuello me envolvió en su fragancia. No estabas ausente, al contrario, la seda te envolvía a manera de piel y mi boca besaba el sabor del abismo que siempre me dabas.

Era el tiempo sensible de las cosas que pasan.

La ensalada de fresa, roja como una fragua. El atún invasor y el tazón de avellanas. El cuchillo cortante a través de los higos. El crepitar del fuego. La gota de limón que me saltó a la cara.

Igual que siempre amor, estabas y no estabas.

Y por último el vino, la botella imprecisa, el pálido y dorado muscadet que trajiste de Francia. La copa cristalina, el sonido del corcho, los anhelos, la mañana sensible y las tazas.

Algo se confabuló en la posada.

Y ahora de regreso, percibo los sabores, el color, la distancia.

Y tengo sobre todo, cual recuerdo del viaje, el camino preciso de la senda tatuada de tu infinita espalda.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS