Aquella mañana Waman y su hijo, recorrieron los alrededores de lo que fuera una aldea indígena, cansados, caminaron buscando la sombra de un cansado y viejo árbol, que parecía reinar en la extensa planicie. Yacu, hijo de Waman, mira al horizonte, cierra los ojos, y por un instante revive en su memoria, como se vestían los campos, de trigo.
– No puedo creer padre, que este sea el mismo terreno de hace unos meses.
–Es el mismo terreno hijo, profanado por las semillas del hombre blanco.
– ¿Qué haremos tayta?
– Debemos buscar las semillas de oro, para sembrar y alimentar a nuestro pueblo, con ellas se alimentaron nuestros ancestros por décadas, dice el padre.
-¿Cómo llegamos a esta situación? Pregunta Yacú.
–Hijo mío, te contaré.
– Nuestros pueblos federados, durante las últimas décadas dejaron de sembrar el cereal preferido, para dedicarse al cultivo de trigo. Este llegó a la zona cuando Don Jetrig, un reconocido colono, trajo la semilla de Europa para labrar sus tierras e incrementar las ganancias. Pronto, los demás colonos organizaron también su plantío, convirtiéndose en el cultivo estrella de la región.
Yacú, lo escuchaba asombrado.
– Pero ¿acaso sembrar esta semilla, no trajo prosperidad a todos?
-Si. Responde el padre.
– El problema fue el manejo de la semilla.
-No entiendo padre.
-Los colonos con el tiempo empezaron a traer el grano de trigo de muy baja calidad, lo que ocasionó la llegada de enfermedades y plagas a los cultivos, sumando esto a las heladas, generó la pérdida de extensos sembradíos, al final nos dejó sin comida. Con voz grave y el rostro dibujado por la preocupación continúa.
-Debemos organizarnos para buscar el grano.
¿A dónde iremos padre? Si toda la región de Manta, está desolada.
El padre, responde.
-Volvamos a la aldea, reuniremos algunos capitales y preguntaremos.
Waman, que era reconocido por su sabiduría, hace el llamado a todos los capitales de las aldeas cercanas, para encontrar el lugar donde aparentemente se encontraban las semillas. Al llegar a la reunión, averiguan con los ancianos, quienes cuentan del cultivo maravilloso que existió en la aldea Aymara, ubicada junto a la serranía, durante siglos dicen ellos, se preparaban deliciosas comidas.
Kusi, capital de la aldea Unza, confirma esta versión y dice que aún deben existir esas plantas, porque de niño su padre, lo llevó de visita a la casa de un familiar en Aymara, donde les prepararon diferentes comidas con ese cereal. Su tío, que ha oído esta conversación, les cuenta que deben buscar en el lejano bosque milenario, por lo que deben organizar la expedición y traer los prodigiosos granos.
A la mañana siguiente, el pequeño grupo de capitales, emprende el viaje en busca de la semilla de oro. Después de varios días, hallan el camino al bosque milenario, donde el Zipa hizo sembrar su cereal preferido.
Al llegar, todos se miran asombrados, una plantación de quinua, lista para recoger.
Todos bailan y cantan: “La quinua, es una dádiva de vida”.
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