NUESTRO PRIMER BAILE
Por fin era la tarde del sábado, por fin te vería en el baile del barrio. Estaba decidido, pero entre mi natural cobardía y el respeto que me causabas, mi voluntad se hacía añicos
Frente al espejo renegué de mis orejas y de mi mirada pánfila. ¿Quieres bailar?, decía con voz de galán, y volvía a repetir la pregunta, pero ninguna de mis tentativas me parecieron dignas.
Me puse mi camisa blanca los pantalones grises oscuros y acampanados, la corbata estrecha y negra, con un nudo casi invisible y encima una chaqueta azul con pespuntes rojos en bolsillos y solapas.
Salí a la calle, tú ya estarías allí con tus amigas, sentadas todas en el mejor sitio, entre la barra y la bolera, controlando a todo lo que se movía.¿Cómo acercarme a aquel tribunal y pedirte un baile?, el pánico a la negativa era supremo, menudo ridículo…, de ser así no creo que ya volviera por ese local nunca más.
Entré en el recinto saltando los escalones de dos en dos. Efectivamente vi por el rabillo de mi ojo a ti y a tu grupo, pero me dirigí al otro lado donde estaban mis amigos. Recorrí con la mirada todo lo que me rodeaba y me di cuenta de que no veía nada que no fueras tú. Estabas hermosa, con el pelo recogido y los labios rojos, con una falda blanca de vuelo y una blusa ajustada y sin mangas, tus zapatos eran también rojos, de charol, y las luces se reflejaban en ellos. Enseguida me encontré con tus ojos, aguanté tú mirada dos segundos y mis ojos huyeron.
Fue entonces cuando perdí toda noción de mi existencia, me incorporé y con paso decidido fui directamente al juzgado que tú presidías, me planté delante de ti y te pregunté con voz trémula: ¿bailas?, ¡bueno!, me contestaste, sin apenas énfasis, una respuesta neutra y castigadora a la vez que poseedora de la situación. Fui tras de ti hasta la pista, allí puse mi mano derecha en tu cintura y con la izquierda cogí tu derecha, formando un ángulo de 90º con nuestros codos. Entre los dos quedó un espacio en el que cabía un autobús de línea con todos sus pasajeros, y yo como un pompeyano que no quisiera ver el magma que le convertiría en un icono turístico para la eternidad.
¿Estás bien?, a lo que tú me contestaste “¿y por qué no iba a estarlo?”, ¡que respuesta!, pensé. ¿Te gustan los Beatles?, te pregunté, ¡no especialmente!, me respondiste.
Te miré y tú me sonreíste, ¡su arma letal! Y noté como toda mi existencia se enamoraba perdidamente de ti y mi locura rebosó por mi boca diciéndote: creo que me gustas!…, y tu sonrisa se amplió mientras me decías: “¡bueno es saberlo!” Entonces se apagó todo lo que me rodeaba, solos tú y yo en mitad del universo, sentados en la cubierta de un crucero estelar, viendo como ante nosotros se abría toda la azul inmensidad.
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