Este es un relato que arranca a principios del año 2000 cuando, encontrándome en la empresa estatal más importante del país, fui testigo de su desmembramiento; ese que sucede cuando llega lo “nuevo” y éste se impone. Sabía en el alma que habría un antes y un después; y la sensación intima que el “antes” indefectiblemente no regresaría. Es de esos “antes” que estaban en la conciencia colectiva etiquetados como concretos y, por lo tanto eternos; como esos paradigmas que resisten los siglos sin siquiera cuestionarse.
Por eso fue el inicio, porque después de aquella declaración de despido, comenzó un periplo, al estilo del que hizo Ulises para regresar a su ansiada Ítaca 20 años después. Ese que hace que la realidad se conecte con la mitología de una manera casi mágica y se cuestione lo irreal de lo mítico…
Por supuesto, la reacción natural ante un paradigma quebrado es la negación y el desprecio visceral por aquellos que lo quebraron. Sin embargo, el tiempo pasó para que reaparecieran los vestigios de seguridad con trazas de arrogancia y generaran el otro paradigma que dice: “puedes hacer absolutamente lo que quieras”. Allí es cuando surge la gran oportunidad de ser empresario, solo que las condiciones que tenía al salir de mi pasado concreto, se alejaron mucho de lo ideal y El Estado se transformó en un cliente con todas las características de un ser humano normal con luces y sombras no integradas…
Pasada la negación –habían demasiadas evidencias del quiebre y la destrucción– constaté que el desprecio visceral en lugar de apaciguarse, crecía y que, lo peor (o lo mejor) era que me gustaba. Así fue que nació el resentimiento, copia al carbón pero especular del que motivó a “los nuevos” a cumplir lo que consideraban su misión de vida.
Sin embargo, como la verdad no existe porque depende de quién la observa, la verdad “de ellos” opuesta a “la mía” me llevó a transitar por opciones laborales que en épocas anteriores ni siquiera las hubiese considerado por no ser dignas de un ingeniero de proyectos de mi nivel; a experimentar participar en la administración de los intereses de un municipio, a viajar agotadoras horas y trabajar otras tantas en condiciones extremas, a compartir con personal obrero, con sindicalistas “bien” entrenados, a ser “protegido” por delincuentes a sueldo -por aquello de la inseguridad en las obras, como paradoja- y volver a ocupar los cargos que ocupaba en mis primeros años; aprendiendo lecciones que tenía aplazadas por no haber asistido a ellas.
Así, después de hacer un balance a casi cumplirse el mismo tiempo que le tomó a Ulises regresar a Ítaca y reconocer con humildad que ese “antes” necesitaba renacer como serpiente al cambiar de piel, internalicé la enseñanza que recibí por lo que he pasado y, por coherencia, hago referencia a otro evento mítico y, terminando, invoco al Rey Arturo al momento de acabar con el usurpador Vortigern y declarar “Me hiciste como soy hoy, por eso te bendigo”
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