Arribar en esta gran isla nos vuelve visibles ante el mundo; la primera vez en años que podemos señalar donde en en un globo terráqueo. Pero yo quiero contar mis cuentos de lugares invisibles, me siento más un punto en el medio del mar que un nombre. No sólo son mis cuentos, hay otros marineros en el puerto de Whangarei que también llegan a Nueva Zelanda. Todos buscamos resguardarnos de la temporada de ciclones. Para muchos ha terminado el viaje, para otros es una espera a que cambien las estaciones.
Nos reunimos esta noche en Persimmone, una barca de metal, roja, vieja y fuerte que ha venido desde Antártica. Apretados a una mesa de madera tomamos vino tinto que Ian trajo desde Chile. Compartimos los tesoros que cada cual trajo desde sus países: Alemania, Brasil, Australia, México, Sudáfrica. Yo me encargo de la cena, una receta con chile guajillo, ese que mi madre metió en polvo hace unas 6 mil millas náuticas y hoy comparte su sabor a hogar. Tomamos el caldo ruidosamente, entre caras sonrojadas y brindis, risas que cada vez suenen más alto.
Afuera tintinean los mástiles y las guitarras descansan en cubierta, adentro contamos cuentos de palmeras y viento. Qué alegre sorpresa saber que todos hemos visitado Nuku Hiva, Mopelia, y Vaka Itu, que conocimos esas pequeñas islas invisibles. Qué alegría saber que no solo yo me lo pregunto: ¿Por qué vamos al mar para escapar de la tierra y regresamos a tierra para escapar del mar? En el desasosiego de arribo nos preguntamos ¿hacia dónde ha sido nuestra huída?
Después de agotar charlas importantes como el clima, los peces, la gente de las islas, empezamos con el tema del trabajo y el dinero. Temas que atraviesan nuestras mentes acostumbradas a estar a la deriva, que planteamos ahora por la llegada a un lugar donde se usan los zapatos. Quizá fue por el vino o el ambiente de recién llegados, de nuevos amigos; nos brindamos confianza, nos contamos de los sueños y las dudas.
Soy yo quien suelta la pregunta.
Nos quedamos en silencio, cada cual con su propia isla. Sólo se escucha el agua por debajo de nosotros. Mientras se va haciendo tarde salimos despidiéndonos uno a uno, tanteando el movimiento. Afuera los veleros, silenciosos, resguardan las respuestas.
Me he poblado de islas, pájaros y olas. He construido un mundo en el viento. Me he condensado en agua salada. Perdido en montañas y encontrado en caracoles. He vivido para el mar mientras la tierra la llevé bajo las uñas. He querido no volver nunca. He regresado.
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