Aquel hombre trabajador

Aquel hombre trabajador

Juan D Velasquez

19/10/2018

Un sol incesante alumbraba aquella mañana en la que un hombre trabajador buscaba el pan de cada día. Ganadero de profesión y vaquero de corazón, montó su caballo esa mañana para ir a ver a aquellas reses que tanto amaba. Aunque su corazón se encontraba vivo y lleno de alegría, ese día pasaron por su mente los remordimientos de años pasados.

De su memoria venían recuerdos de una juventud desperdiciada, acompañada del amargo pero tentador licor que fue el legado aprendido por toda una generación de hermanos. Aquella herencia lo llevo a tomar muchas malas decisiones y reflexionando sobre su pasado pudo observar aquella ignorancia que lo había retrasado tanto tiempo. Reconoció que las seis décadas y media que llevaba sobre los hombros, hubieran sido un peso más liviano si hubiera visto lo importante en aquel entonces. Tal vez, el tiempo hubiera sido más ameno si hubiera bebido momentos en vez de alcohol.

Su cara se ponía tosca al recordar aquellos instantes. Sentía remordimiento al entender que durante mucho tiempo pensó que estaba viviendo la vida cuando en realidad solo esperaba la muerte. Aun así, a su memoria llego el momento en que corrigió el camino y cambió sus pasos. Cuando los cincuenta años llegaron a su cuerpo, también trajeron consigo el alumbramiento de su pequeño hijo. Aquel ser viviente que cambió todo para él.

Viendo sus pequeñas manos rosadas se propuso a poner en marcha las suyas, y decidió por sí mismo que el tiempo seria su rival. Luchó incansablemente cada día por ser un hombre honrado y por darle un buen ejemplo al hombre que sería su hijo. Trabajó arduamente durante dieciséis años, corriendo contra el reloj de la edad y suspirando por un gran futuro. Él sabía que su vida podría ser mejor y que podía dejar atrás aquellos errores del pasado; y a pesar de que sudaba frio cada vez que una botella lo hacía, se mantuvo firme en seguir adelante con la promesa que se había hecho a sí mismo.

Con una sonrisa en los labios se alegraba al observar el camino recorrido, el trabajo de años lo había convertido en un hombre admirable, integral y honesto. Aunque no era perfecto, veía con alegría el resultado de sus logros y se enorgullecía de ser un buen padre y un amado esposo. Con eso en mente, miró al cielo y en una expresión de satisfacción dio gracias por los favores recibidos, rogando que su tiempo no acabara hasta no ver a su hijo hecho todo un hombre.

Sin embargo, no contaba con la ironía de la vida, que en un acto de sabiduría había determinado que aquel seria el último día de ese hombre.

Con el corazón lleno de gratitud y con la vista nublada por la alegría no pudo ver aquella serpiente que se atravesó en su camino, mordiendo a su caballo y haciéndolo caer sobre un peñasco, alejándolo de este mundo para siempre, pero dejando a su hijo el legado del hombre trabajador.

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