La noticia fue como una bofetada: La empresa en la que trabajaba cerraba.

Y ahora ella, con dos hijos aún en el instituto y una hipoteca por pagar, tenía que encontrar un trabajo que permitiera a su familia no sufrir los efectos de esta crisis que nunca terminaba. Sólo con el sueldo de su marido no era suficiente.

Podían reducir gastos, pero siempre se había esforzado para que su familia disfrutara de lo que a ella le faltó en su infancia, feliz, pero con privaciones.

Pero la realidad es tozuda. Hoy en día nadie contrata a un parado de cincuenta años.

Esa mañana había acudido a la oficina del paro. Una vez más, no había nada para ella. De vuelta a casa, se dejó caer por la calle del Pez. Esa zona la conocía bien, ya que había trabajado cerca de allí.

Hubo algo que le hizo girar la cabeza: “Lamucca”, donde tantas veces había tomado alguna caña o celebrado una buena operación. Y recordó una frase que decía “No hay límites. Sólo intentando algo diferente conseguirás resultados distintos”. Algo en el interior le gritó “¿por qué no?”, y entró decidida.

Preguntó por el encargado, y apareció una mujer algo más joven que ella. Tiene gracia, año 2014 y esperaba que el responsable sería un hombre.

Fue directa al grano. Le contó su situación, su formación, tan ajena a la restauración, pero mira, le dijo, tengo necesidad y ganas. No le temo al esfuerzo. No te pido nada más que me pongas a prueba ¡gratis!, fregando, recogiendo mesas,… lo que prefieras. Si en una semana no te convenzo, me voy y tan amigas.

Tuvo suerte –la Suerte hay que buscarla-. La encargada había luchado mucho por conseguir su puesto.

Primer día, limpieza. ¡Fácil!, aunque muy cansada. Segundo día, recogiendo mesas. ¡Duro para una persona acostumbrada al trabajo de oficina! En los momentos de menos trabajo, memorizando la carta y preguntando aquí y allá los platos y sus características. ¡Hasta compró un dispensador de cerveza para practicar en su casa cómo servirla!

Al sexto día, la encargada le dijo: “Hasta ahora has trabajado bien así que hoy vas a tener tu prueba de fuego. Te asigno las mesas de la 7 a la 10 a ver cómo te desenvuelves.”

Llegaron sus primeros clientes. Respiró profundo y fue hacia ellos. Le temblaban las manos cuando encendió la vela de la mesa. Pero algo que la empujaba a mantenerse firme. Ya no lo hacía por su familia, sino por ella misma.

Acabó la jornada y esperó, ansiosa, el veredicto de su jefa. ¡No puedo estar más contenta!, le dijo. Eres capaz de enfrentarte con cualquier cosa. Has cometido algún fallo, pero ha habido dos clientes que me han felicitado por tu trabajo. ¡Cuento contigo! Mañana firmamos.

Han pasado más de tres años. Ahora le han propuesto ser responsable del nuevo Lamucca que abrirá pronto sus puertas.

Y, cuando piensa en los malos días tras el despido, sonríe y piensa “Sólo intentándolo podrás conseguirlo”

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