Siento que nadie me entiende, le dije. Ella con total seguridad me respondió: la única persona que te puede entender eres tú mismo y para eso, escribe. Esa conversación la tuve a los 14 años con una psicóloga a la que acudí en busca de respuestas que me ayudaran a reencontrarme con mi esencia, esa que parecía se había ido para no volver aquel 20 de octubre cuando mi mamá después de años de batalla contra el cáncer dejó de ser parte física de este mundo.
Vendrán cosas peores, reza uno de los pasajes del libro más famoso de la historia, y así fue. Tan solo 6 años después, en plena etapa donde reinaba el existencialismo y las dudas eran el pan de cada día, la vida me demostraba que aquella frase era cierta, de un infarto fulminante mi papá decía adiós y disipaba la mayoría de las interrogantes, dejando solo una; ¿Y ahora qué? Sin embargo, dicen que; “no sabemos qué tan fuertes somos hasta que ser fuertes es nuestra única opción” y a eso decidí apegarme.
Entre escritos y excesos, estudios y distracciones, uno que otro plan sin terminar se unía a aquellos que ni siquiera comenzaron y marcaban el rumbo de una vida regida por dos tiempos verbales, pasado y futuro, no existía el presente, pues, más que vivir, tan solo era existir. Para entonces había escuchado muchas veces la expresión “la esperanza es lo último que se pierde” y para mí no refería a algo más que un dicho popular, pero en un arrebato de reflexión, un destello de lucidez marcó un punto de inflexión en mi vida a través de esa frase. La esperanza no es lo último que se pierde, la esperanza, simplemente, no se pierde y mucho menos cuando se ha tocado fondo, porque una vez estando ahí, solo se puede resurgir, y eso hice. Decidí levantarme y seguir adelante con la firme convicción de que si volvía a mirar al pasado sería únicamente para compararme con quien era ayer, buscando ser mejor. Fui consciente de que serían mis propias acciones en el presente las que escribirían ese futuro que tanto me agobiaba.
Muy a menudo se le atribuye a la suerte o a la casualidad las oportunidades y eventos que delimitan un antes y un después en nuestra vida, pero, comprobé por experiencia propia que esos “golpes de suerte” y algunas de esas extrañas “casualidades” son realmente el resultado de nuestra actitud y el aprendizaje obtenido después de todas las situaciones que en un momento no entendimos, que antes de sentirme desdichado, debía comprender que las situaciones adversas siempre existirán y escapan de mi control, pero el cómo actúo ante ellas si me compete, que debía ser muy agradecido y honrar la vida que me tocó enfocando la felicidad como el camino y no como la meta
Así, hice las paces con el pasado y me dediqué a disfrutar del presente, mientras mis experiencias van iluminando el que será mi futuro…
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