La tarde cayendo frente a mi ventana, un cielo apenas azul, y en
la rama más alta de aquel árbol esa solitaria ave.
Estoy casi sola. Un mate, al que no me puedo negar, frío, lavado,
pero sin embargo estoy muy ansiosa por acabar este dulce y alimonado
líquido para que nada, ni siquiera el sonido áspero y acuoso de cada
sorbo, interrumpa este momento…
Y es que acabo de descubrir que no estoy del todo sola. Una vez
más, ella ha vuelto a venir y está enfrente mío. Pero esta vez es distinto,
me mira, me observa, me interroga con la mirada, pero siempre en
silencio, porque no hacen falta las palabras:
Aquí estoy yo y en frente mío,también estoy yo. Un encuentro,
un instante de indecisión o de completa decisión pero conmigo, para que
al fin pueda salir de mí misma, tomar esa gran distancia,, sin medida, sin
tiempo, pero tan frágil que hasta el más mínimo susurro podría
desvanecerla.
Es esa parte de mí que se atrevió a salir, a buscar, a enfrentarme, a
mirarme de frente para reclamar lo que aún no me he animado a decir,
para preguntarme por cosas que no hice, y que creí que no iba a poder
lograr, para pedirme que tome la decisión que postergué, aunque el
tiempo se haya ido, aunque ya no me espere.
Y es esa parte de mí que está intentando abrir el cielo, para que
pueda ver que más allá de las nubes están pintados con otros colores mis
miedos mientras enmudecen irremediablemente las palabras que sonaban
a excusas.
Ahora sí estoy sola. Ese prodigioso momento se ha ido ya,
dejándome la hora más apacible del anochecer. El cielo se me presenta
más oscuro, y en la rama más alta de aquel árbol ya no está esa ave, pero
todo indica que cantó.
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